“He pasado de gestionar el crecimiento de la empresa a gestionar el decrecimiento”, me apuntó recientemente el presidente de una de las mayores compañías de Castilla y León, que está volcado en mantener su empresa contra viento y marea pese a la brutal reducción de su mercado, la morosidad, el retraso en los pagos, las dificultades para acceder a la financiación externa o la estrechamiento de márgenes por la subida de costes que no puede trasladar a los precios.
¿Y qué es eso de la gestión del decrecimiento? Pues es lo que ahora está haciendo un alto porcentaje de los protagonistas de la economía real, la productiva, porque mientras que los gurús sólo se dedican a dibujar gráficas con datos macroeconómicos para explicarnos modelos muy atractivos con el power point, los empresarios de a pie se ciscan en esas tablas y sólo piensan en cómo salvar su negocio.
Sí, ya sabemos por el discurso oficial que hay que apostar por la internacionalización y por la I+D+i. De acuerdo, pero para muchos ya es tarde porque su mercado doméstico casi ha desaparecido de la noche a la mañana, como ha pasado, por poner un ejemplo aunque hay muchos más, con la construcción. Primero se desploma el mercado inmobiliario y luego desaparece la obra oficial por los fuertes recortes de las administraciones públicas. En sólo cuatro años, han visto reducida su cartera de trabajo a magnitudes liliputienses.
Ante esa situación, llega la gestión del decrecimiento, en la que no hay muchas alternativas. La primera y más drástica, cerrar el negocio, como han hecho las 801 empresas que cesaron su actividad en Castilla y León en los nueve primeros meses de 2011. Otra alternativa es presentar un concurso de acreedores para intentar reflotar una parte de la compañía, tal como estamos viendo últimamente y cuyos casos están en la cabeza de todos.
Ante estas agónicas situaciones, la reducción de costes es otra medida aplicada y se suprimen gastos de todo tipo, incluida ¡ay! la inversión publicitaria. Y cómo no, también le toca el turno a las plantillas, que son recortadas mediante expedientes de regulación de empleo, despidos o la no renovación de contratos temporales. Y aquí viene uno de los principales dramas de esta crisis, que no es sólo la precaria situación en la que se quedan los parados, sino la descapitalización de talento que está sufriendo el tejido productivo español, porque lamentablemente en muchas actividades tenemos sobrecapacidad de cerebros para trabajar en mercados restrictivos.
Aparte de maquinitas y edificios, la mayor inversión de cualquier empresa es su capital humano. Y ahora nos encontramos con que ese personal formado y cualificado tiene que irse de la compañía porque no hay trabajo con el que poder pagar su sueldo. De esta forma, se desperdicia un enorme potencial para abordar nuevos proyectos, que ya no existen; se cortan de raíz prometedoras carreras profesionales; se desmotiva a eficientes empleados; y se malgasta la preparación de unos recursos humanos que, a veces, tienen que ser destinados a ejecutar tareas de escaso valor añadido.
Ante este panorama, los mejores, los más ambiciosos, cogerán las maletas para desarrollar una prometedora carrera profesional en otros parajes, mientras que en España corremos el riesgo de quedarnos con los más resignados y cómodos, lo que nos conduce a una progresiva descapitalización de talento que, de momento, somos incapaces de corregir.
Artículo de opinión de Alberto Cagigas, director de Castilla y León Económica, publicado en el número de noviembre