Recuerdo una conversación con el director general de una caja de Castilla y León en la que me dijo que la obra social era una patraña, que lo realmente importante sería gestionar con ética el negocio financiero centrándose exclusivamente en optimizar los recursos, en vez de atender a intereses espurios que dañaban la cuenta de resultados. 3 años después de aquellas palabras, esa entidad financiera desapareció por su ruinoso balance.
Me acordé de aquella reunión informal al escuchar recientemente en Valladolid al presidente de un banco que decía que toda operación que no encajaba con los principios de la entidad no era aprobada aunque con ello se perdiera una oportunidad de negocio. Es decir, se anteponían los valores a las plusvalías cortoplacistas para no cometer los errores del pasado. Y sin salir del sistema financiero, también hace poco leí en una entrevista a un banquero que su estrategia se basa en tres principios: que toda operación sea perfectamente legal, que sea publicable en los medios de comunicación porque no hay nada que ocultar y que sea moralmente aceptable por la sociedad.
Algún lector pensará que el sistema financiero no ha sido precisamente el más ético por casos como el de las preferentes o los desahucios, pero lo cierto es que algunos de sus máximos responsables parecen que han tomado nota de los anteriores desenfrenos y ahora ponen el foco en la honestidad. Antes nadie hablaba de la moralidad en la dirección de los negocios y ahora es un concepto que está de moda.
Prácticas deleznables
Pero el sistema financiero no ha sido el único que ha tenido comportamientos punibles en los pasados años, también tenemos prácticas deleznables en el ámbito empresarial como cuentas falseadas, excesivos endeudamientos en una huida hacia adelante, quiebras que se llevaron por delante a inocentes proveedores, retrasos sine die en los pagos, plusvalías ficticias, facturas falsas, objetivos quiméricos, alzamiento de bienes y desvió de fondos, entre otras irregularidades.
Con la llegada de la crisis, rápidamente empezaron a desaparecer los negocios de esos empresarios tramposos que antes chapoteaban en una economía boyante, porque como dijo Waren Buffet, “sólo cuando baja la marea se sabe quién nadaba desnudo”.
Acabamos de comprobar las nefastas consecuencias de ser un gestor deshonesto tanto en el ámbito financiero como empresarial, no sólo para el propio negocio, sino para toda la sociedad en general. La cuestión es saber si, ahora que empezamos a vislumbrar la salida de la crisis, habremos aprendido la lección o volveremos a las andadas ante el mínimo síntoma de crecimiento.
Por si acaso, recuerden la máxima del banquero antes citado: si una operación no encaja con los principios, mejor descartarla; y además en estos nuevos tiempos tengan en cuenta la siguiente sentencia de la Grecia clásica, “los odres vacíos se hinchan de viento; los hombres, de presunción”. Por lo tanto, seamos honestos y cautos durante la ansiada y lenta recuperación de la economía española. Y, claro, también después.
¡¡¡Olé!!! Ojalá se cumplan tus buenos deseos.
Tan sólo una cuestión, por añadir algo: ¿será posible que los mismos individuos que defendían las antiguas premisas defiendan ahora con honradez esto que llamamos valores? Me vienen a la cabeza algunas definiciones de sabiduría popular: Lobos con piel de cordero, aunque la mona se vista de seda…, el hábito (o el discurso) no hace al monje,…
Hola Ángel: Sabia duda, que no soy capaz de responder. Espero que hayan aprendido de pasados errores para no volver a las andadas. Un abrazo y gracias por participar en este blog.