Quizá usted no sea uno de los pocos afortunados que han tenido ocasión de probar alguna de las cerca de 3.000 botellas que ven la luz de El Canto de la Alondra, un vino elaborado por la enóloga Silvia González García, pero si es aficionado al mundo del vino seguro que esta historia le gustará.
El proyecto toma el nombre de la novela de Willa Cather, “una historia de éxito que narra el triunfo de la voluntad, el trabajo, la constancia y el sacrificio”, explica Silvia, alma mater de esta iniciativa que pone en marcha en 2014. Con una licenciatura en Químicas, un doctorado en Química Orgánica, varias estancias de investigación en el extranjero y una experiencia laboral en la Universidad de Montpellier (Francia), “un día decido que la Química no es lo mío e inicio estudios de Enología. Una vez licenciada, me incorporo a un centro tecnológico de Castilla y León para poner en marcha un Departamento de Investigación enológica, dirigiendo proyectos de I+D+i en colaboración con bodegas de todo tipo”, explica.
Al cabo de unos años, la añoranza de más trabajo de campo y el contacto diario con el vino y las bodegas le hace crear su proyecto: una asesoría enológica para prestar servicio sobre todo a pequeñas bodegas que precisan de orientación técnica. Así, asesora en los procesos de vinificación y elaboración de vinos en las Denominaciones de Origen de Toro, Rueda, Arribes y Ribera del Duero, la zona a la que siempre ha estado más ligada.
Como ser madre
En 2014 da un paso más y compagina su tarea de asesoramiento con la materialización del sueño de crear su propio vino. “Sólo concibo esta aventura de la manera en que lo he hecho: viviendo intensamente cada día de su elaboración y crianza, con todo el trabajo y la dedicación que uno es capaz de imaginar. Es algo similar a la experiencia de ser madre. En este caso, El Canto de la Alondra, como mis hijas, es parte de mí”, enfatiza la enóloga.
Silvia tenía las cosas claras. Debía ser un vino de Ribera de Duero. Sabía qué uva quería, la forma de elaborar, las barricas en las que lo iba a criar y hasta las botella que quería emplear. Una condición irrenunciable era contar con una producción muy limitada “para poder realizar todo personalmente. Es un proyecto honesto, con alma, que me ocupa mucho tiempo, pues me encargo absolutamente de todo, pero que me llena de satisfacción cada día”.
Sus creaciones se llaman El Canto de la Alondra, con tinto fino y barrica de 13 meses, de cuya primera añada en 2014 puso a la venta 3.000 botellas y en la de 2015 un total de 3.400; y El Sueño de la Alondra, un vino “muy especial” criado durante 22 meses en barrica borgoñona, como su botella, y del que sólo elaboró 300 botellas. “En esas cantidades quiero estar, entre 3.000 y 4.000 botellas numeradas, que pasan por mis manos varias veces durante el proceso, dado que incluso el etiquetado se hace de forma manual”.
Producción muy reducida
Silvia explica que al ser una producción tan reducida, “tengo una relación directa y especial con mis clientes, a los que atiendo personalmente. Me encargo de visitar los lugares donde sé que mimarán mis vinos. De hecho, disfruto mucho también con esta parte de mi trabajo y después de poco más de un año en el mercado me enorgullece que mis 2 vinos estén en restaurantes de referencia a nivel nacional e internacional”. La enóloga quiere mantener ese espíritu de cercanía. Por eso no se plantea trabajar con distribuidores ni presenta sus vinos a concursos ni catas.
En esta nueva aventura, Silvia tuvo que asumir una nueva actividad: la de ejercer de comercial de sus vinos. “Imaginé que tendría mucho trabajo por hacer, pero como me encanta viajar y hablo inglés, francés, alemán e italiano, afrontaba este reto con muchísima ilusión. Sin embargo, de la noche a la mañana y sin apenas ejercer labor comercial, me encontré respondiendo a una demanda de vino a un ritmo que jamás habría imaginado, y se acabó la añada”. La segunda, que salió al mercado a finales de 2016, ha tenido muy buena acogida y ha vendido parte de la producción en Suiza, aunque no podrá aumentar la exportación dada la escasez de botellas.
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