El embrujo de Florencia (y II)

Por: Luisa Alcalde
La capital de la Toscana (Italia), donde la belleza y el arte aparecen inseparables, proyecta su hechizo sobre los viajeros que deambulan ensimismados por sus calles y palacios
Florencia
El Palacio Pitti alberga el complejo museístico más grande de Florencia con la Galería Palatina.

Seducción, fascinación, éxtasis son sensaciones que recorren la piel de los que acuden a una de las ciudades más hermosas del mundo, para rendirse cautivados ante tanta belleza. Florencia, la que consiguió atraer a los grandes artistas de su época en el momento de su mayor esplendor, el Renacimiento, conserva intacto el hechizo de tanta gracia. Por eso, según pones un pie en la que fue una las capitales más poderosas del orbe, una suerte de encantamiento te subyuga. Porque Florencia es la belleza en sí misma, como Beatrice, el amor platónico de Dante e inspiración para su Divina Comedia. Tan soberbia e inalcanzable, tan inabarcable, que por muchas veces que la rondes siempre te sorprenderá con un nuevo detalle que te enamore, con un preciado tesoro por descubrir y ahí reside también la grandiosidad de Florencia.

Las torres y cúpulas de los edificios principales, casi siempre visibles como faros, ayudan a ubicarse en una ciudad, que posee 4 barrios históricos, como Duomo, Santa María Novella, Santa Croce y Oltrarno. Quizá el lugar más emocionante para empezar sea la Plaza del Duomo, con su conjunto catedralicio. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es una de las obras maestras de la primera etapa del Renacimiento italiano, símbolo de riqueza y poder de la capital de la Toscana y uno de los edificios más grandes de la Cristiandad. El complejo integra la cúpula de Brunelleschi, cuya obra de ingeniería -la mayor del mundo realizada en sillería- permanece secreta al quemar el propio Brunelleschi sus planos, donde además destacan los hermosos frescos de Giorgio Vasari; el campanario de Guiotto, una torre de casi 85 metros de altura, desde la que se observa unas maravillosas vista de la ciudad; y el Batisterio de San Juan, con las famosas puertas del paraíso, obra cumbre del escultor Ghiberti, que representan escenas del Antiguo Testamento.

El Palacio Vecchio

El Palacio Vecchio, que preside la plaza de la Señoría -ya de por sí, un museo al aire libre, con números edificios medievales, como el Tribunal de Mercancías o el Palacio Uguccioni; y que contiene además réplicas de obras de célebres escultores como Miguel Ángel o Donatello- fue la residencia de los Médicis hasta que se trasladaron al Palacio Pitti, al otro lado del Río Arno. Sede del poder civil durante siglos, ahora también acoge oficinas del Ayuntamiento de la ciudad, pero las estancias principales, como la imponente Sala de los 500, se reservan a un importante museo, con murales y cuadros de Ghirlandaio, Bronzino y Vasari, entre otros famosos artistas florentinos.

El poder de los Médicis -una saga de banqueros que gobernó el destino de Florencia durante siglos y cuyos miembros llegaron incluso a ser papas o reinas de Europa- y su amor por la filantropía se deja notar en numerosos edificios emblemáticos de la ciudad, como el Palacio Pitti. Situado en la otra ribera del río Arno, fue mandado construir por Leonor Álvarez de Toledo y Osorio, una aristócrata española, concretamente de Alba de Tormes (Salamanca), que se casó con Cosme I de Médici y al que dio 11 hijos, que perpetuaron la estirpe, garantizando una era de estabilidad en Toscana. Y de paso le permitió al emperador Carlos V establecer una alianza con los Médicis -a los que luego otorgó el título nobiliario de Gran Ducado de Florencia- y la candidata elegida fue la hija del virrey de Nápoles, perteneciente a la Casa De Alba. Leonor, que tenía una enorme fortuna y fue una gran mecenas, se encaprichó de este palacio de fastuosas dimensiones -en aquella época a las afueras de la ciudad- y lo convirtió en la residencia oficial de los grandes duques de la Toscana desde 1549. Este severo edificio renacentista alberga el complejo museístico más grande de Florencia, la Galería Palatina, y se extiende a lo largo de 28 salas, que atraviesan los apartamentos reales y acogen obras de Botticelli, Rafael, Tiziano, Caravagigio, Rubens, entre otros grandes artistas. El Palacio Pitti se completa con el jardín de Bóboli, que une este edificio con la Fortaleza Mirador, y que merecen una visita para recorrer la Gruta grande y la Fuente de Neptuno.

Corredor Vasariano

Para trasladarse del Palacio Vecchio al Palacio Pitti, a los Médicis no les gustaba mezclarse con el populacho y decidieron encargar en 1565 la construcción de un pasaje elevado que conectara ambos edificios, pasando por la Galería Uffizi y el Puente Vecchio, a Giorgio Vasari. El Corredor Vasariano permitía a Cosme I de Médici moverse con facilidad sin ser visto y posteriormente, su sucesor, Fernando I obligó en 1593 a sustituir el mercado de la carne ubicado en el Puente Vecchio por una galería de joyerías (que pervive en la actualidad), para evitar que el gran duque perturbara su fino olfato con el olor de las carnes.

Puente Vecchio

El Corredor Vasariano, que está siendo restaurado en la actualidad, abrirá sus puertas en breve accediendo a los distintos museos que comunica y atravesando por las alturas el Puente Vecchio. De origen medieval, es uno de los puentes más famosos del mundo y emblema de Florencia. Destruido en la inundación de 1333, se levanta de nuevo enteramente de piedra entre 1335 y 1345 por Taddeo Gaddi. Célebre por su habitual actividad comercial, según cuenta la leyenda por la excepción de impuestos de los comercios allí situados, enamoró a Adolf Hitler en 1938 en una visita de Estado a Benito Mussolini. Y para inmortalizar la entrevista se sustituyeron algunas de las pequeñas ventanas por otras mayores, detalle que agradó al dictador y que, según parece, salvó el puente de los bombardeos alemanes en su retirada durante la Segunda Guerra Mundial, de los que, sin embargo, no se libraron ninguno de los otros viaductos del río Arno.

Galería de los Uffizi

La Galería de los Uffizi, que fue mandada construir en 1560 por Cosme I de Médici a Giorgio Vasari para albergar inicialmente las oficinas de Magistratura (de ahí el nombre de Galería de las Oficinas), hoy en día alberga las obras más valiosas del Renacimiento y es la pinacoteca más visitada de Italia. Se trata de un museo dentro de otro museo, porque las estancias, corredores y techos están tan profusamente decorados, con artesonados, pinturas y filigranas, que cautivan nuestros sentidos. Su colección se remonta a veinte siglos atrás, con piezas griegas y romanas del siglo I a C., pero sus obras maestras pertenecen al Prerrenacimiento, Renacimiento y Barroco, con artistas como Giotto Cimabue, Fra Angélico, Fra Filippo Lippi, Sandro Botticelli, Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci, Tiziano, Caravaggio, entre otros muchos.

Quizás El nacimiento de Venus y La primavera, ambas del soberbio pintor renacentista Sandro Botticelli, son 2 de las obras que más emocionan, por todo lo que transmiten y porque destilan belleza, además de por ser consideradas 2 piezas cumbres del maestro florentino.

Galería de la Academia

La Galería de la Academia es uno de los museos más visitados del mundo para contemplar en éxtasis el David de Miguel Ángel. Y es que es imposible no rendirse a los pies de esta grandiosa escultura de mármol blanco de más de 5 metros de altura y 5 toneladas y media de peso, realizada entre los años 1501 y 1504, y que representa al rey David bíblico en el instante anterior a su lucha con Goliat. Esta obra maestra del Renacimiento plasma magistralmente la perfección del cuerpo masculino de manera sublime.

Santa Croce es otro de los símbolos del arte florentino. De origen gótico, se trata de la Iglesia franciscana más grande del mundo. La sobriedad de su interior contrasta con la importancia de esta basílica para la ciudad de Florencia, ya que no sólo fue un lugar de grandes artistas, teólogos, eruditos de las letras y políticos, sino que alberga los sepulcros de florentinos célebres como Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo, Miquel Ángel, Galileo Galilei y Gioacchino Rossini. Además, se pueden admirar las pinturas murales de Giotto, consideradas entre las más importantes que se conservan del siglo XIII, y obras de Brunelleschi, Donatello, Vasari, Bronzino, Michelozzo, Antonio Canova y muchos más.

Y entre museo y museo es necesario hacer algún recreo en espacios genuinos, como el mercado central, con lugar para la venta de productos italianos en su planta baja y para la degustación gastronómica en la segunda; el caffé Gilli, que contribuyó a favorecer el movimiento cultural del Futurismo del siglo XX; la farmacia de Santa María de Novella, considerada la botica más antigua del mundo y que ahora se puede visitar para disfrutar con el aroma de sus perfumes antiguos e incluso comprar algún elixir utilizado por las damas de la dinastía Médici; y el Museo de Gucci, célebre diseñador de moda florentino que ofrece un recorrido por algunas de sus colecciones, además de un restaurante.

Y es que para deleitarse con la cocina florentina, la ciudad tiene una gran abanico de establecimientos, que van desde comer sus típicos bocadillos callejeros, elaborados con tripa de vaca, hasta los más reconocidos locales con estrellas Michelin; de alguno de ellos ya dimos cuenta en la primera parte de este reportaje. Entre medias las tradicionales osterías y tratorias italianas, con su profusión de pastas y con la oferta del famoso bistec a la florentina, buque insignia de la cocina toscana. En esta línea, el Restaurante Paoli puede ser una opción acertada para probar el renombrado filete. En el extremo opuesto, donde se actualiza la cocina clásica a precios moderados, podemos encontrar excelentes alternativas en Cuculia y Konnubio. Y como elección exótica, mezcla de platos chinos y japonés, con un tíquet medio muy accesible, recomendamos Ciblèo.

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