Pertenezco a una generación en la que el máximo orgullo de los padres era que sus vástagos se matricularan en la universidad, mientras que se consideraba un fracaso vital que estudiaran Formación Profesional (FP). De mi cuadrilla, aquéllos que optaron por la FP fueron los primeros en cobrar una nómina, lo que a esas tiernas edades equivalía a tener el primer coche (de segunda mano, eso sí), ahorrar para comprar un pisito y permitirse unas vacaciones con ciertos dispendios.
Esa realidad nunca se nos explicó a unos pasmados universitarios, algunos de los cuales tardaron varios años en ser asalariados ante la masificación de las promociones de ciertas facultades que el mercado no podía absorber.
Aquella mentalidad ha provocado uno de los mayores problemas laborales durante las últimas décadas por la falta de sintonía entre la oferta y la demanda: sobran universitarios y faltan alumnos de FP, lo que entre otros efectos provoca que en España registremos una alta tasa de paro mientras que las empresas tienen sin cubrir 109.000 puestos de trabajo.
Recuerdo que hace un año visité un modélico centro de FP de Valladolid, en el que el director me iba mostrando con orgullo las instalaciones donde se enseñaban los diferentes oficios. Cuando le pregunté por el nivel de inserción laboral de sus alumnos, me quedé sorprendido al responderme que en algunas disciplinas, como soldadores, todos encontraban trabajo y que incluso algunos eran fichados antes de terminar los estudios. Por contra, echen un vistazo al futuro laboral de miles de universitarios.
Un reciente estudio del Círculo de Empresarios revela la magnitud de este desajuste: sólo existen 33 plazas de FP por cada 100 estudiantes, por las 60 ofertadas en los países más dinámicos de la UE; y sólo un 12% de los alumnos españoles está realizando un grado de FP, cuando en Alemania ese porcentaje se aproxima al 50%. Queremos reindustrializar nuestra economía, al menos eso dicen los gobernantes, y no contamos con profesionales para abordar ese reto estratégico. Eso sí, España es el cuarto país de la OCDE con el mayor número de jóvenes ninis (ni estudian ni trabajan).
Para atender la demanda laboral de las empresas y garantizar un futuro a nuestros jóvenes, la fórmula más eficaz es la FP Dual, con la que los alumnos estudian a la vez que aprenden un oficio dentro de las compañías. Este mecanismo está siendo impulsado por la Consejería de Educación de la Junta y empresas de nuestra región están poniendo en marcha sus propios centros de FP Dual, como es el caso de Benteler en Burgos, que además fue pionera en España en implantar en 2015 la Formación Dual Universitaria.
Sin salirnos de la capital del Arlanzón, el Grupo Antolín inauguró el pasado año un centro de FP Dual con el objetivo de convertirse en un referente formativo, consolidarse como núcleo de la innovación y generar empleo altamente cualificado.
Un paso más sería inculcar el espíritu empresarial entre los estudiantes de FP para que en el futuro constituyan sus propias empresas. En Castilla y León tenemos un caso modélico en la figura de Ginés Clemente, fundador y consejero delegado del Grupo Aciturri con sede en Miranda de Ebro (Burgos), que se ha convertido en una de las principales compañías aeronáuticas de España con una facturación aproximada de 300 millones en 2017.
Dignifiquemos la FP, por ejemplo con iniciativas tan interesantes como los Premios Skills, que son una especie de Olimpíadas de esas especialidades, para facilitar a nuestros jóvenes el acceso al mercado laboral, solucionar a las empresas las dificultades a la hora de incorporar profesionales y dinamizar nuestra economía al promover el emprendimiento entre esos alumnos con talento, mucha ilusión y todo un prometedor futuro por delante.
