Intento viajar al menos una vez cada 2 años a Latinoamérica. Me gusta ser testigo del crecimiento exponencial de una gran parte de ese cuasicontinente desde hace una década. Su prosperidad económica también ha tenido un reflejo directo en la gastronomía y hay países como Perú o Brasil que muestran una riqueza culinaria de gran atractivo y algunos de sus restaurantes ocupan un puesto relevante en los rankings de la coquinaria mundial.
Este verano le tocó el turno a Colombia y tuve la oportunidad de comer en varios restaurantes de Bogotá y de Cartagena de Indias. Me sorprendió gratamente tanto la calidad de su cocina y el excelente servicio en sala, como el montaje de los establecimientos.
Pero lo que más llamó mi atención fue la afluencia de clientes. Me refiero a que los locales estaban llenos. Bien es cierto que Cartagena de Indias es uno de los destinos turísticos más importantes del Caribe y que Bogotá es la capital -con 8,2 millones de habitantes- de un país que en 2012 creció del orden del 4% y que para el presente ejercicio prevé mantener ese dato.
Listas de espera
Y recordé los tiempos en los que en España era frecuente esa misma imagen de bonanza, de locales a rebosar, incluso con listas de espera, y de disfrute de los sentidos con menús amplios y variedad de oferta.
Al llegar a nuestro país, volví a la tristeza generalizada, sobre todo en los restaurantes de provincias, porque en Madrid y en Barcelona aún se conserva algo de dinamismo. En general, están tan desangelados que hasta dudas a veces de la rotación de los productos y acabas pidiendo lo vulgar, sin mucho exotismo para evitar tentar la suerte de comer algún plato en mal estado.
Resignación
Y te asalta la pena al ver a una generación de jóvenes cocineros que gozan de gran experiencia, muchos de ellos con negocios propios, que han tenido que cerrar las puertas de sus establecimientos o en el mejor de los casos, que en pleno crecimiento profesional tienen que resignarse a trabajar con productos habituales sin grandes aspavientos creativos porque no van a poder repercutirlo en el precio de la comanda.
Y pienso si este empobrecimiento generalizado de la sociedad no acabará también vulgarizando la mejor cocina del mundo, la nuestra.
Y pienso si ante este panorama no será más conveniente hacer las maletas y empezar a cocinar peces del Amazonas, hormigas santandereanas o los más de 300 tipos de patatas comestibles que atesora Perú.