Desde sus inicios ha sido un proyecto atrevido. Allá por 1985 se plantaron en la provincia de Valladolid, a 2 kilómetros del Duero, las primeras parcelas de viñedo con uva de la variedad pinot noir en el reino de la tempranillo. En la actualidad, es más común encontrar uvas de diversas variedades en estos pagos, pero si nos retrotraemos 40 años atrás, nos damos cuenta de que este zona era un territorio dominado casi en exclusiva por la tinta del país, que es otro nombre que recibe la uva tempranillo. Alta Pavina se empeñó, desde entonces, en trabajar para mostrar que en estas tierras se pueden elaborar grandes vinos con una variedad tan particular como la pinot noir.
Se trata de un proyecto familiar capitaneado en la actualidad por los hermanos Diego y Hugo Ortega, que tuvo la osadía de plantar, en plena meseta castellana una uva procedente de la Borgoña francesa, de un cultivo además muy delicado y complejo. Tanto es así que algunos la llaman la uva del diablo. Y en contra de lo que pudiera pensarse, la variedad se adaptó a la perfección a las condiciones extremas del páramo donde se sitúa la bodega, en la localidad de La Parrilla, a 1.000 metros de altitud, garantizando el frescor que esta uva necesita para desplegar todo su potencial.
Alta Pavina elabora 200.000 botellas al año, de las que exporta un 60% a diversos mercados internacionales, de diferentes marcas: Citius, con 25.000 botellas de un monovarietal de pinot noir que pasa 18 meses en barricas de roble francés; Alta Pavina Pinot Noir, igualmente monovarietal de este tipo de uva, con seis meses de paso por madera francesa, del que se elaboran 45.000 botellas; Pavina Tinto, un coupage de tempranillo y pinot noir con 12 meses de barrica de roble francés y una producción de 55.000 botellas; Pago la Pavina, un coupage, en este caso de tempranillo y cabernet sauvignon, con 14 meses de barrica francesa y la elaboración de 35.000 botellas; Alta Pavina Pinot Noir Rose, con 10.000 botellas; y Pavina Verdejo, con 30.000 botellas.
A 1.000 metros de altura
Hugo Ortega, copropietario de la bodega vallisoletana, explica que además del uso de una variedad tan peculiar como la pinot noir, hay otros aspectos “diferenciales en nuestra forma de hacer las cosas. Nuestro viñedo se sitúa en un enclave muy particular, a 1.000 metros de altura y rodeado de vegetación. Es muy importante para nosotros respetar este ecosistema eliminando el uso de pesticidas en nuestro viñedo. Otro aspecto clave que define a nuestros vinos es nuestra filosofía respecto al uso de la barrica. No buscamos vinos marcados por la madera, sino que sea la uva y el terruño los que se expresen, predominando los aromas a fruta. Por eso nunca utilizamos un porcentaje elevado de barricas nuevas en nuestros vinos. Por último, decir que nuestra principal diferencia es nuestra filosofía, buscamos hacer cosas atrevidas y excepcionales y eso es algo que se refleja en los vinos”.
La bodega tiene en marcha un plan de renovación integral que pasa por la reconversión de su viñedo a 100% ecológico, la plantación de unas 70 hectáreas más que permitan atender “la gran demanda de vinos tan particulares y que actualmente no podemos atender al ser los únicos desarrolladores de la variedad pinot noir en Castilla y León”, la restauración de la vieja granja propiedad de la familia integrándola en el proyecto, y la renovación de toda la instalación productiva de la bodega para ser más eficientes energéticamente. Para el correcto desarrollo de este ambicioso plan estratégico, los propietarios calculan generar entre 45 y 50 nuevos puestos de trabajo.
En su plan estratégico de renovación integral “contemplamos la instalación de una bodega que nos permita producir entre 1,5 y 2 millones de botellas al año y poder atender las innumerables oportunidades que detectamos en el mercado, ya que nuestra actual capacidad productiva es de unas 300.000 botellas”, detalla Hugo Ortega.
Más información en el número de septiembre de Castilla y León Económica