Recuerdo una conversación con el leonés Daniel Carreño, presidente de General Electric para España y Portugal, en la que mostraba su orgullo por ser directivo de esa compañía, no porque sea una de las principales multinacionales norteamericanas, sino por la larga historia de un holding cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX. “Ahora están de moda las corporaciones tecnológicas y de Internet, pero ¿seguirán vivas dentro de 100 años?”, comentó el ejecutivo.
Su reflexión me recordó que en la última etapa de su vida, la obsesión de Steve Jobs era conseguir en Apple el objetivo alcanzado por los amigos Bill Hewlett y David Packard en HP al “crear una compañía tan cargada de creatividad e innovación que pudiera sobrevivirlos”.
Frente a estos casos de ambiciosos retos de longevidad, tenemos otra realidad, como es que la esperanza media de vida de las empresas españolas se limita de 5 a 15 años (vistos estos datos, me satisface adelantarles que en 2016 Castilla y León Económica cumplirá su 20 aniversario) o que sólo el 10% de los negocios con apellido supera la tercera generación. Por ponerles otro ejemplo más doméstico, de las 50 mayores empresas de Castilla y León en 1996, hoy en día han desaparecido hasta el 28%. Eso entre las más grandes, imagínense el porcentaje en las más pequeñas.
Aumentar el patrimonio
Como recuerda muy bien el inolvidable personaje Francisco d’Anconia inventado por la norteamericana Ayn Rand en su obra cumbre La rebelión de Atlas, el principal reto de una saga empresarial de raza no es preservar el negocio, sino aumentar el patrimonio para que la siguiente generación intente lo mismo con el fin de perpetuar la existencia de la estirpe: “era tradición familiar que la mayor desgracia sería que un heredero dejase al morir la fortuna de los d’Anconia tal como la había recibido, sin ningún incremento”. Además, el magnético Francisco, de orígenes españoles según la aclamada novela, recuerda que la razón de que su familia (empresa) haya perdurado tanto tiempo se debe a que “a ninguno de nosotros se le permite pensar que es un d’Anconia de nacimiento. Se espera que llegue a serlo”.
Si ya es difícil que una empresa sobreviva durante décadas en condiciones normales, la tarea parece casi una entelequia si por el camino se cruza una gran crisis, como acaba de ocurrir, que acelera la extinción de negocios, tanto de reciente constitución como consolidados. Así, en los últimos años hemos visto cómo empresas de Castilla y León con una dilatada trayectoria han pasado a otras manos o, sencillamente, han desaparecido.
La lista es larga y los motivos muy variados: la contracción del mercado, una diversificación alocada o justo todo lo contrario al concentrar los riesgos en una única actividad, la falta de cintura para adaptarse a los profundos cambios tecnológicos y a los nuevos hábitos de los consumidores, una deuda excesiva en un momento en el que la banca cerró el grifo de la financiación, la oportunidad de vender las acciones a buen precio, la excesiva dependencia de las inversiones públicas en una época con recortes presupuestarios, el anquilosamiento por la falta de innovación, la ausencia de una siguiente generación familiar que mantenga con brío las riendas del negocio, las inversiones fallidas o el diseño de planes megalómanos, entre otros.
Quienes han evitado estos errores, han podido superar el período económico más complicado de las últimas décadas en España. Pero para aspirar a una mayor perpetuidad, se necesita algo más que una eficiente gestión. Estamos hablando sobre todo de crear una cultura corporativa con una visión, misión y valores capaces de implicar e ilusionar a las siguientes generaciones de propietarios y directivos de la empresa y de captar el mejor talento. Y eso es algo que sólo está al alcance de unos pocos elegidos.