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Del hippismo de Caños de Meca al lujo de Marbella

El ambiente alternativo de la pequeña localidad gaditana animada por chiringuitos y restaurantes desenfadados, contrasta con la elegancia de determinados entornos de la ciudad malagueña, sin desdeñar del todo ambientes horteras
Entrada del coqueto Restaurante La Pequeña Lulú y luna llena sobre el abalconado
Entrada del coqueto Restaurante La Pequeña Lulú y luna llena sobre el abalconado pinar de Caños de Meca.

Luisa Alcalde

Las playas de Caños de Meca, sobre todo la de nombre homónimo y la de Castillejos (nudista), son un fiel reflejo del refrán español Quien tuvo retuvo, porque la variedad de perfiles personalizados en sexagenarios simboliza un amplio abanico de tribus urbanas que abarca desde los hippies, punks, rastafaris, frikis, grunges hasta chonis y canis. Una fauna humana que haría las delicias de un inquieto antropólogo en un ambiente de lo más desenfadado que ameniza los baños en sus aguas frescas y cristalinas. Éste es uno de los alicientes del veraneo en Cádiz, junto con arenales magníficos, excelentes temperaturas y gastronomía de primera.
Para disfrutar este pueblo desenvuelto, una opción interesante es el Hotel Madreselva. Cuenta con apenas 18 habitaciones y una suite construidas en torno a un pequeño patio con jardín interior de frondosa vegetación. Su mayor atractivo es su ubicación a escasos metros de la playa, nada más cruzar la carretera que recorre a lo largo la pequeña localidad. Otro atractivo es que detrás del establecimiento se encuentra el enorme pinar del Parque Natural de La Breña y Marismas del Barbate, que une ambas localidades.

El hotel cuenta con parking propio y una coqueta piscina con diseño inspirado en el sudeste asiático. Pese a que no tiene restaurante, permite un picoteo de tapas frías y laterío en el jardín, donde también se sirve el desayuno, compuesto por fruta, zumo de naranja natural, café o té (incluido el marroquí), yogur griego, croisant de repostería y tostadas de pan ecológico con tomate, aceite y jamón o con aguacate y queso fresco. Las habitaciones, correctas, poseen una pequeña terraza privada.
Otra de las alternativas para alojarse en Caños de Meca es el Hotel La Breña, un establecimiento familiar y coqueto, que cuenta con un restaurante referencia en la localidad.

Gastronomía

Y es que gastronómicamente, Cádiz es una de la provincias más atractivas de España, por su rica despensa, sobre todo marina con el atún rojo como estandarte, y por ser la cuna de famosos cocineros como Ángel León, chef del restaurante Aponiente, poseedor de tres estrellas Michelin y referente mundial en investigación marina aplicada a la comida. Una buena muestra de ello es la presencia de excelentes restaurantes en una localidad tan pequeña como Caños de Meca, como es el caso de La Breña, ubicado en el citado hotel homónimo. Con opción de comer en terraza, muy agradable en verano -aunque hay que tomar precauciones con los mosquitos-, tiene una carta muy apetecible, basada en producto local como su Steak tartar de ternera retinta, de bravío sabor y una de las mejores razas de carne de vaca de España; su untuosa Parpatana de atún con cous cous, una de las piezas crasas y sabrosísimas del túnido, con un acompañamiento de sémola que es un guiño al vecino Marruecos; su Risotto de ortiguillas con queso payoyo, una combinación genial, que pese a la intensidad sápida del lácteo gaditano no empaña el potente gusto de la anémona, ni su delicada textura que se deshace fácilmente fundiendo a la perfección con el queso; sus ceviches, quizá el más logrado sea el de Corvina con mango y leche de coco; su Borriquete en fritura, haciendo alarde del buen manejo de esta técnica en el Sur; y sus Tacos de atún marinados con huevas de pez volador, en una acertada combinación. Para los postres, recomiendo probar el Milhojas de La Breña, con un hojaldre a su manera. El servicio es mejorable y los tiempos te resultan una tortura los fines de semana, sobre todo si acabas de aterrizar y aún no te has acostumbrado al ritmo de Cádiz.

Otro lugar muy recomendable es la Pequeña Lulú, que destaca por un buen servicio honesto y profesional y una cocina mediterránea que fusiona técnicas italianas y francesas con materia prima local, como en su delicioso Tartar de atún rojo con ajo blanco y fresón; su lograda Ventresca de atún con manteca colorá; y su Hot maki de atún picante en tempura, demasiado apelmazado. El túnido es un gran protagonista de su carta, pero también hay otras alternativas culinarias como la lasaña o la Tortilla a su manera y sus arroces a mediodía. Como colofón, no hay que perderse su exquisito Arroz con leche caramelizado, plátano y nuez.

El templo del atún

También a escasos kilómetros, en la localidad de Barbate, puedes disfrutar del templo del atún en España, Restaurante El Campero. De visita obligada si estás por la zona. De hecho, desde que lo descubrí hace ya varios años, no he dejado de ir siempre que he tenido oportunidad estando por el sur del sur y es que nunca deja de sorprenderte por incorporar nuevas elaboraciones a su ya apabullante carta basada en este codiciado túnido, aunque sin dejar de lado otras delicias del mar como las ortiguillas, pero también otros peces como urta, borriquetes y mero blanco de profundidad.

Hace años no había un espacio amplio en su menú como sí sucede actualmente, con elaboraciones japonesas como niguiris de ventresca de atún, Sashimi de lomo de atún o Tartar de cola blanca. Pero donde realmente es único es en sus recetas locales, como los tradicionales guisos marineros y novedades como la Costilla de atún tipo barbacoa o Cocochas de atún con patatas y curri. Y es que el atún es casi como el cerdo, se come todo. Aún recuerdo la Piruleta de atún elaborada con huevas de leche (testículos) del pez, que ya no está en carta.

El espacio también ha ido evolucionando y ha ampliado la terraza -imprescindible llevar repelente de mosquitos-, quizá por la necesidad del negocio en tiempo de pandemia; y además ahora tiene parking, lo que te evita la pesadez de los gorrillas, habituales de este barrio humilde de Barbate.

A destacar el servicio profesional y atento sin ser empalagoso. Su sumiler, un encanto, con conocimientos y un buen storytelling. A repetir siempre que se pueda. Único en su género.

Para romper de golpe con el ritmo pausado y el ambiente hippie de Caños de Meca, un salto no solo geográfico a la próxima Marbella consigue un giro de casi 180 grados, incluso en un verano atípico. La atmósfera siempre jovial y festiva de la localidad malagueña se ha visto empañada por el lastre de una casi nula afluencia de turismo extranjero, lo que ha perjudicado a su sector hotelero y de restauración. Un menor flujo de visitantes ha evitado molestas aglomeraciones y una grata tranquilidad opuesta a la muchedumbre habitual de Puerto Banús o de las atestadas terrazas de la Plaza de los Naranjos o del Paseo Marítimo. La menor concurrencia se ha dejado sentir también en la ocupación hotelera que en algunos establecimientos ha rondado el 50%, tal es el caso del Hotel Amare.

La quietud ha compensado de alguna manera la menor calidad, por ejemplo, del bufé de desayuno, que se ha visto mermado también en variedad de productos. Sin embargo, el hotel mantiene intactos sus grandes alicientes: ubicación privilegiada frente al Mediterráneo en pleno paseo marítimo y próximo al centro histórico de Marbella; el concepto de solo adultos; sus maravillosas vistas panorámicas desde su azotea donde se sirven buenos cócteles; y su spa con productos Germaine de Capuccini.

Descubrimiento

La oferta gastronómica de Marbella es copiosa y siempre hay nuevos lugares que descubrir, sin embargo preferí repetir en el Restaurante Skina, para comprobar cómo había evolucionado con la segunda estrella Michelin. Gran decepción. Un menú corto muy encorsetado que podría compensarse si los platos salieran en tiempo, forma y temperatura, pero un servicio deficiente, lento e inexperto refuerza la mala experiencia. La Cigala servida con su propio jugo y alcaparras, muy por encima de la Gamba roja, el jugo de su cabeza y chalotas de temporada. El virrey desmerecido por llegar a la mesa frío y la Paletilla de chivo lechal, anodina. Una gran carta de vinos, pero con precios excesivamente cargados. En definitiva, el comensal sale con la sensación de haber sido timado por pagar una minuta elevada que no corresponde ni por la calidad ni por el servicio.

Por contra, a destacar uno de los descubrimientos de este año, Ta-Kumi, restaurante japonés con influencias mediterráneas, como se observa en su amplia carta de sashimis con algunas variedades infrecuentes como el de lenguado y calamar. Niguiris muy sugerentes como el de Toro con caviar, vieira con pláncton y Gamba roja con cabeza en tempura. Los makis más bastos, sobre todo las variedades de California.

Buena carta de vinos. Servicio rápido y eficaz. Montaje adecuado aunque con las mesas un poco juntas sobre todo en el interior.

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