Nos encontramos en un momento apasionante donde vemos la progresiva implantación de fenómenos como el Internet de las Cosas, el Big Data, la economía colaborativa, la industria 4.0, la movilidad, la digitalización de los negocios, la impresión 3D o la universalización de la robótica.
No estoy hablando de ciencia ficción, sino de herramientas que ya permiten, por ejemplo, que en Manhattan se sirva un pedido online en sólo 20 minutos gracias al manejo del Big Data con lo que el distribuidor ya conoce de antemano la demanda de los consumidores, es decir, carga las furgonetas con las mercancías antes de que hayan sido compradas con un mínimo margen de error; que un robot inicie con el cliente una operación de venta; que se reduzca a más de la mitad el tiempo necesario para diseñar y desarrollar un automóvil; que un coche circule de forma autónoma; o que drones controlen la evolución de las vides.
Las nuevas tecnologías están revolucionando a una velocidad hasta ahora nunca vista la gestión de los negocios de una forma radical en todos los sectores. Los robots ya están preparados para sustituir al hombre en todas las tareas repetitivas que no aportan valor añadido, así que en un futuro cercano veremos autómatas en funciones antes impensables, como en la construcción de edificios u operando en una sala de quirófano, tal como explicó recientemente Francisco Menéndez, director general de DGH Robótica, Automatización y Mantenimiento Industrial, durante una jornada organizada por Castilla y León Económica y Vodafone, donde añadió que ya existen androides colaborativos que se comunican entre sí para optimizar los procesos.
Las empresas siguen con vértigo estos profundos cambios porque influirán sobre todos los negocios, nada se mantendrá inalterable al transformarse industrias que habían permanecido igual durante décadas. Recuerdo las palabras de un directivo del Grupo Antolín en las que decía que la automoción experimentará en breve la mayor revolución desde que Henry Ford popularizara con el modelo T el uso masivo de los coches gracias a su producción en cadena a principios del siglo XX, ya que en un futuro inmediato los automóviles “serán como tabletas con ruedas”.
Las tecnologías, más o menos maduras, ya están ahí para ser aplicadas, pero el reto que tienen las empresas es saber cuándo utilizarlas para no fracasar. A veces, tengo la sensación de que las innovaciones van por muy delante de la demanda real del mercado. Por ejemplo, hace poco asistí a la inauguración de una moderna oficina bancaria que incorpora todos los avances digitales en los servicios financieros. Aquello parecía el escenario de una película de ciencias ficción, con todas sus pantallas táctiles. Sin embargo, los clientes que estaban en la sucursal tenían más de 70 años y andaban totalmente despistados con los cachivaches tecnológicos. Incluso uno espetó que seguiría acudiendo a la oficina con su cartilla sin apretar los botones de las numerosas máquinas porque él lo que quería era hablar con el personal de la sucursal. “Es la única conversación que tengo en todo el día”, dijo apenado.
El desafío de los medios de comunicación
A los sufridos medios de comunicación nos ha pasado lo mismo. En nuestro caso, tenemos unos lectores que sólo se informan a través de la web y los perfiles en las redes sociales, mientras que otros no quieren saber nada de los social media y prefieren conocer la actualidad a través del papel. El reto es incorporar las nuevas formas de comunicación, pero sin obviar las tradicionales, ya que en el fondo son, de momento, las consumidas por las personas que tienen poder de decisión en sus empresas.
Por lo tanto, el desafío es saber acompasar la utilización de las nuevas tecnologías a la demanda real del mercado, ni muy pronto ni muy tarde, a no ser que seas Steve Jobs, quien decía que sus clientes “no saben aún lo que quieren hasta que se lo mostramos”.