El Salvador, pies de ‘Pulgarcito’, sueños de gigante (I)

Por: Luisa Alcalde
imperio del crimen impuesto por las maras para caminar hacia la recuperación económica y de su otrora maltrecha imagen con el fin de captar un turismo internacional ávido de destinos vírgenes
Palacio Nacional de El Salvador
Palacio Nacional de El Salvador en la capital.

El Salvador, conocido como El Pulgarcito por ser el país más pequeño de Centroamérica, lleva varios años dando pasos de gigante para alcanzar el sueño de la recuperación económica, la seguridad, la normalidad social y el afianzamiento de las instituciones, tras más de 2 décadas de guerra civil y el posterior imperio de la violencia y el crimen impuesto por las maras. Estas bandas de delincuencia organizada, cuyo origen se remonta a las cárceles y barrios pobres de Los Ángeles (EE UU) en la pasada década de los 80, impusieron durante años un estado de inseguridad permanente basado en la extorsión, el terrorismo y la violencia extrema, aupando a El Salvador a los primeros puestos del triste ranking de los países más peligrosos del mundo.

En junio de 2019 llega Nayib Bukele al Gobierno y la situación da un vuelco; porque tras superar el pulso que le echan estas pandillas, al poco de tomar el poder con más de 80 asesinatos en pocos días, y declarar el Estado de Excepción, el país ha conquistado el orden largo tiempo codiciado.

Historia reciente

La historia reciente de El Salvador ha estado marcada por continuas crisis políticas, desde su Independencia de España en 1821 y posteriormente de la República Federal de Centroamérica en 1841. Tras las reformas liberales de finales del siglo XIX, etapa conocida como la República cafetalera, en 1931 se inicia una dictadura militar, que controlará el gobierno hasta 1979.

A partir de ese momento, da comienzo la guerra civil que enfrentó a la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) contra los insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). El conflicto se saldó con 75.000 muertos y 15.000 desaparecidos y concluyó en los Acuerdos de Paz de Chapultepec en 1992, que favoreció la desmovilización de las fuerzas rebeldes y su incorporación a la vida política del país. La convivencia no se vislumbraba fácil tras el recuerdo de los desaparecidos, los ajusticiamientos y los asesinatos colectivos. A esto se sumó la complicada situación económica, el abandono social, la delincuencia y la corrupción.

La llegada de Bukele

Durante los siguientes 27 años, el gobierno estuvo a cargo de la Alianza Republicana Nacionalista de El Salvador (ARENA) y luego por el FMLN, hasta que en 2019 aparece en la escena política Nayib Bukele, dentro del partido GANA e impulsando el partido Nuevas Ideas, que se convertiría en la primera fuerza en las elecciones legislativas y municipales de 2021.

Este controvertido empresario y político de ascendencia árabe-palestina tiene muchos seguidores, no en vano ganó con mayoría absoluta del 53% de los votos en la primera cita electoral sin necesidad de segunda vuelta, pero también algunos detractores que le tildan de oportunista y autoritario, por haber coqueteado con partidos de izquierda como FMLN y de derechas como ARENA; por establecer el Estado de Excepción que aún sigue vigente y por cambiar la Constitución, para poder ser elegido por un segundo mandato (situación que hasta ese momento limitada la Carta Magna salvadoreña), en las últimas elecciones legislativas de febrero de 2024, donde arrasa con más del 80% de los votos.

Lucha contra las maras

A los pocos días de llegar al Gobierno, lanza el Plan Control Territorial, con el fin de combatir la criminalidad de las maras, que habían logrado convertir a El Salvador en uno de los países más peligrosos del mundo y a algunas de estas pandillas, como la Mara Salvatrucha o Barrio 18, como los grupos delincuentes más perseguidos del planeta.

Aunque sus orígenes se remontan a los barrios pobres y cárceles repletas de refugiados de Los Ángeles en la década de 1980, cuando muchos salvadoreños huyen de la guerra civil a EE UU, posteriormente encuentran un caldo de cultivo perfecto en su país de origen, tras ser expulsados por el Gobierno norteamericano, una vez terminado el conflicto bélico. Y desembarcan en El Salvador, donde la violencia era algo característico de esa sociedad de postguerra y en donde la juventud marginal encauzaba sus demandas a través de la organización de pandillas, al margen de cualquier creencia en la revolución o el socialismo. “Las maras no sólo son manifestación de un grave e irresuelto problema de integración social, sino expresión de una importante y novedosa mutación cultural que se estaba operando en los jóvenes. Las maras no demandan una cuota de poder político, sino un espacio territorial propio, en el cual reivindicar su propia identidad grupal e individual”, según explica el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de El Salvador. Y es así como extienden sus prácticas criminales y engordan sus filas gracias a la captación de jóvenes que habían quedado huérfanos tras la guerra y que veían en la pertenencia a esos grupos su tabla de salvación.

Mercado en San Salvador y ‘Jardín de Reflexiones Los Inocentes’, en recuerdo a la Masacre de El Mozote, donde un batallón de élite asesinó en 1981 a cerca de 1.000 personas, más de la mitad niños, en plena guerra civil.

Tasa de homicidios

Esta peligrosidad del país se reflejaba en el número de asesinatos, que en 2015 llegaron a 6.656, 2.735 más en el año anterior, es decir, con una media de 18 al día, lo que situó a El Salvador en la mayor tasa de homicidios del mundo, con 105 muertes por cada 100.000 habitantes. En 2018, un año antes de la llegada de Bukele al poder, se produjeron 3.346 muertes violentas, lo que suponía una tasa de 53. En 2020, la tasa disminuyó un 51%, lo que la sitúo en 20 asesinatos por cada 100.000 habitantes, mientras que en 2023 la cifra ha bajado a 2,4.

Para enfrentarse a esta lacra, Bukele completó su Plan Control Territorial, decretando el Estado de Excepción el 27 de marzo de 2022. Desde entonces ha detenido a alrededor de 75.000 personas y ha construido una macro-cárcel de máxima seguridad, con capacidad para 40.000 reclusos e inaugurada en enero de 2023, que se ha erigido como el símbolo de la guerra del presidente de El Salvador contra las pandillas. Destinada a la Mara Salvatrucha y a las dos facciones de Barrio 18, se ha hecho mundialmente famosa tras aparecer en redes sociales con sus tatuados presos arrodillados muy juntos o haciendo ejercicio.

Frente a los detractores (algunos representados por los periódicos locales como El Faro y Prensa Gráfica) que le critican por sus métodos autoritarios, Bukele saca pecho y afirma que El Salvador “ha logrado pasar de ser el país más inseguro del mundo, al país más seguro de América ¿Cómo lo logramos? Metiendo a los criminales en la cárcel. ¿Hay espacio? Ahora sí. ¿Podrán dar órdenes desde adentro? No. ¿Podrán escapar? No. Una obra de sentido común”.

El Gobierno de Bukele presume de haber acabado con la corrupción endémica de El Salvador. En las obras públicas, los carteles plasman la frase ‘El dinero alcanza cuando nadie roba’.

El presidente más popular

Sea como fuere, las cifras le dan la razón, porque también ha descendido el expolio a las pymes, lo que permite a los negocios prosperar, evitar el cierre de otros y abrir nuevas empresas, ante la ausencia de chantajes. Además, los ciudadanos viven sin sobresaltos y la tranquilidad se respira en las calles, con los niños en los parques y los salvadoreños disfrutando de un paseo o de una pupusa (comida típica salvadoreña hecha a base de una tortita de maíz rellena de frijoles y queso, entre otros alimentos) en una terraza. De esta forma, la popularidad de Bukele no para de crecer, lo que le ha llevado a ostentar los índices de aprobación más altos de todo el continente.

Este milagro empieza a traducirse en signos económicos positivos. La mejora del desempleo, el crecimiento del PIB, la caída del déficit, la disminución de la corrupción, la significativa llegada de turistas, la recuperación de la inversión extranjera (cuyo máximo exponente quizá sea la apertura en San Salvador de la sede de Google y su desarrollo como hub económico de Centroamérica) y el golpe de efecto al ser el primer país del mundo en instaurar el bitcoin como moneda de curso legal, tras el dólar estadounidense que es su moneda oficial desde 2001, son algunos de los frutos de esta caída sin parangón de la criminalidad.

El turismo

Gracias a estas políticas, que han borrado de la calle la inseguridad, el turismo internacional empieza a descubrir El Salvador. La cifra prevista de visitantes internacionales (sobre todo procedentes de EE UU, Guatemala, Honduras; y a más distancia, Sudamérica y Europa) durante 2024 será de 3,8 millones de visitantes, muchos de ellos atraídos por el surf, uno de los grandes atractivos del país.

Sin embargo, El Salvador aún no cuenta con infraestructura turística suficiente para dar un gran empujón al sector, lo que, por otro lado, de momento le aleja de la posibilidad de convertirse en un destino de turismo de masas, algo que egoístamente se agradece en la época en la que vivimos.

El Salvador cuenta con una topografía espectacular al ser el país con más volcanes de Centroamérica con nueve activos y 700 puntos eruptivos.

Territorio de naturaleza exuberante

Por eso, uno de sus mayores atractivos es descubrir la virginidad de este territorio de exuberante naturaleza, de playas salvajes y dominado por volcanes. Convertido en uno de los destinos más desconocidos de Centroamérica, cuenta a su favor con una red viaria bastante moderna, lo que permite al viajero desplazarse por carretera de manera rápida y recorrer largas distancias en escaso tiempo (se puede viajar de oriente a occidente en cinco horas en coche).

Este país compacto de 21.000 kilómetros cuadrados, que limita al Norte y al Este con Honduras, al Oeste con Guatemala y al Sur con el Océano Pacífico y posee una frontera marítima con Nicaragua y Honduras en el Golfo de Fonseca, ofrece además una historia milenaria, ciudades coloniales, artesanía colorida, precios bajos y una atractiva gastronomía.

Los salvadoreños

Con 6,3 millones de habitantes, con una renta per cápita media de 350 dólares al mes, y 1,6 salvadoreños viviendo en el extranjero (la mayoría en EEUU) -de quien reciben las remesas que generan casi el 25% de su PIB-, en la actualidad el ambiente que se respira cuando se recorren sus calles es otro muy diferente al pasado reciente.

Ahora sus ciudadanos han vuelto a creer en el futuro, se atreven a tener sueños y están dispuestos a incrementar su laboriosidad y tesón para lograrlos, porque lo cierto es que el carácter y amabilidad de sus gentes es otro de sus grandes atractivos.

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