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En la isla de las Tortugas Bobas

Playas vírgenes de arena volcánica mezclada con otra blanca procedente del Sahara acogen el Hotel Meliá Llana en la costa oeste de la recóndita Isla de Sal en el archipiélago de Cabo Verde frente a la costa africana
Vista aérea del Hotel Meliá Llana con el Bikini Club sobre el Atlántico y zona e
Vista aérea del Hotel Meliá Llana con el Bikini Club sobre el Atlántico y zona exterior con piscinas, en la Isla de Sal en Cabo Verde.

Luisa Alcalde

Parece una historia de piratas, pero más bien es un cuento de paisaje salvaje y ecosistema frágil donde el turismo hará peligrar el desove de la Tortuga Boba y el paraíso a modo de escala de multitud de aves en su migración de Europa a África, de la que apenas distan 500 kilómetros.
Quizá ese distanciamiento del continente africano, la orografía casi desértica de las diez islas del archipiélago y la influencia católica de su antigua metrópoli portuguesa le han valido a Cabo Verde el salvoconducto para mantenerse al margen de los yihadistas musulmanes y del expolio de sus inexistentes riquezas.

La explotación turística, que constituye su mayor fuente de ingresos por delante de las remesas de los emigrantes, ha convertido a Cabo Verde en uno de los países más cosmopolitas de África por la afluencia de visitantes de todos las partes del mundo, sobre todo europeos que buscan el verano permanente que ofrecen estas islas, donde no es difícil ver turismo homosexual y la práctica del topless, aspecto impensable casi en cualquier país del mundo, excepto en España.

Ecosistema natural

Con una población de medio millón de habitantes y una democracia parlamentaria asentada, Cabo Verde tiene el reto de mantener ese difícil equilibrio de consolidar su incipiente sector turístico y conservar su mayor tesoro, su ecosistema natural, elegido por multitud de aves migratorias en su escala entre Europa y África y por la Tortuga Boba, especie que lleva grabado en su material genético la arena de las playas vírgenes de Cabo Verde para su desove anual.

La proliferación de hoteles y apartamentos turísticos de los últimos tiempos desorientan a las pequeñas crías cuando salen de sus huevos enterrados en las arenas blancas por las luces que las atraen hacia una muerte segura, en vez de seguir la estela brillante de la luna llena en el mar que marca el camino hacia el comienzo de una nueva vida.

Pequeña bahía artificial

Es sencillo ver en torno a los nidos las cáscaras consumidas de los huevos eclosionados en el verano, cuando accedes a la costa desde el Meliá Llana, un complejo hotelero de cinco estrellas que engloba otros 2 establecimientos, como el Meliá Tortuga y el Meliá Dunas, los 3 en el paseo marítimo frente a la inmensa y salvaje Playa de Algodoeiro, tan solo domesticada por la vigilancia de socorristas y por la edificación de dos espigones divididos por el Bikini Club que a modo de pequeña bahía artificial apaciguan las bravas, turquesas y cristalinas aguas del Atlántico.

Oleaje y viento frecuente que hacen las delicias de los amantes de deportes como el surf, katesurf y windsurf, sin olvidar el buceo y snorkel.
Con categoría de Todo Incluido y Solo para Adultos, el Meliá Llana ofrece varias piscinas y un pequeño gimnasio, que completa con clases de yoga, cycling y baile. También posee un spa con circuito de sauna, jacuzzi y baño turco, además de tratamientos de belleza como peelings de aloe vera que se produce en la isla y chocolate, y oferta de faciales y masajes.

Con habitaciones de distintos tipos amplias, funcionales y luminosas, algunas dan opción de pertenecer a The Level, un club exclusivo con derecho a un espacio restringido de piscina y hamacas frente al mar y con servicio permanente de bebidas, snacks y descuentos en los restaurantes de pago, como el italiano y el asiático, y en el spa.

Desde el hotel se pueden gestionar excursiones para navegar durante media o jornada completa visitando la costa y para hacer snorkel, paseos a caballo por la playa, las Salinas que dan nombre a la isla y donde se puede practicar un baño terapéutico con una densidad de salinidad un poco inferior al Mar Muerto; y recorridos por el paisaje volcánico y desértico de la isla, cuya escasa altitud le augura su desaparición si el nivel del mar sube, misma suerte que correrán las Maldivas, paraísos frágiles y perecederos.

Santa María, animada y colorista

La capital Espargos, -nombre puesto por los portugueses al llegar a estas islas deshabitadas en el siglo XV y observar la proliferación de un tipo de espárrago endémico-, de casas coloreadas y la próxima localidad de Santa María, a pocos kilómetros del hotel, pueden servir de escapada para ver el ambiente de tiendas de regalos, restaurantes y garitos para escuchar música. Entre otras sus conocidas mornas, relacionadas con el fado portugués, la modinha brasileña e incluso el tango rioplatense, y que popularizó la diva de los pies descalzos, Cesárea Évora, originaria de la próxima isla de San Vicente, que dio fama internacional a estas canciones que evocan la saudade, nostalgia de estas gentes por su tierra.

El hotel también ofrece espectáculos musicales y de danza que ensalzan la cultura caboverdiana con influencia portuguesa, brasileña con las impresionantes capoeiras y africana con rítmicas percusiones y profundas voces negras.

Influencias que también se pueden percibir en sus habitantes, con un  75% de origen criollo o mulatos, como consecuencia de la mezcla de los portugueses con los negros procedentes de África para su comercialización en Cabo Verde convertido en uno de los mayores centros de esclavos del mundo en aquella época.

Un lugar perfecto para desconectar, disfrutar de una África diferente por la mezcla de la cultura lusa con la del Continente Negro en un paisaje desértico y minimalista con un omnipresente Océano Atlántico.

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