El otro día tuve el placer de conocer a la madre de una amiga que nos contó muy brevemente su historia como empresaria, aunque ella nunca utilizó ese término. Fue el sincero testimonio de una generación de españoles, la de la posguerra, que cuando desaparezca se llevará consigo los últimos vestigios de una filosofía de vida muy necesaria en la actual conyuntura.
Esta señora nos explicó que tenía una pescadería en Madrigal de las Altas Torres -el bello pueblo abulense donde nació Isabel I de Castilla y a quien Unamuno dedicó el poema Ruinas perdidas en campo: “ruinas perdidas en campo/ que lecho de mar fue antes de hombres/…”-, por lo que tenía que levantarse todos los días a las 4,30 horas de la mañana para ir a comprar el pescado al mercado de Valladolid, situado a más de 80 kilómetros.
En bicicleta
Luego, ella se dedicaba a regentar el establecimiento y su marido a repartir en furgoneta los productos del mar en la inmensidad del paisaje salpicado por decadentes pueblos castellanos. Y así año tras año. Recordó que un buen día la furgoneta no arrancaba. En vez de arrojar la toalla y darse por vencidos, se subieron a sus bicicletas para ir al mercado de la capital del Pisuerga. En total, pedalearon durante más de 160 kilómetros entre ida y vuelta, pero eso sí, el negocio se mantuvo abierto un día más.
Inevitablemente, ese testimonio me recordó otro más cercano, el de mi madre, que tenía una peluquería en la que no existía el término de jornada laboral, que incluía los sábados por la mañana hasta más allá de las 15,00 horas. Era una autónoma, aunque ella nunca empleó esa palabra, con una o dos personas a su cargo, según la temporada, a la que nunca escuché ninguna queja por las maratonianas horas en su negocio ni por la evolución del mismo.
En ambos casos, estas mujeres debían de atender además a su familia y al hogar; ya saben, preparar la comida, hacer la compra, lavar, planchar y limpiar las habitaciones, entre otras actividades domésticas.
Otros tiempos
Ya sé que eran otros tiempos, pero qué importante hubiera sido que esos valores basados en el esfuerzo, el trabajo y en una ilusión desbordante para afrontar el día a día, pese a los ocasionales sinsabores y decepciones, se hubieran inculcado a los actuales jóvenes, de quienes se dice que son la generación mejor formada de la historia de España, pero a la que le falta referencias para entender que la vida no es de color de rosa en este decadente país.
Por primera vez, vamos a asistir a un fenómeno que ocurre muy pocas veces a lo largo de los siglos: la mayor parte de la siguiente generación de españoles va a vivir peor que sus progenitores, al tener sueldos más bajos, menos coberturas sociales, una mayor presión fiscal y un mercado laboral muy restrictivo. ¿Están preparados para afrontar esa situación?
Ante las dificultades para encontrar trabajo, desde las instancias públicas y el ámbito universitario se está inculcando a los jóvenes el espíritu emprendedor, con numerosas actividades, jornadas e iniciativas varias, a las que he tenido oportunidad de asistir en más de una ocasión. Muchos chavales se preguntan si tienen madera de empresario y qué cualidades hacen falta. Ante esas dudas, siempre recuerdo los ejemplos antes expuestos de unas mujeres que nunca se llamaron empresarias a sí mismas ni nunca reflexionaron sobre su papel en la sociedad que les tocó vivir, pero cuya filosofía de vida sirve para afrontar este complicado período. ¿Su fórmula secreta?: olvidarse de las excusas, confiar en tus propias fuerzas y no esperar nunca la ayuda de otros, ni del Estado ni de terceras personas.
Has puesto el dedo en la llaga, Alberto, al menos en una de ellas, la de la cultura del esfuerzo.
Precisamente ayer se celebró una nueva edición de Iniciador Valladolid (y que correspondía al 4º aniversario de la iniciativa) que sabes que tengo el placer de organizar. Pues bien, tuvimos la grata sorpresa de contar con la asistencia de mas de 40 universitarios de los últimos años de carrera, con mucho interés por empaparse de ese espíritu emprendedor que tú mencionas.
Hola Emilio:
Muchas veces me pregunto cómo habrían actuado nuestros progenitores ante la actual crisis ¿menos lamentos y más acción? Gracias por participar en este blog.
Yo creo que la cultura del esfuerzo es muy necesaria y hay que fomentarla. Sin embargo tampoco podemos considerar que la generación anterior como algo a imitar. La postguerra en nuestro país duró muchos años y la gente trabajó hasta la extenuación en condiciones muy precarias y muy duras. Eso provocó nuestro gran déficit de formación y graves tensiones familiares.
Creo que en la situación actual tenemos que fomentar la cultura del esfuerzo no como algo excepcional sino como la ÚNICA FORMA de que nuestra sociedad sea sostenible. Todo ello con FORMACIÓN, CONCILIACIÓN DE VIDA FAMILIAR Y LABORAL y PARTICIPACIÓN RESPONSABLE en nuestra sociedad. Hay mucho que hacer y las cosas no se hacen solas…
Hola Tocayo:
La anterior generación suplió la falta de formación con coraje, esfuerzo y espíritu de sacrificio. Dicen que la actual generación es la mejor formada de España, pero de qué sirve esa formación sin los valores antes citados.
Un abrazo y gracias por participar en este blog.
Mis padres fueron de esa generación de la que habla el artículo, con jornadas interminables y vacaciones enteras pues salvo algún fin de semana o fiesta puntual JAMAS fuimos de vacaciones juntos y sin embargo no tuvimos falta de cariño ni traumas.
Tuvimos la educación adecuada, unos valores basados en el apoyo de la familia, en el esfuerzo, en la honradez y sobre todo en el respeto a los demás y sobre todo a nuestros mayores, a todos sin excepción.
Afortunadamente mis hijos han vivido desde siempre, con alguna mejora respecto a nosotros eso si, esa cultura del esfuerzo y han visto a sus abuelos y a sus padres luchar, sufrir y llorar por sacar un negocio, una forma de vida mejor dicho, adelante.
No hay crisis econoómica que pueda con una forma de vida; lo que está matando a este país es la profunda crisis de valores que han desaparecido de nuestro cambiante sistema educativo.
Hola Fco. Javier:
Comparto plenamente tu última frase, y así nos va.
Un abrazo y gracias por participar en este post.
Hola Alberto:
Mucha gente, incluso parte de los que provenimos de esa cultura, pensamos que es mucho mejor la cultura del “HASTA QUE PETE”: “Hijo Aplica la Sabiduría, que nos lo dé Todo la Administración, no Quiero que Un día tengas que Esforzarte, Papá Estado Te lo Evitará”. (Hay acrónimo)
¿Quién dijo aquello de ponerle un cascabel al vampiro?
Hola Ángel:
Papá Estado ya no está para ayudar a nadie, más bien nos vampiriza vía impuestos.
Un abrazo y gracias por participar en este post.
Me gustaría coincidir contigo, pero me temo que todavía queda para algunos: Tienen un programa de Autoayuda fabuloso.
En cuanto a los impuestos, sabiendo lo bien que se gestionan, no debería pesarnos el tener que pagarlos. Al fin y al cabo, ¿dónde mejor podría estar nuestro dinero? ¿Acaso vamos a ser nosotros más listos que un comité de expertos?
Es cierto que nuestra generación no es igual que la de nuestros padres, que vivieron en la postguerra y que no nos vendría mal un poquito de aquella escuela, pero yo soy hija de uno de esos empresarios y he “mamado” esta cultura desde pequeña, y creo que sigue habiendo mucha cultura de esfuerzo. Yo miro a mi alrededor y veo pequeñas y medianas empresas que siguen siendo “empujadas” por los hijos de estos padres y precisamente en este momento con tanto o mas esfuerzo que lo hicieron nuestros padres.
Hola Mariah:
Sinceramente, creo que tu caso y otros que comentas son una excepción. Yo también conozco a bastantes empresas que están desapareciendo porque las siguientes generaciones no están a la altura de las circunstancias. Me alegro de que tengas esa cultura del esfuerzo para sacar adelante vuestra empresa.
Un abrazo y gracias por participar en este blog.