No es la primera vez, y seguramente no será la última, que en estas páginas se narran historias de sueños que se convierten en realidad, de actividades que pasan de ser una simple afición a un proyecto vital. La bodega Huellas del Tiétar representa uno de estos ejemplos. Ésta es la historia de Feliciano Conde, que con su grupo de amigos de Lanzahíta, en el valle abulense del Tiétar, aficionados al mundo del vino, comenzó hace menos de una década, en 2013, a recuperar viñedos viejos de estas laderas de la vertiente sur del Parque Regional de la Sierra de Gredos, que, o se abandonaban por falta de relevo generacional de sus propietarios, o directamente se estaban arrancando. Se proponen rescatar este patrimonio natural casi centenario y Conde, ingeniero aeronáutico de profesión y emprendedor desde siempre, comienza a estudiar tratados de viticultura, realiza cursos de elaboración y poco a poco la afición va creciendo hasta que en 2017 decide construir la bodega donde hoy se elaboran los vinos.
Comenzaba así la actividad de la bodega Huellas del Tiétar, acogida a la Denominación de Origen Protegida Cebreros. A Conde le acompaña en el proyecto su hija Teresa, quien abandonó su trabajo para dedicarse en cuerpo y alma a esta aventura. La contratación de una enóloga supone un importante salto cualitativo de la iniciativa.
Pequeñas parcelas
Huellas del Tiétar es un proyecto aún muy joven, ya que su primera añada vio la luz en 2018, procedente de uvas de las cuatro hectáreas propiedad de la bodega, repartidas en pequeñas parcelas de no más de media hectárea, además de que también compran uva a productores de la zona. Su viñedo tiene una media de 70 años de longevidad, el 100% está plantado en vaso y es imposible de mecanizar por la escasa distancia entre cepas, lo que implica que los trabajos en el campo sean muy laboriosos. Aunque no estén certificados, realizan prácticas ecológicas y en la elaboración cuidan cada detalle. “Supone mucho esfuerzo, pero nos lo podemos permitir por nuestra pequeña producción”, subraya Teresa.
Esa producción a la que alude es de 14.000 botellas por añada repartidas en sus 5 vinos de parcela y de paraje, a los que suman una nueva referencia, un joven llamado Comisura Tinto. La bodega elabora casi todas sus referencias con uva garnacha, la reina de esta comarca abulense. Todas las botellas están numeradas y completan la gama Bendita Frescura, un rosado del que elaboran 3.200 botellas; Relatos, un tinto con 6 meses de crianza en barrica de roble francés elaborado con uvas de viñedos de El Barraco, en el vecino Valle del Alberche, único de toda Castilla y León premiado en el concurso Garnachas del Mundo, que se celebra en Francia, del que se comercializan poco más de 2.600 botellas; Otro cantar, un semidulce homenaje a los vinos que se consumen de forma familiar en el Valle del Tiétar, que con sus 5.200 botellas es el de mayor producción de la bodega; y Efímero, una edición limitada que solo ve la luz en las añadas que alcanza los parámetros de calidad exigidos por los responsables de la bodega y que no está acogido a la DOP Cebreros por su elaboración con uvas syrah y tempranillo, no autóctonas de la zona. Completa la gama Comisura, un blanco con poco más de 1.000 botellas de la última añada y elaborado con verdejo, malvar, garnacha blanca, albillo real y moscatel.
Directos al consumidor
La familia propietaria de Huellas del Tiétar no tenía ninguna vinculación previa ni contactos con el mundo del vino ni canales de distribución en los que apoyarse, por lo que su entrada en el mercado no está siendo sencilla. “Nuestra estrategia pasa por vender la mayor parte de nuestra producción directamente al consumidor final”, detalla Teresa, aunque sí trabajan con algún distribuidor de forma puntual de modo que pueden encontrarse sus referencias en tiendas gourmet y otro tipo de establecimientos.
Llama la atención la venta de 400 botellas a Montenegro para una empresa de hoteles y yates de lujo que en Huellas del Tiétar aún no saben cómo los han conocido, pero que esperan que repita pedidos. El perfil del consumidor de sus vinos es, como explican los propietarios, el de una persona “que valora lo que hay detrás de un producto, que busca el alma de un proyecto. Nosotros elaboramos vino, pero también hemos recuperado un patrimonio natural que iba camino de perderse, fomentamos la economía sostenible e intentamos vitalizar un pedacito de la España Vaciada”.
Más información en el número de abril de la revista Castilla y León Económica