Hoy he parado a echar combustible en mi gasolinera habitual. Lo hago regularmente allí porque me pilla de paso y porque son profesionales, serviciales y muy amables. De hecho siempre me ha sorprendido el trato afable y educado que practican con los clientes. En esta ocasión, el joven que me ha atendido no era el que está de manera cotidiana, pero sin embargo era más cordial y gentil, si cabe.
Siempre he pensado que desde la dirección de la compañía tenían una estrategia de comunicación interna para conseguir esta implicación de la plantilla en relación con sus consumidores, porque este comportamiento cortés es frecuente en todas las gasolineras de Repsol, lo que me inclina a decantarme por esta marca, cuando viajo.
Hoy se lo he preguntado abiertamente al gasolinero, que si les daban algún tipo de formación al respecto para ser tan atentos. El empleado me ha agradecido mi elogio diciendo: “Qué comentario tan bonito, me ha alegrado usted el día”; para seguidamente explicarme que desde la empresa tan solo les sugieren que sean educados y den los buenos días y las buenas tardes. Sin embargo, él confesaba que se había fijado en su predecesor (al que yo también recordaba por su trato afectuoso) para intentar emular a su manera una relación complaciente con sus clientes; “porque nada cuesta sonreír y tratar amablemente a los demás”.
Lección de automotivación
Me pareció una verdadera lección de automotivación en un colectivo habitualmente poco tenido en cuenta y al que se le conoce como las “no personas”, un saco en el que entran desde porteros, secretarias, camareros, telefonistas y gasolineros, entre otros; de los que no nos preocupamos, ya no en saber su nombre, sino ni siquiera de mirarles a los ojos.
Entonces recordé la conversación del día de antes con un amigo, un alto ejecutivo del sector financiero, que afirmaba que la cantinela machacona de los nuevos paradigmas del liderazgo le sonaba a cuento chino. Reconocía, eso sí, que él usaba de vez en cuando alguna receta práctica para mejorar malos hábitos, pero que no se creía las fórmulas mágicas, que a las 48 horas de haberlas escuchado en boca de un gurú del coaching se han esfumado casi en su totalidad.
Hábitat adecuado
Mi amigo defendía que un directivo debe propiciar el hábitat adecuado para que sus equipos se desarrollen, pero que si están esperando a qué él les motive, “van listos”. “Cada uno debe esforzarse por realizar un buen trabajo diario y por lograr los objetivos que se proponga para crecer como profesional y promocionar”, esa es su filosofía.
Acostumbrado como está a un endiablado ritmo de trabajo, aseguraba que lo único que él podía elegir cada mañana era la actitud con la que iba a enfrentarse al día, porque casi todo lo demás venía marcado por una intensa agenda; y siempre decidía hacerlo de manera positiva.
A motivarse, cada uno lo suyo
Así que ya saben, a motivarse, cada uno lo suyo. Y si un gasolinero, que sale arrecido de su caseta a la que te invita a entrar para que tú no pases frío mientras te atiende y que su día a día consiste en un mecánico llenar los depósitos de los automóviles, es capaz de automotivarse para suscitar en los demás una sonrisa; cómo no lo va a ser un directivo de la Banca o de otro sector por mucha presión a la que esté sometido.