En una ocasión, un empresario de la profunda meseta castellana me comentó que en sus vacaciones intentaba viajar a los países más lejanos porque con el paso de los años y su inexorable envejecimiento no le quedaría más remedio que realizar periplos cada vez más cercanos a su hogar por los achaques de la edad, hasta que realizase el último recorrido al camposanto, donde ya no te venden un billete de vuelta.
La reflexión me gustó tanto que he intentado seguir su recomendación, que en la actualidad es más fácil de llevar a la práctica gracias a los vuelos low cost y las agresivas ofertas comerciales. A este ejercicio de ganar tiempo a la vida, y de paso enriquecerla, a través de los viajes añado otra sugerencia: antes de la partida, leer dos o tres libros de los escritores universales del país que vas a visitar, otro ejemplar de historia para situarte en el contexto y, cómo no, la inevitable guía turística. De esta forma, puedes captar con más intensidad los pliegues de otras culturas, que cuanto más lejanas, más te ayudan a relativizar la tuya, los problemas cotidianos y las miserias de la tierra en la que vives.
Gracias a esos trayectos y lecturas, empiezas a interpretar mejor el complejo mundo en el que vivimos, en el que lamentablemente sólo se ha globalizado la economía, porque pese a herramientas como Internet sigue habiendo un gran desconocimiento entre los pueblos.
Sólo así llegas a comprender el ansia del éxito y la veneración por el dinero de los norteamericanos, sobre todo en Nueva York, lo que les hace ser tan competitivos, dinámicos y obsesionados por la riqueza que su conducta asusta -por no emplear otro verbo- a los viejos europeos acomodados en el bon vivant; o cómo el crimen organizado puede minar el enorme potencial de un gran país como México, donde la cultura de la corrupción se ha infiltrado en todas las capas de la sociedad, hasta en los que se supone que cobran una nómina del Gobierno para protegerte; o cómo en el comunismo tropical de Cuba es mejor ir a trabajar a que te den la jornada libre en el Primero de Mayo para que tengas que asistir a un maratoniano discurso de Fidel Castro de más de cuatro horas de duración bajo el sol de la tórrida Habana salpicado de porcentajes económicos que intentan ocultar la realidad que ven tus ojos; o cómo en un Brasil con enormes desigualdades sociales, en el que las favelas de los morros están colgadas sobre las lujosas urbanizaciones de la burguesía carioca en las playas de Copacabana e Ipanema, se abre paso una clase media capaz de dar estabilidad a un país que es casi un continente; o cómo Costa Rica, además de aprovechar su naturaleza como primera actividad económica gracias a un turismo ecológico gestionado de forma admirable, consiguió librarse de los conflictos armados gracias, y precisamente, a no tener ejército, con lo que evitó la espiral de violencia que sacudió Centroamérica; o cómo Perú intenta obviar una parte de su historia, la de los conquistadores españoles, y se mitifica una sobrevalorada civilización inca, que les sirve de excusa para echar la culpa de todos sus males a esos colonos hispanos aunque hace ya casi dos siglos que perdieron el poder; o cómo el odio racial sigue imperando en Sudáfrica pese al mediático Nelson Mandela y los negros descargan su rabia contra sus hermanos de raza emigrados de otros países más pobres, porque el blanco es intocable; o cómo en el Parque Chobe de Botsuana es fácil imaginarse el edén de los primeros días de la creación, cuando sólo había animales salvajes y majestuosos árboles; o cómo en Japón la cultura del esfuerzo, el sacrificio y el someterse al interés de la nación fue capaz de convertir una isla arrasada en la Segunda Guerra Mundial, y que hasta mediados del siglo XIX tenía un anacrónico sistema feudal, en la segunda potencia económica del mundo; o cómo en Egipto o Marruecos el islamismo radical impide la modernización de unas sociedades que desean occidentalizarse impulsadas por las aspiraciones de una juventud que en urbes atestadas de antenas parabólicas consume durante horas y horas los programas televisivos de Europa y EE UU; o cómo una Alemania en pleno crecimiento económico mantiene unas ciudades con un urbanismo discreto, sin ostentaciones, mientras que financia los derroches arquitectónicos de sus vecinos sureños; o cómo en Rusia la vuelta al comunismo es impensable en una sociedad entregada al consumismo y a la suntuosidad, pese a los estragos de la cleptocracia; o cómo …
Artículo de opinión publicado en el número de agosto de Castilla y León Económica