Dada la repercusión del anterior post titulado ‘Instalados en la negligencia’, me acordé de otro artículo que escribí en la revista allá en marzo de 2007 (¡ay, qué tiempos!) y que quiero compartir con los internautas porque, una vez releído, tiene una vigencia absoluta. También de estilo costumbrista y basado en hechos reales, les puede servir de manual para sobrevivir a las compras navideñas.
“A mediados de enero, la Cámara de Comercio e Industria de Valladolid celebró su comida anual con los responsables de los medios de comunicación para explicar sus objetivos durante el año en curso y analizar la actualidad económica de la ciudad. En este encuentro distendido, un avezado periodista preguntó al presidente de la institución, José Rolando Álvarez, cómo valora la preocupación del comercio tradicional de la capital del Pisuerga por los 8 centros comerciales proyectados en la urbe y su alfoz en el plazo de 4 años, algunos liderados por las principales multinacionales de su sector, como Ikea. El también presidente del Grupo Norte respondió, con toda lógica, que defiende la libertad de empresa y por lo tanto rechaza la aprobación de normativas proteccionistas en un territorio no precisamente sobrado de inversiones. Ahora bien, está a favor de apoyar al pequeño comercio local porque considera que los centros de las ciudades se depauperan y pierden vitalidad sin la presencia de esos comerciantes. Por lo tanto, propuso diseñar planes de modernización y calidad para que esos negocios puedan competir contra las grandes superficies. Además, advirtió que a corto plazo sobre Valladolid y Segovia se cierne la amenaza del Tren de Alta Velocidad, que es un arma de doble filo. A nuestras ciudades pueden venir turistas y consumidores, pero también los castellanos y leoneses están en disposición de hacer sus compras en la afamada Calle Serrano, asistir a los numerosos espectáculos de la Gran Vía y, si el cuerpo aguanta, comer en alguno de los templos culinarios de Madrid, donde no sólo están entre los fogones los cocineros madrileños, sino que también han sentado sus reales los principales restauradores vascos y catalanes. Y todo a menos de una hora desde la céntrica estación de trenes de Valladolid y a unos 25 minutos desde Segovia.
Anécdotas de periodistas
Los asistentes no pudimos hacer otra cosa que dar la razón a José Rolando Álvarez por su acertado análisis sobre las oportunidades y peligros del comercio local. Claro, que en una comida de periodistas, es difícil que no afloren las anécdotas. Así, el director de la delegación en Castilla y León de un periódico nacional afirmó que en las numerosas ciudades del mundo por las que ha viajado -en parte por su trabajo como corresponsal en varios países- nunca ha sentido un ambiente tan hostil en el comercio como el que notaba en Valladolid. Más que atenderte, casi te piden explicaciones por abrir la puerta del establecimiento, vino a decir. Otro veterano director de una televisión regional aprovechó la oportunidad, o mejor dicho que el Pisuerga pasa por Valladolid para no perder el ambiente localista, para recordar una experiencia que le confesó Ana Botella, actual concejala de Empleo y Servicios al Ciudadano del Ayuntamiento de Madrid – como todos sabéis, ahora ya es alcaldesa-, al poco de llegar a Valladolid con su marido, el ex presidente del Gobierno de la Nación y de la Junta, José María Aznar. Ve una prenda de piel en un escaparate y entra en la tienda para pedir a la dependienta que le deje probar la chaqueta para ver cómo le queda. La tendera, ni corta ni perezosa, dice que sólo tiene esa prenda y que no piensa descolgarla del escaparate a no ser que le garantice su adquisición. Una sorprendida Ana Botella responde que antes debe probársela para ver que tal le sienta, pero la dependienta permanece fiel en su defensa numantina del interiorismo del escaparate, cosa que consigue pues la política madrileña se fue como había entrado.
Esa comida fue un miércoles. El sábado siguiente, para mantener el tirón de la economía española y entregarme a la nueva religión del consumismo, me voy de rebajas con mi mujer, ignorante del periplo kafkiano que me esperaba. Todavía soy de los que prefieren, antes que meterse en los modernos y luminosos laberintos del Minotauro en forma de grandes almacenes, sacar humo a la tarjeta de crédito en los comercios especializados del centro de las ciudades, donde puedes hacer un avituallamiento técnico en forma de caña y pincho para reponer fuerzas y de paso palpar la vitalidad de los cascos históricos. Primer destino, una floristería. Después de elegir unas plantas de interior, nos acercamos a pagar en una tienda donde nuestra única compañía eran los vegetales y la dependienta, de la que empezaba a dudar sobre si pertenecía al reino animal o también al vegetal. En el momento de cerrar la transacción económica, alguien llama por teléfono y empieza a encargar un ramo de flores, pero como no sabe qué quiere, la floristera le empieza a sugerir todo tipo de variedades y, en vez de anotar el teléfono y decir que luego devuelve la llamada porque en ese momento tiene unos clientes a punto de pagar su compra, decide que asistamos a una conferencia magistral sobre el apasionante mundo de las flores. Total, que nos tocó soportar a la charla telefónica y tardamos casi una hora en comprar un par de plantas. Durante ese tiempo, entra la dueña del establecimiento con cara de pocos amigos y sin decirnos ni buenos días desaparece por una puerta lateral. Eso sí, antes nos mira como si en vez de mansuetos consumidores fuéramos a pedir limosna.
El Santo Grial
Segundo destino, una óptica, de la que sólo acordarme se me reproduce un tic en el párpado del ojo izquierdo. Hacía una semana que mi mujer había comprado unas gafas y nos avisaron de que ya estaban en la tienda, así que decidimos ir a por ellas el famoso sábado, de penitencia añadiría. Se las prueba, están perfectas y cuando nos las van a dar, el dependiente se pone a buscar la dichosa funda. Le decimos que nos da igual la funda, que nos conformamos con otra, pero él, muy digno, dice que no, que esa montura de una famosa diseñadora tienen que ir con su correspondiente envoltorio, faltaba más. Así que se vuelve a sumergir en el almacén, de donde no sale hasta pasada media hora larga. Suspiramos, pues pensábamos que la búsqueda iba a durar más que la de Indiana Jones con el Santo Grial. Contentos por el hallazgo, le pedimos una factura. Craso error. El hombre empieza a pelearse con el teclado del ordenador, nos manda repetir los datos varias veces porque no se guardan en el PC y al final no da con el programa para hacer la factura. Asistimos, atónitos, a una versión actualizada de Tiempos Modernos, pero aquí la lucha del hombre no es contra las máquinas, sino contra la informática. Menos mal que una dependienta más joven ve los infructuosos intentos de su veterano compañero y se ofrece a echarle una mano; pero él dice que le indique la tecla que hay que pulsar, indignado por esta invasión en sus competencias. Pero ni por ésas, así que imploramos a la dependienta que tramite ella la factura, en una operación en la que sólo tarda 5 segundos. Ya hemos pasado más de 1 hora en la óptica.
La burocracia de las facturas
Tercer destino. Una zapatería. Esta vez, lo confieso, el consumidor era yo. La atención y la profesionalidad de las dependientas fue extraordinaria, pero mi error fue pronunciar la frase maldita: Me puedes hacer una factura.
– No, ahora no funciona el ordenador – contesta una amable señorita.
– Pues como le acabo de facilitar los datos, envíemela por correo – apunto satisfecho por ofrecer una alternativa viable.
– No, si quiere, a partir del lunes se pasa a por ella – responde.
– Ya, pero es que yo vivo lejos de aquí – digo ya un poco mosqueado.
– Bueno, ése es su problema. Además, todo el mundo pasa por el centro alguna vez -. Y con esa frase, la dependienta da por cerrada la discusión. Punto y final. Me consolé reflexionando que si en todos los negocios el cliente es el rey, tal vez hoy he tenido mala suerte y sólo he comprado en establecimientos con un sentido republicano sobre el servicio al consumidor.
Orgullosos por haber permanecido inmunes al desánimo y con las compras realizadas, nos dirigimos al parking para dejar los artículos en el coche y allí me encuentro a José Rolando Álvarez.
– Hoy me he acordado mucho de la comida del miércoles – le espeto.
– Y yo también – me contesta José Rolando Álvarez, levantando ligeramente las cejas y los hombros en señal de que compartía mi duelo.
En ese momento, aprecié que él también llevaba varias bolsas con sus compras. No quiero ni pensar la odisea del presidente de la institución cameral
La muletilla es obligada: las generalizaciones son injustas y el comercio local cuenta con excelentes profesionales. También es cierto que es un sector sometido a mucha presión por los procesos de concentración, la implantación de franquicias, la llegada de las grandes superficies o las comisiones de las entidades financieras con las tarjetas; pero para sobrevivir a esta coyuntura se necesita mucho más que normativas proteccionistas. De que esos negocios superen sus desafíos depende no sólo su supervivencia, sino también la vitalidad de los cascos históricos, el mantenimiento de miles de empleos y el dinamismo de una actividad crucial para nuestra economía. No se trata de que nuestros tenderos persigan con servilismo a los compradores como los comerciantes del Gran Bazar de Estambul, pero sí deben encontrar un punto intermedio para que más de uno no piense en el Tren de Alta Velocidad como una alternativa a sus compras”.
Querido amigo,
Este artículo ya me hizo reír en su momento y su relectura ahora me ha vuelto a divertir. Es muy bueno !!
Soy un fiel lector tuyo.
Un abrazo
Hola José Rolando:
Me alegra saber que que has vuelto a divertir con este post.
Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.
Yo también lo recordaba. Muy bueno. En descargo del comercio local he de decir, sin embargo, que desde aquellos tiempos de “amenazas” hemos pasado a un tiempo de realidades y, probablemente por ello, se ha producido una notable transformación positiva en la calidad del servicio percibido por los clientes. Bueno es que sea así aunque lo sea por la presión de la supervivencia. Un voto para los comerciantes de Valladolid.
Hola Miguel Ángel:
Sí, aquellas amenazas se convirtieron en realidad este mismo año. Veremos qué efecto tienen en el comercio local, que lo está pasando muy mal por la cantidad de locales en venta o traspaso que podemos ver en las calles de Valladolid. Me sumo a tu propuesta: un voto para los comerciantes, no sólo de Valladolid, sino de todas las ciudades, que están haciendo titánicos esfuerzos para aguantar la caída del consumo y el envite de las grandes superficies. Sin ellos, las ciudades sería muy diferentes.
Un abrazo y gracias por participar en este blog.
Hola.
Lo que leo me recuerda una frase de mi comentario sobre el artículo anterior que se menciona:
… No creo que este país, tercera potencia turística mundial sea el país de la chapuza ni de la negligencia (si se me permite la broma, puede que en Valladolid sí…) …
¿A ver si va a ser eso? Esperemos que no.
Por otro lado… ¿Comercios Republicanos?… a mí me gusta más llamar a las cosas por su nombre (o al menos intentar ajustarme a ella). Creo que la palabra República (para los que tengan dudas está la wikipedia) significa otra cosa, y predica otras cosas. Quizá se ajustaría más a la realidad contada en este artículo algo así como:
“Comercios Dictatoriales”.
No creéis? Saludos.
Hola Víctor:
‘Comercios dictatoriales’ me parece un titular un poco fuerte. Lo de ‘republicanos’ es porque en esos establecimientos el cliente ya no es el rey.
Gracias por tu comentario y por participar en este blog.