La belleza trasmutada en Florencia (I)

Por: Luisa Alcalde, socia fundadora de Castilla y León Económica
La capital de la Toscana, donde anida el síndrome de Stendhal, es sinónimo de hermosura y sublimidad gracias a un apabullante patrimonio artístico, capaz de enamorar al corazón más inconmovible
Piazza del Duomo de Florencia
La bellísima Piazza del Duomo, en pleno centro histórico de Florencia (Italia).

Florencia destila belleza en cada esquina, encanto en cada plaza, hermosura en sus edificios, gallardía en sus palacios, primor en sus jardines y sublimidad en sus cuadros y esculturas. Su atractivo es tal y posee tantas obras de arte, que sus tesoros pueden provocar trastornos de pensamiento, angustia, sentimiento de inferioridad o de superioridad, euforia e incluso pánico, según el estudio que realizó en 1979 la psiquiatra Graziela Magherinik, que analizó más de un centenar de casos de turistas que acudían a Florencia, para atestiguar el síndrome de Stendhal.

Narra la historia que cuando el escritor Henri-Marie Beyle, más conocido por su pseudónimo Stendhal, visitó la basílica de Santa Croce, comenzó a sentir palpitaciones, sudoración y mareos. El genio del realismo describió estos síntomas: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

Hechizo de belleza

Y es que la capital de la Toscana hechiza sin remedio, conmueve a los espíritus más fríos, porque no hay antídoto para tanta hermosura. ¿Quién no se emociona ante la imponente catedral de Santa María del Fiori, quién no tiembla ante la sublime belleza de El Nacimiento de Venus de Botichelli o quién no se estremece ante la perfección de El David de Miguel Ángel? Son obras, además, que pertenecen a la memoria de la civilización occidental, que forman parte de nuestra cultura y de una manera precisa de entender la vida. El hombre como la medida de todas las cosas, que en su búsqueda de la beldad, se acerca a la divinidad.

Y Florencia encarna ese espíritu, como emblema de la cuna del Renacimiento. Pero es que además este museo a cielo abierto que son sus calles, sus plazas y sus rincones, es el origen de algunos de los más grandes artistas de todos los tiempos, como Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti, Cellini, Vasari, Galileo Galilei, Botticelli, Dante Alighieri, Maquiavelo o Filippo Brunelleschi, entre otros.

Los Médici

Esta ciudad, una de las más bellas del mundo, fundada en el año 59 antes de Cristo por Julio César inicialmente como un asentamiento militar, fue una de las urbes más poderosas del orbe durante el Renacimiento, cuando los Médici rigieron su destino. Originarios de la región de Mugello, esta saga prosperó gracias al comercio de la lana, pero su poderío se acrecentó al convertirse en uno de los bancos más acaudalados de Europa.

Aunque no tuvieron carácter nobiliario hasta que Carlos I de España decidió otorgarles el título de Gran Ducado, ejercieron el poder de facto durante varios siglos y algunos miembros de su familia destacaron como papas: León X, Clemente VII, Pío XI; reinas de Francia: Catalina de Médici y María de Médici; y numerosos dirigentes florentinos, que sobresalieron por ser mecenas.

Grandes genios

Ese patrocinio de grandes artistas y genios de su era, desarrollado en algunos casos por amor al arte, pero en otros como acción marquetiniana para paliar la mala imagen que tenía en la época la práctica de la usura, resultó ser una gran fortuna para Florencia, porque congregó a sobresalientes virtuosos de las bellas artes y de las ciencias.

Gracias a esa filantropía de los Médici y al largo período de riqueza y esplendor que atesoró entre los siglos XIV al XVI, la capital de la Toscana se erigió en un polo de atracción del talento de su tiempo, que atravesaba una etapa de pleno apogeo, y el arte se convirtió en una manera de vivir. Si no, es muy difícil de entender que allí donde mires, ya sean sus palacios renacentistas o sus basílicas medievales, una suerte de encantamiento turbe tu juicio y deambules por sus calles fascinada ante tanto prodigio. No en vano, el casco histórico de la ciudad de los Médici fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y atrae a nueve millones de turistas al año, lo que la convierten en una de las urbes más visitadas de Italia.

Los imprescindibles

Son necesarios varios viajes para apreciar tanto portento, pero algunas de sus maravillas imprescindibles son la Plaza del Duomo, con su conjunto catedralicio; el Palacio Vecchio, residencia de los Médicis hasta que se trasladaron al Palacio Pitti; la Galería de los Uffizi, que contiene las obras más valiosas del Renacimiento; la Plaza de la Signoría, un museo a cielo abierto; Santa Croce, iglesia gótica con los sepulcros de florentinos célebres; Puente Vecchio, con el famoso Corredor Vasariano; y el citado Palacio Pitti, con los jardines de Bóboli.

Torre de origen romano del Hotel Brunelleschi.

Hotel Brunelleschi

Aunque el casco histórico es muy manejable y las distancias son cortas, es aconsejable alojarse en el centro para disfrutar más la ciudad, cuando se vacía por la noche o cuando aún no han llegado las hordas de turistas por la mañana temprano. Además, las jornadas maratonianas de visitas a museos agradecen una morada próxima para algún momento de descanso.

El Hotel Brunelleschi es una estupenda opción que aporta excelente ubicación, buen servicio y un aliciente histórico del que pocos pueden presumir, al estar situado sobre las ruinas de origen romano de las que todavía se conserva una parte en sus sótanos, que alberga un museo, y una torre circular, que es una de las edificaciones más antiguas de Florencia, y que se utilizó como cárcel de mujeres en el pasado. En la actualidad, hace las veces del salón de desayuno, donde se sirven productos de calidad como frutas y zumos frescos, fiambre y quesos de la zona y bollería artesana; y además alberga el Restaurante Santa Elisabetta.

Espacios interiores del Hotel Brunelleschi, establecimiento situado en el centro de Florencia.

Santa Elisabetta

Con 2 estrellas Michelin, el restaurante Santa Elisabetta es uno de los más especiales de la ciudad, por estar situado en la citada torre romana del hotel y plantear un menú estacional con producto de temporada, que se puede personalizar, al dar la opción de elegir entre 3 propuestas, como son Rastros de innovación, el más corto con 5 platos; In-Contaminaciones, el intermedio con 7; y la Experiencia del Chef, con 9. Para una cena, la opción de 7 elaboraciones es la más equilibrada, y en ella se percibe innovación y apego al terreno a partes iguales, como sucede con la Anguila en salsa de yaquitori, con claras influencias orientales, o en Carpaccio Rossini, con crema de Foie gras, gelé de Oporto y patatas soufflé, con menor espacio para la fusión.

A resaltar 2 platos para el recuerdo, El salmonete en salsa de sus espinas y carpaccio y, sobre todo, Espagueti Tirrena, donde el sabor a mar se ve potenciado por ingredientes como la anchoa en salazón, el atún y la espirulina, que se cultiva en las costas próximas a la Toscana. Interesante carta de vinos y servicio joven, profesional y muy implicado.

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