En el filo de la nueva medianoche en España, desde el otro lado del Atlántico, quiero enviaros algunas notas que tengo en la cabeza (no sería buena periodista, no llevo libreta).
Desde que dejé Espana hace casi 3 meses, tengo la sensación del deja vu como si hubiera estado pocos días antes por aquí. Las fotos que he tomado con mi familia podrían ser de cualquier película: el monumento a Washington que permanece reforzado con unos andamios tras el terremoto de 2011, el imponente Lincoln con sus 6 metros de altura, el grandioso Capitolio. Sin embargo, cuando estás formando parte de la foto, de pronto te das cuenta de que lo has visto pero no lo has vivido.
Estás realmente rodeado de ciudadanos de todos los países del mundo. Como curiosidad, os diré que en mi primera semana de trabajo conocí a personas de Libia (hace nada los Marines estaban en las calles de Trípoli), de Ghana, de Turkmenistán, de Sudáfrica, de Nueva Zelanda, de Bhután, de Rusia… Eso hace que Washington, según los propios americanos, no sea la América real. Para eso tienes que adentrarte unas cuantas millas (que no kilómetros) hacia el oeste, cual si de un buscador de oro se tratase. De esa América os contaré más adelante.
Ciudad de acogida
No obstante, Washington sí está siendo la ciudad de acogida que en los primeros años del siglo XX fue Nueva York. Aquí, de verdad, se puede hablar inglés con acentos irreconocibles y nadie se extraña, ni se avergüenza ni preguntan de dónde eres. Quizás sí los hispanos (multitud), que te identifican como procedente de España porque tu inglés no es como el suyo.
Washington es ciertamente una ciudad que recibe. Lo cierto es que no tiene opción. Aquí están las embajadas de todo el mundo, algunas de las instituciones financieras más importantes (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y no están los tiburones financieros, lo que la hace ser un poco más amable.
El tráfico inexplicablemente lento que sufre la ciudad no la hace menos atractiva. Toda ella y sus alrededores tienen tal cantidad de zonas verdes que casi no sabes dónde acaba un parque y comienza otro. Un gran ejemplo es el National Mall, jardines no espectaculares en cuanto a su decoración, pero totalmente abiertos a los ciudadanos que a cientos están corriendo, jugando, paseando y pedaleando en bici mezclados con los turistas. Un detalle que me gusta mucho: en Washington hay muchísimas bicicletas porque la llanura de la ciudad lo permite, y aunque el clima puede ser un poco extremo, esto no detiene a sus usuarios.
Estimada Isabel: muy interesante tus reflexiones. Parece que la ciudad es muy agradable. Ojalá puedas seguir escribiendo y nos cuentes como ves el tema político y empresarial por DC. Saludos.
Interesantes ambos temas, aunque confieso que no son tan “amables” como la propia ciudad.Un abrazo.Isabel