Declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1981 por su extraordinaria belleza, interés glaciológico y geomorfológico y por tener a parte de su fauna en peligro de extinción, el Parque Nacional de los Glaciares posee 2.600 kilómetros cuadrados de campos de hielo, desde los que descienden 47 glaciares mayores, algunos tan conocidos como el Upsala y el Viedma.
Sin embargo, el más celebre de todos es el Perito Moreno, no por ser el de mayor tamaño, sino por ser el de más fácil acceso. Para gozar de esta naturaleza salvaje y única, la localidad más próxima es El Calafate.
Situada en el paralelo 50 y en la provincia de Santa Cruz -de la que es su capital-, se la bautizó con ese nombre por una planta gomosa llamada así porque se utilizó para calafatear los barcos de Fernando de Magallanes. Con una explosión turística desde 1980 gracias a la fama del Perito Moreno -antes vivía de la explotación del ganado ovino-, El Calafate es visitado al año por medio millón de personas. Se trata de un lugar pintoresco, con su típica arquitectura de casas de techos a 2 aguas para facilitar que la nieve resbale, emplazado a orillas del Lago Argentino, el de mayor tamaño de país, y a 300 kilómetros del río Gallegos.
Localidad muy turística
Con 30.000 habitantes, El Calafate es una de las localidades más turísticas de Argentina y posee una infraestructura adecuada, con multitud de hoteles, albergues y alquiler de cabañas con un cuidado estilo arquitectónico propio de la zona.
El Hotel Xelena, alejado del centro pero con una de las panorámicas más hermosas a la laguna redonda y al Lago Argentino, es una buena opción para alojarse. Con categoría de 5 estrellas (un poco justas), spa y gimnasio, cuenta con habitaciones funcionales y espaciosas, algunas con excepcionales vistas, y ofrece un transfer cada hora para ir al pueblo.
Oferta gastronómica
La avenida principal, llamada del Libertador, es muy comercial y alberga una gran parte de la vida de esta localidad, al ofrecer numerosos restaurantes, comercios típicos, cervecerías y bancos. Para comer, la oferta es buena, con el cordero a la brasa como principal atractivo, como en el restaurante La Tablita, con un buen montaje y excelente servicio. Pese al gran tamaño del animal, si lo comparamos con el lechazo castellano, la calidad de la carne es sabrosa, aunque resulte más seca y menos tierna.
Para degustar un buen asado de Ojo de bifé (una deliciosa pieza de carne de vaca), otra opción próxima al hotel y con espléndida panorámica sobre la Laguna Redonda es Rústico. Y para descubrir un plato muy particular como los discos (llamado así porque se cocina en cazuelas construidas con los discos de los arados), que pueden ser tanto de carne (cordero, vaca y pollo) como de marisco o verduras, hay que acudir a Isabel. Muy recomendable.
El Calafate
Amanece muy pronto en El Calafate. La luz del verano austral se cuela por las cortinas desde las 5 de la madrugada y no se extingue hasta casi las 11 de la noche. Hoy la Laguna Redonda tiene un color parduzco que ondula con el viento. Luego, cuando el sol es más intenso, se torna verdosa, salpicada por el rosa de grupos de flamencos australes y del blanco por los fieles cauqués. Alrededor de la isla solitaria, el agua brilla con más fulgor.
Pero la mirada se pierde más allá, por detrás del istmo, para hipnotizarse con el turquesa del Lago Argentino. Los rayos de sol refractados por la superficie acuática vuelven magnéticas las aguas del lago. Es un color singular engendrado por el polvo de roca que se produce cuando los glaciares friccionan y erosionan la tierra a su paso.
Aves migratorias
Como transcurre el verano austral, la laguna redonda está semiseca pero conserva suficiente agua como para dar cobijo a multitud de aves migratorias y otras autóctonas. Es un divertido ejercicio intentar identificar a algunas de estas especies en la quietud líquida, que en invierno se congela para transformar completamente el paisaje.
Hoy toca acercarse a esa nieve, pero para eso hay que viajar por carretera 75 kilómetros para ver el glaciar Perito Moreno. Bautizado así en honor a un naturalista y explorador argentino, considerado un héroe civil por su colaboración como perito en el conflicto limítrofe con Chile. Donó las tierras que le fueron dadas en reconocimiento a su labor para crear el primer parque nacional del país. No llegó a conocer el glaciar que lleva su nombre, pero sí bautizó los lagos Argentino, San Martín y el cerro Fitz Roy.
Obsequio de la naturaleza
El Perito Moreno es uno de los obsequios de la Naturaleza como lo son las Cataratas Victoria que, por muchas veces que lo hayas visto en los documentales, nunca imaginas el cúmulo de sensaciones que te provoca su contemplación.
Según te aproximas al Parque de los Glaciares, dejando atrás la estepa patagónica de chaparros arbustos y el bosque andino, observas la lengua de hielo que divide las montañas para precipitarse aparentemente inmóvil sobre el Lago Argentino, y el corazón se acelera. Y cuando te acercas hasta su misma base en el safari náutico de una hora de duración, la vista es tan imponente, la belleza es de tal majestuosidad, que tan sólo quieres escuchar el sonido de las suaves olas lechosas que mecen los erráticos témpanos de hielo turquesa desprendidos del glaciar, mientras sientes cómo las pulsaciones de tu sistema circulatorio se avivan. Con un frente de cinco kilómetros y una altura sobre el nivel del lago de 60 metros, lo que equivale a un edificio de 20 pisos, observas las caprichosas formas, riscos, cortadas, pinachos, crestas y grietas que refractan, con más intensidad si cabe, la luz interior acentuando sus colores berilo y turquesa.
Como una joya que brilla e hipnotiza, atrapa la mirada también desde las pasarelas construidas entre el bosque circundante para recorredlas durante 3 kilómetros y ver la panorámica ahora con altitud para observar la cara norte, sur y parte central del glaciar. El caminante de las alturas tiene que librar una dura lucha interior para satisfacer la curiosidad de avanzar y seguir viendo el glaciar o detenerse para esperar los desprendimientos con que este muro de hielo regala a los observadores pacientes, causando un estruendo mágico y una visión estupefacta de los témpanos que provocan las olas del Lago Argentino y mudan un paisaje inmutable, tan sólo alterado por los pocos visitantes madrugadores.
Nieve perpetua
La nieve perpetua del glaciar, formada por la compactación y congelación de las precipitaciones provocadas por los vientos del oeste que chocan con la próxima cordillera de Los Andes, te hechiza con sus juegos de luces, sus caprichosas formaciones y sus plegarias de silencio y resquebrajamientos y petrifican tu movimiento para impedirte abandonarlo. Es el precio que hay que pagar por molestar a este gigante dormido: la nostalgia de su ausencia una vez que te alejas definitivamente.