Hay que venir con la terapia hecha de casa. Con el riesgo de pecar de políticamente incorrecta, hago esta afirmación tras haber oído en foros empresariales otra que puede tener cierta relación: “Hay que venir llorado de casa”, en alusión a que las penas se lavan en privado para no empañar encuentros o actos, cuyo objetivo es precisamente devolver el optimismo a la clase emprendedora para que siga apostando por el riesgo en momentos de gran incertidumbre. Otros eslóganes más cañís también pueden verse en algunos bares de Sevilla, donde cuelgan carteles que rezan “prohibido hablar de la cosa”, en referencia directa a la crisis.
Cuando afirmo hay que venir con la terapia hecha de casa, quiero poner el dedo en la llaga de la necesidad de escuchar a los interlocutores válidos. En un entorno con miles de mensajes cruzados que provocan un ruido tan ensordecedor que desorientarían al mejor de los radares del reino animal, no debemos utilizar nuestro discurso a mayor gloria personal cuando tenemos en frente a un experto en una materia que suscita el interés de la mayoría y al que estamos quitando protagonismo sin sentido.
Vivimos una época de escasez de tiempo, donde la precisión y concisión son claves para que nuestras inquietudes sean escuchadas y respondidas. No podemos adornarnos con peroratas insulsas que reducen un tiempo precioso a la mínima expresión y que impiden que el interlocutor invitado, el protagonista de la intervención, trascendental para el conocimiento del grupo, pase a un segundo plano mientras otros satisfacen su vanidad.
Alimentar nuestra autoestima
No tenemos derecho a hacer esta terapia en público para alimentar nuestra autoestima. Si queremos que nuestro mensaje sea escuchado debe aportar al resto y llevar como seña de identidad la síntesis. En caso contrario, seremos silenciados por un mecanismo defensivo que la adaptación del hombre a lo largo de estos primeros años del siglo XXI ha ido perfeccionando hasta convertirlo casi en un nuevo estadio evolutivo.
Sé que exagero un poco, aunque entiendo esa necesidad de ser escuchado, innata al ser humano, pero no debemos permitir que nos lleve a perder de vista el sentido de la realidad. Sé que es preciso fomentar la autoestima y que la exhibición pública supone un potente refuerzo, pero hagamos un ejercicio de contrición, relativicemos nuestros propios intereses para conectar con los del resto y lograr así un objetivo doble: satisfacer nuestra vanidad y consecuentemente reforzar la autoestima y al tiempo vehicular esa fortaleza para paliar las debilidades del grupo. En definitiva, menos egocentrismo y más generosidad.