Peligro, no asomar la cabeza por la ventanilla

Por: Alberto Cagigas
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Suspiros de admiración y de sana envidia se les escapan a los pequeños y medianos empresarios cuando, al leer los resultados de las grandes compañías españolas, observan que en algunos casos hasta el 70% de sus beneficios procede de los mercados exteriores gracias al éxito de su internacionalización. Como España es un páramo, muchas pymes intentan seguir ese camino en una huida hacia adelante

Para salir afuera, primero hay que tener la casa ordenada y contar con muchas fuerzas para ese largo viaje. Obviamente, un proceso de internacionalización va mucho más allá que las exportaciones y se necesita tiempo, paciencia y músculo financiero para acometer unas inversiones cuyo retorno tardará varios años, por lo que en esa primera fase hay que tirar de la caja de la matriz.

Y ahí es donde viene el problema, porque muchas pymes, aunque tengan tensiones de tesorería, saben que para no marchitarse hasta desaparecer sólo les queda la alternativa de implantarse en economías dinámicas en las que puedan volver a crecer. Quien antes de 2007 haya hecho los deberes en los mercados exteriores, tal vez esté recogiendo los frutos de ese esfuerzo anticipado, pero los que quieran acometer ahora ese proceso se van a encontrar con serias dificultades que pueden abortar la operación.

Mercado deprimido

En primer lugar, un mercado deprimido como el español ha dañado seriamente el margen de muchas empresas, que se ven obligadas a tirar los precios para mantenerse en una economía de supervivencia, lastrada por la recesión y esos casi seis millones de parados, donde impera el low cost. Y esa estrategia reduce los fondos necesarios para invertir a largo plazo en el extranjero y aumenta la debilidad de nuestras empresas en caso de un error en su salida al exterior. Por desgracia, conozco más de un caso en el que una estrategia de internacionalización mal diseñada se ha llevado por delante a una compañía de Castilla y León al coincidir a la vez con el desplome de su mercado nacional.

Otras opciones en estos procesos son acudir a la banca para obtener una financiación externa que fortalezca el pulmón financiero de la empresa, pero todos conocemos las actuales restricciones de un sistema más pendiente de sus procesos de concentración que de conceder créditos a la economía productiva; o utilizar las ayudas e instrumentos de apoyo de las administraciones públicas, quienes han reducido esas partidas por los ajustes para disminuir su déficit público.

Fondos propios

En esa tesitura se encuentran algunas pymes de Castilla y León: tienen servicios y productos competitivos para abordar una implantación internacional, pero apenas cuentan con fondos propios para ejecutar un proceso de larga maduración porque la dura crisis les ha vaciado la caja y sufren serias dificultades para encontrar apoyos externos, tanto en el sistema financiero como en la Administración.
Hay sectores malditos en los que las empresas españolas están obligadas a internacionalizarse si no quieren agonizar en un mercado nacional en retroceso como una charca en el verano africano. Pero para un considerable porcentaje, esa alternativa acelerará su ruina al devorar los escasos recursos generados en nuestro país. Ése es el lado oscuro de la salida al exterior que pocas veces se comenta. Hay que intentarlo, desde luego, pero sabiendo que no todos tienen una sólida capacidad financiera.

Hablando recientemente sobre este tema con un empresario de Castilla y León con varias filiales en el extranjero, me advirtió: “a muchos colegas que están intentando ahora la internacionalización les digo que se acuerden de los carteles pegados en las ventanillas de los antiguos trenes: Peligro, no asomar la cabeza por la ventanilla, porque muchos la van a perder al salir al exterior”.

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