Les confieso que durante este dilatado período del estado de alarma por el coronavirus sólo echo un vistazo rápido a las noticias a primera y última hora del día para evitar encabronarme con las ocurrencias de un Gobierno de España más propio de los personajes de 13 Rúe del Percebe y centrar las energías en sacar adelante nuestro medio de comunicación, tal como hacen miles de empresarios y autónomos en un país convertido en una chirigota carnavalesca con aplausos gregarios pese a las decenas de miles de muertos y el drama de las familias que tienen que enterrar a sus seres queridos casi en la clandestinidad.
A la crisis sanitaria, donde España lidera la tenebrosa lista mundial del país con más víctimas del Covid-19 por millón de habitantes por los desatinos de un Gobierno más pendiente de la propaganda goebbeliana que de reducir la pandemia, le siguen las crisis económica por el cierre de miles de negocios; la laboral por el inminente despido de miles de trabajadores; y la social por la pobreza que alcanzará en breve a numerosos hogares españoles. El escenario, según el Banco de España, será el siguiente: el PIB puede registrar una caída libre de hasta el 13,6% en 2020; la deuda escalará hasta cerca del 120% del PIB; y el desempleo rozará el 22%, sin contar a los trabajadores afectados por los ERTE, con un total de 4,6 millones de empleados perjudicados por el cese de la actividad.
Sectores afectados en Castilla y León
En Castilla y León, salvo el sector primario que puede registrar unas generosas cosechas por las abundantes lluvias de la primavera, el panorama también se presenta desolador pues nuestros sectores estratégicos se encuentran entre los más afectados por las consecuencias del coronavirus, como el turismo, la restauración, la automoción y la agroalimentación, que se ha quedado sin las ventas al canal Horeca y con un descenso de las exportaciones.
Pero lo peor no son los datos macro. Como la historia nos demuestra, una crisis económica de esta magnitud deriva en una crisis política (a ver cómo se sostiene en los próximos meses este Gobierno trilero) e institucional; y esto último es lo más preocupante, porque los pasos que se están dando se encaminan a una pérdida de nuestras libertades, una mayor presión fiscal sobre los pocos que son capaces de generar riqueza y empleo, un ataque frontal a los disidentes del pensamiento único monclovita, una cosmovisión basada en el didactismo y el dogmatismo, una tentativa de desdibujar la frontera de la separación de poderes al paralizar el parlamento y atacar a la justicia, un delirio reglamentista, un soborno encubierto con recursos públicos a las televisiones privadas, una amenaza constante de nacionalizar empresas y algún banco, una intervención de precios en algunos productos con la nefasta consecuencia de colapsar el mercado, una utilización partidista de las fuerzas de orden público y un aborregamiento de un amplio sector de la población con dádivas (renta básica universal) anestesiadoras de conciencias. En definitiva, el sueño húmedo de los totalitarios de izquierdas. Para ellos, y para los nacionalistas, cuanto peor, mejor para acabar con un sistema político que en los últimos 40 años ha proporcionado uno de los períodos de mayor prosperidad de nuestra dilatada historia. Como en el título del famoso ensayo de Hayek, vamos camino a la servidumbre.
Perversa lógica
Esta política suicida no es nueva, pues enlaza con la perversa lógica aplicada por la intelligentsia soviética revolucionaria que veía al pueblo “como agentes de sus propias doctrinas abstractas, más que como individuos que sufrían… Irónicamente, los intereses de la causa a veces significaban que las condiciones del pueblo tenían que deteriorarse todavía más para producir el cataclismo final”, apunta Orlando Figes en su imprescindible libro La revolución rusa 1891-1924. La tragedia de un pueblo. Por cierto, qué acertado el subtítulo de esta obra de referencia.
Con este panorama se levantan todas las mañanas empresarios y autónomos para intentar mantener su actividad en un país donde las desgracias, en vez de servir para unirnos, ahondan nuestras diferencias atávicas con unos modos guerracivilistas; y en el que la iniciativa privada vuelve a estar bajo sospecha por quienes añoran un régimen bolivariano en plena UE.
Por eso, me sorprende, y mucho, que los vilipendiados y perjudicados empresarios no se conformen sólo con sacar adelante sus negocios, sino que además protagonicen, junto a las plantillas de sus organizaciones, actos de solidaridad y altruismo para beneficiar a los colectivos más desfavorecidos por la crisis del coronavirus. En estas dramáticas fechas cientos de empresas, desde pymes hasta grandes compañías pasando por autónomos, se han volcado en donar equipos de protección individual y alimentos y han puesto a disposición de las autoridades su personal y sus servicios para mitigar los efectos del Covid-19. Lamentablemente, de momento ni un aplauso ni una sirena ni una canción en público para reconocer esta inconmensurable generosidad.