En estos tiempos de intensa zozobra, donde se cuestionan modelos de Estado que hasta hace poco parecían inalterables, vuelven a estar vigentes las palabras de Hegel en las que afirma que en la historia del mundo “los tiempos felices son páginas en blanco”. Y así será siempre porque la economía está sujeta a las caprichosas decisiones de las personas.
Como afirma Álvaro Guzmán de Lázaro, prestigioso gestor de fondos conocido como el Warren Buffett español, el devenir de las empresas y de la economía “no es modelizable ni puede ser enteramente captado por la matemática o la estadística, porque no pertenece al campo de la ciencia, sino al de la acción humana”. Por ese motivo, nos encontramos atrapados en una tormenta perfecta en la que nuestros gobernantes dan síntomas de estar superados.
Los ciudadanos se sienten desconcertados al ver cómo se resquebraja un Estado de Bienestar al que consideraban un derecho adquirido, y no es así. De esta crisis saldremos, cómo no, pero con otro modelo de sociedad porque éste es inviable. Hemos creado una estructura administrativa y unos servicios sociales que no podemos mantener a medio plazo ya que cada vez recibimos menos fondos de la UE y reducimos los ingresos a las arcas públicas por el desplome de la actividad económica, a la vez que aumentamos los gastos por el paro galopante y el envejecimiento de la población. Quien no perciba el alcance de esta transformación, se está autoengañando; claro que siempre es más cómodo oír lo que queremos creer y leer en otros tus propias conclusiones como fuente de tranquilidad.
Nos encontramos en una encrucijada en la que todavía es pronto para saber cómo será nuestro futuro modelo económico, una vez que el capitalismo ha vuelto ha demostrar que “lleva en su seno las semillas del deterioro recurrente”, según la acertada apreciación de Galbraith. ¿Triunfarán las tesis más neoliberales, se impondrá la corriente más socialdemócrata de la Europa norteña, aparecerá una tercera vía como la de una dictadura con libre mercado al estilo chino? Y, cómo no, también veremos transformarse la actual estructura del Estado español, bien rediseñada por Moncloa o bien impuesta por Bruselas. ¿Y qué nos espera? Pues, ante la precariedad de las cuentas públicas, mayor presión fiscal, reducción de los servicios sociales y el copago de prestaciones en sanidad y educación. No se trata de un enfoque político, sino de cuadrar el balance porque ya nadie nos financiará nuestras abultadas pérdidas.
Otro apasionante debate es qué hacer con el Estado de las Autonomías, en el que el café para todos se ha derramado manchándonos los pantalones y vaciándonos los bolsillos. ¿Prevalecerá la tesis de Esperanza Aguirre, partidaria de, llegado el caso, devolver las competencias al Estado o se aplicará la doctrina de Juan Vicente Herrera denominada autonomismo útil, que apuesta por la defensa de la lealtad de las autonomías al Gobierno central, la cooperación entre ellas y la corrección de ineficiencias y duplicidades?
Algunas de esas decisiones dejarán de depender de nosotros y serán impuestas por los tecnócratas de la UE, que ya se han dado una vuelta por España para estudiar in situ las reformas. No olvidemos que por primera vez en muchas décadas el epicentro de la crisis se ubica en Europa, porque Asia y toda América mantienen sus tasas de crecimiento.
Uno tiene la sensación de que estamos asistiendo al final de una época, pero tampoco conviene asustarse si tenemos en cuenta la reciente evolución de nuestro continente, tal como recoge Tony Judt en su monumental Postguerra, una historia de Europa desde 1945, en la que demuestra la capacidad de los europeos para reinventarnos, aunque en esos procesos siempre hay colectivos que se niegan a perder sus privilegios para que avance el resto de la sociedad. Ese distanciamiento temporal nos ayuda a desdramatizar la actual coyuntura, aunque seguro que no sirve de consuelo para los millones de personas que han perdido el empleo, los cientos de miles de empresarios y autónomos que han tenido que cerrar sus negocios o los miles de jóvenes españoles que, una vez más, se han visto obligados a emigrar. Cuando regresen, si es que alguna vez vuelven, esta España ya no será la misma, háganse a la idea.
Artículo de opinión publicado por Alberto Cagigas en el número de mayo de la revista Castilla y León Económica