El arte de no pagar ni un euro

Por: Alberto Cagigas
balzac
El escritor francés Honoré de Balzac.

Un joven, y entonces desconocido, Honoré de Balzac publicó en 1827 un librito titulado El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo, que pese a ser una broma literaria de escasa divulgación entre el gran público, parece que en la actual España todo el mundo la ha leído al aplicar con afán sus pícaros consejos, como el aforismo “mientras más deudas se tienen, más crédito se tiene; mientras menos acreedores se tienen, menos ayuda se puede esperar”.

Bajo la excusa de la crisis, se ha disparado la morosidad en un tótum revolútum donde se mezcla a los que realmente no pueden afrontar el pago con aquéllos que aprovechan la confusión para eludir sus obligaciones. España es un paraíso de deudores. Por eso, los mercados internacionales nos prestan el dinero a un precio elevadísimo para compensar el elevado riesgo de que no les devolvamos parte del capital. Así, la deuda de las familias españolas supera los 840.500 millones de euros, de los que el 77% corresponde a hipotecas para adquirir unas viviendas sobrevaloradas que minan la capacidad de ahorro; la de las empresas españolas sobrepasa los 1,26 billones; y la de las administraciones públicas ronda los 775.500 millones.

El mérito de cobrar las facturas

En este país nuestro, el mérito no es vender productos o servicios, sino llegar a cobrar esas facturas. Al cerrar el ejercicio, las preguntas que penden como una espada de Damocles en miles de negocios son: ¿qué cantidad llegaremos realmente a ingresar?, ¿cuánto tiempo tardaremos en cobrar? Porque muchos, cuando por fin consiguen embolsarse el dinero, ya han cerrado las puertas de la empresa asfixiados por la morosidad y los retrasos.

Desde que estalló la crisis en 2007, que algunos economistas ya califican como la segunda Gran Recesión, las empresas se han visto obligadas a potenciar la gestión de los pagos, seguir de cerca cada factura y activar toda la batería de medidas cuando se detectan señales de retraso. Además, los nuevos clientes pasan a ser calificados como presuntos pagadores hasta que no hayan abonado la primera factura. Para competir en un mercado como éste, hay que tener los nervios muy templados y la calma de un budista, porque los pagos de las facturas pueden retrasarse hasta el infinito y más allá.

Administraciones públicas con morosidad

Este fenómeno ocurre tanto con clientes privados como con públicos. Es más, yo diría que el problema es aún más grave en el segundo segmento ante la imposibilidad de presionar para que se pongan al corriente de sus deudas. De hecho, conozco a alguna gran empresa de Castilla y León que decidió dejar de trabajar con muchas administraciones públicas debido a sus graves problemas de liquidez. Así, renunciaron a firmar más contratos con los que aumentar su cifra de negocio, pero a cambio mantuvieron un crecimiento con mayor solvencia, porque ¿de qué te sirve inflar el volumen de la facturación cuando tienes el riesgo de que un porcentaje se esfume como el humo?

La cultura de los deudores se ha extendido de tal forma en España que ya ni dan explicaciones ni se sonrojan. Antes, al menos justificaban sus problemas financieros, pero ya ni eso. Total, como ahora lo inusual es afrontar los pagos con puntualidad. Y así estamos, casi todos bajo sospecha, sin que se pueda distinguir a los sinvergüenzas de aquéllos que realmente tienen voluntad de abonar el pedido, pero que están atravesando por dificultades coyunturales. Estos timadores siguen a pie juntillas el consejo de Balzac: “hay que cuidar mucho de pagarle a cualquiera de los acreedores el más mínimo pago a cuenta, porque si no se corre el peligro de perder el crédito”.

Y luego está el tiempo, esfuerzo y dinero invertido para perseguir a esos deudores, para intentar cobrar una factura que pervive en el cajón de los morosos durante un año, y dos y tres… y cuya gestión se convierte ya en una cuestión de honor, porque ya te has gastado más en su seguimiento que en la cantidad a percibir. En vez de dedicar esos recursos a ampliar el mercado, tienes que convertirte en un improvisado Cobrador del Frac para mantener en pie la maquinaria del negocio.

Redistribución de la riqueza

En España hemos basado nuestro anterior crecimiento económico en un fuerte apalancamiento financiero -ahí tienen las cifras de algunas de las empresas del Ibex 35 o el volumen de inversión crediticia de las antiguas cajas-, como si devolver ese dinero no fuera un problema nuestro, y así nos ha ido cuando los mercados internacionales decidieron cerrar el grifo. Aplicamos con insensatez aquella máxima que dice que si debes 1.000 euros al banco tienes un problema; pero si le debes un millón, el problema es del banco. O tal vez pensemos con ironía que así contribuimos a la redistribución de la riqueza, tal como apuntó el autor de La Comedia Humana: “deberle dinero a gente que lo tiene en demasía significa crear un equilibrio para la miseria, hacer una contribución a la nivelación social”.

Balzac, que fue un desastre para los negocios y vivió siempre endeudado pese a tener garantizados unos elevados ingresos por sus obras literarias, se hubiera sentido muy a gusto en esta España nuestra llena de deudores, por los que él sentía una especial simpatía al asegurar que han sido dotados “por la naturaleza de numerosos dones, puesto que el destino no les reservó bienes”.

2 comentarios

  1. ¡Muy bien!, D. Alberto. Sabiendo como se saben estas verdades, habría que puntualizar.
    Lo malo no, lo peor, es que a todos nos meten en el mismo saco, y a pesar de estar en una democracia, los derechos no son los mismos, y obligaciones sí.
    Ojo con meterse con los grandes y poderosos, con o sin razón (ademas les da lo mismo), pero a los pequeños “que solo nos queda la honradez, nuestra palabra, y las deudas de nos han generado los “grandes y poderosos”, a la más mínima, con o sin razón los poderosos “te crucifican”, pasando tus datos al fichero de morosos. Lease los usos y abusos de las compañías de telefonía.

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