Titulitis en la política y la empresa

Por: Alberto Cagigas
La formación está bien, pero dentro de un orden; no se trata de coleccionar acre
La formación está bien, pero dentro de un orden; no se trata de coleccionar acreditaciones de todos los colores y tamaños.

Los escándalos que han salpicado a varios responsables de los principales partidos políticos por las irregularidades para obtener másteres o doctorados, y que en algún caso les ha costado su carrera, reflejan el complejo de aquéllos que nos gobiernan o aspiran a gestionar nuestras administraciones públicas, por lo que se ven obligados a fabricarse un currículum adulterado.

El fenómeno de la titulitis también afecta al mundo de la empresa, donde aspirantes a incorporarse al mercado laboral te envían su CV con más páginas que El Señor de los Anillos, pero no porque tengan una dilatada experiencia, sino porque poseen un ramillete de diplomas. La formación está bien, pero dentro de un orden; no se trata de coleccionar acreditaciones de todos los colores y tamaños.

Sobre esta querencia estafadora, recuerdo las reflexiones del empresario Gerardo Gutiérrez, presidente de Incosa y ex presidente de Empresa Familiar de Castilla y León (EFCL), quien a la hora de contratar profesionales en su compañía optaba por aquéllos que tuvieran experiencia laboral, aunque fuera de camarero, recepcionista o au pair, porque eso demostraba que esa gente ha intentado buscarse la vida como sea. Gerardo, que en aquella época era el fundador y máximo responsable de la farmacéutica Gadea, recelaba de aquellos candidatos con muchísimos másteres, porque entendía que éstos no habían salido de su casa (mejor dicho, de la de sus padres) y nunca se habían enfrentado a la dura tarea de ganarse una nómina.

Más experiencia vital

Similar reflexión escuché recientemente en ForoBurgos a Marcos de Quinto, quien llegó a ser vicepresidente ejecutivo y responsable mundial de márketing de The Coca-Cola Company, cuando en su disruptiva conferencia destacó que prefiere ejecutivos con experiencia vital antes que con preparación académica.

En su dilatada y exitosa trayectoria internacional en la compañía de Atlanta, que le llevó a dirigir equipos en varios países, De Quinto trabajó con ejecutivos de diferentes culturas, a quienes les decía que los másteres “nunca solucionan la falta de confianza en uno mismo”.

Cuando un directivo con una excelente cualificación le comentaba a De Quinto que estaba pensando en matricularse en otro curso, el ex número 2 del mundo de Coca Cola, que es un amante del desierto, le aconsejaba: “vete solo a África una semana, sin móvil y con poco dinero. Si regresas, serás un hombre más seguro”.

Coincido con estas reflexiones completamente porque en los más de 20 años de Castilla y León Económica la experiencia me demuestra que casi siempre la valía de una persona es inversamente proporcional a la extensión del CV enviado. Me explico. Como ustedes saben, nuestra revista organiza a lo largo del año numerosos actos en los que tenemos que presentar los ponentes al público y para ello les pido su currículum. Pues bien, cuando se trata de empresarios de éxito, casi siempre te indican el nombre, apellidos, la fecha y lugar de nacimiento, su estado civil y a continuación ponen: fundador de la compañía X. Con eso les basta. 2 líneas, para qué más.

¿Se imaginan el CV de Amancio Ortega? Fundador del Grupo Inditex, y punto. Sin embargo, los empresarios con negocios más pequeños suelen maquillar sus presentaciones vitales. Por no hablar de los gurús y supuestos expertos, auténticos maestros de un género que podríamos denominar como literatura curricular. Cuanto menos prestigio tiene el confereciante, más abultado es el CV remitido para presentarle.

Industria ‘masteril’ y burbuja curricular

Como nos movemos en una economía de mercado, para atender esta demanda de títulos ha surgido una industria masteril que otorga certificaciones como churros, creando una burbuja curricular. Lo malo de este fenómeno es que los centros y alumnos pícaros desprestigian a quienes sin hacer trampas sí se esfuerzan por mejorar su cualificación, extendiendo la sospecha a todos. Conozco casos muy cercanos de personas que tienen que sacrificar durante muchos meses el tiempo dedicado a su familia y al ocio para poder estudiar un máster, compaginándolo además con su trabajo, y a quienes luego se les queda cara de tontos cuando ven cómo los tunantes consiguen sus diplomas en antros docentes.

Cuando una persona infla su palmarés académico, refleja su inseguridad y complejo de inferioridad para el cargo que desempeña o aspira a llegar, tanto en el mundo político como empresarial. Por eso, coincido con las reflexiones de Gerardo Gutiérrez y Marcos de Quinto: menos diplomas colgados en la pared y más experiencia vital, que además te sale bastante más económica.

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