‘El ocaso de la democracia’

Por: Alberto Cagigas, director de Castilla y León Económica
Congreso de los Diputados
“En este sistema cuasidemocrático, que es anticompetitivo y antimeritocrático, los cargos de mayor responsabilidad no se asignan a los más capaces, sino a los más leales, y las personas progresan no gracias a su profesionalidad o talento, sino a su disposición a plegarse a las normas del partido”.

La inestable situación política aparece como uno de los problemas que más preocupan a los empresarios, según el último sondeo publicado por Castilla y León Económica, una respuesta que se repite de forma recurrente durante los últimos años en la citada encuesta.

A los retos que abordan a diario las empresas, como la transformación digital, la falta de recursos humanos o la aplicación eficaz de la Inteligencia Artificial, por citar sólo 3, debemos añadir la cuestionada gestión de nuestros gobernantes, que perjudica el desarrollo de los negocios.

Crisis política

Esta crisis política no sólo afecta a España, sino también a otros Estados de nuestro entorno, como Alemania, Francia o Inglaterra, pero no por ello debemos consolarnos en un país con un progresivo deterioro del Estado de Derecho. Así, observamos atónitos cómo se están eliminando los contrapesos entre los 3 poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), el Gobierno se mantiene gracias a esporádicas alianzas con quienes precisamente quieren debilitar la nación, se aprueban leyes a la carta para borrar la responsabilidad de quienes cometieron graves delitos en el Procés, se prepara un proyecto de ley para evitar investigaciones judiciales al entorno familiar del presidente del Gobierno, se asaltan los organismos independientes encargados de vigilar la actividad del Ejecutivo (Fiscalía General del Estado, Tribunal Constitucional, Consejo de Estado, Tribunal de Cuentas o el Centro de Investigaciones Sociológicas -CIS-) se intensifica el desembarco gubernamental en empresas del Ibex 35 o se institucionaliza la inseguridad jurídica.

Como se pueden imaginar, en todos los foros empresariales, más pronto que tarde, al final se habla en los corrillos sobre el alarmante descrédito de nuestro sistema democrático y de la paradoja de que mientras que la clase política puede llegar a delinquir con total impunidad (recuerden el reciente indulto a los máximos responsables de los ERE de Andalucía en el que hasta la fecha es el mayor caso de corrupción de la historia de España con un coste de 680 millones de euros a las arcas públicas), las empresas son sometidas a más inspecciones y a una mayor presión fiscal y regulatoria. Además, en todo proceso legal emprendido por un organismo público contra una compañía, ésta parece que es culpable hasta que no se demuestre lo contrario, justo al revés del derecho fundamental de presunción de inocencia.

Sistema ‘cuasidemocrático’

La actual coyuntura por la que atravesamos se asemeja a lo que la periodista Anne Applebaum, en su imprescindible libro El ocaso de la democracia, la seducción del autoritarismo, califica como dictadura blanda, en la que el poder “opera apoyándose en un cuadro de élites que dirige la burocracia, los medios de comunicación públicos, los tribunales y las empresas de titularidad pública. Estos modernos clérigos paganos entienden muy bien su papel, que consiste en defender a los líderes por más deshonestas que sean sus declaraciones, por más extendida que sea su corrupción y por más desastroso que resulte su impacto en las instituciones y en la gente corriente. A cambio, saben que serán recompensados y promocionados” (y jurídicamente protegidos y blindados, añado). En este sistema cuasidemocrático, que es anticompetitivo y antimeritocrático, los cargos de mayor responsabilidad no se asignan a los más capaces, sino a los más leales y las personas progresan no gracias a su profesionalidad o talento, sino a su disposición a plegarse a las normas del partido, explica Applebaum recordando las similitudes con el Estado unipartidista de Lenin.

Si a este servilismo añadimos que alrededor de la tercera parte de la población de cualquier país tiene una “predisposición autoritaria”, según la economista Karen Stenner, pues ya tenemos el caldo de cultivo para afianzar una población aborregada que siempre será fiel a su líder, independientemente de las barrabasadas cometidas. No son votantes, son sectarios que obedecen ciegamente las máximas, aunque vayan en contra del sentido común y del progreso, porque como apuntó Tocqueville en el siglo XIX, “una idea falsa, pero clara y precisa, tendrá siempre más fuerza en el mundo que una idea verdadera y compleja”, y mucho más en una sociedad como la española cada día más gregaria y tribal. De seguir así, no les extrañe que en el próximo sondeo la inestable situación política se sitúe como el problema que más preocupa a los empresarios para el desarrollo de su negocio. Al tiempo.

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