Un año marcado por la agenda política

Por: Alberto Cagigas
Las urnas marcarán el ritmo de la tímida recuperación económica.
Una vez más, la agenda política se impone a la económica, y en el peor momento.

Apunte en el calendario, si no lo ha hecho ya, que el 24 de mayo se celebran las elecciones autonómicas y municipales, que prometen ser las más sorprendentes desde hace muchos años por la irrupción de Podemos, la debilidad de los 2 partidos mayoritarios por los casos de corrupción y el enojo de unos ciudadanos que llevan soportando 7 años de sacrificios cuando a la vez observan que la casta de gobernantes mantiene intactas muchas de sus prebendas.

A partir de mayo, lo más seguro es que el mapa del poder municipal sufra una profunda transformación pues están en juego las alcaldías de las principales ciudades por el auge de fuerzas políticas que antes eran residuales o que ni tan siquiera existían en la anterior legislatura. Además, y tal como ocurrió con Zapatero en los anteriores comicios locales, un porcentaje de votantes mostrará su rechazo a la política nacional de Rajoy castigando a los alcaldes populares.

La política tiene su propia agenda, casi siempre alejada de la economía, por lo que asistiremos estupefactos a la inauguración de numerosas obras en el primer cuatrimestre del año, para luego sufrir un parón de varios meses hasta septiembre. Ya saben, en junio los nuevos equipos de gobierno, tanto en las administraciones regionales como locales, ocupan sus cargos y deben de ponerse al día de sus diferentes áreas de responsabilidad y julio y agosto son unos meses muy planos por las vacaciones.

A nivel regional, resulta muy difícil creer que el PP pierda la mayoría absoluta, que tiene desde 1991, es decir, casi un cuarto de siglo, pero por el camino se dejará varios diputados. La previsible llegada de nuevas fuerzas políticas al parlamento autonómico puede y debe ser un revulsivo para una comunidad autónoma donde hasta ahora los que gobiernan saben que pueden mantenerse en el poder con el piloto automático y donde la oposición estima más propias de la ciencia-ficción sus posibilidades de alcanzar el Gobierno.

Dinamismo

Con el futuro escenario, no cabe duda de que habrá más presión sobre el Ejecutivo castellano y leonés, lo que redundará en un mayor dinamismo y el abandono de posturas acomodaticias.

Las urnas marcarán el ritmo de la tímida recuperación económica, más aún si además se celebran elecciones generales en noviembre, a no ser que la intelligentsia monclovita prefiera esperar a enero de 2016 por si llegan mejores datos económicos y laborales. Y en el calendario de 2015 también hay que señalar en rojo que el 27 de septiembre se celebran elecciones anticipadas en ese polvorín llamado Cataluña. Una vez más, la agenda política se impone a la económica, y en el peor momento. 

Una región que suscita simpatías

Un empresario madrileño de prestigio y con intereses en toda España y varios países me comentó recientemente que Castilla y León es una región que suscita simpatías y donde se siente a gusto por la ausencia de reivindicaciones nacionalistas, los escasos casos de corrupción en comparación con otras regiones y la estabilidad de su Gobierno. “Apenas he tenido que modificar los teléfonos de mi agenda de Castilla y León, sé a quién tengo que llamar, mientras que en otras partes es una locura”. A cambio, ese mismo hombre de negocios lamentó que veía a nuestra región con escasa presencia en Madrid, “que es donde se juegan las mayores inversiones. Es una pena, porque otras regiones, más alejadas de Madrid ideológica y geográficamente, sí cuidan su relación con la capital y sacan tajada de ello”.

A partir de mayo de 2015 veremos si el remodelado Gobierno regional y el nuevo parlamento autonómico impulsan el dinamismo económico y la proyección de nuestra región en el resto de España o si, por el contrario, tendremos que seguir la sentencia de Girolamo Cardano: “ser lo que uno puede, cuando no puede ser lo que se querría, contribuye a la felicidad”. Una máxima que también sirve para los pueblos frustrados por las falsas expectativas creadas durante las promesas electorales.

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