Miles de castellanos y leoneses se fueron de vacaciones en agosto, según las agencias de viajes aceptando presupuestos desorbitados tal vez por el carpe diem que impera en nuestra sociedad tras la pandemia, sin saber qué les espera a la vuelta del asueto. Vivimos en un período de plena incertidumbre, tal como me reconocía el presidente de una multinacional con presencia en nuestra comunidad autónoma con responsabilidad sobre decenas de fábricas repartidas por todo el mundo, quien cuando desde la matriz le pidieron una proyección sobre la producción prevista para finales de año, por primera vez en su dilatada trayectoria profesional no le quedó más remedio que enviar 3 estimaciones: la optimista, la equilibrada y la pesimista.“Y aún así, me puedo equivocar”, matizó con sorna.
Las variables a las que nos enfrentamos tras el período estival son por todos conocidas: subida de los precios de la energía, estrangulamiento en las cadenas globales de suministro, inflación desbocada, costes disparados, déficit público descontrolado, mayor presión fiscal, inestabilidad geopolítica, globalización en retroceso, amenaza del fantasma bélico en la Vieja Europa, reconversión de sectores tan cruciales como la automoción por aventuradas decisiones políticas más que por la demanda real del mercado (“esto no es una transición ecológica, sino una revolución, y en toda revolución ruedan cabezas”, me comentó un ejecutivo de la industria automovilística), dependencia energética, inseguridad jurídica por los bandazos de nuestros gobernantes o recelos sobre el tiempo que durará la presente legislatura.
En una comida con un reducido grupo de empresarios de Castilla y León, Javier Vega de Seoane, ex presidente del Círculo de Empresarios y presidente de DKV, quiso ser optimista sobre la capacidad de España para superar etapas complicadas, pero reconoció que pese a que los graves problemas a los que nos enfrentamos necesitan acuerdos y soluciones a largo plazo, se toman medidas cortoplacistas “porque hay elecciones cada poco tiempo. El core business de los políticos es ganar en las urnas, pero cuando lo consiguen se olvidan de los clientes”, enfatizó. Una observación que la actualidad insiste en avalar un día sí y otro también.
Medidas cosméticas
Grandes retos económicos que se afrontan con medidas cosméticas, casi siempre perjudicando a las empresas y a una acorralada clase media, que me recuerda la atinada descripción del escritor y periodista argentino Jorge Fernández Díaz sobre su país, en el que se ha institucionalizado “una red de privilegios, un parasitismo como modus vivendi, una irresponsabilidad fiscal, un empecinamiento terapéutico con la economía, una apropiación del Estado, una indolencia frente a la impericia, un desprecio por la clase mierda, un desdén por el progreso y el ahorro, una estigmatización perpetua del enemigo, una metodología para potenciar resentimientos sociales; una forma aldeana, paranoica y rencorosa de ver el mundo”. Enunciado en el que veo reflejado a nuestro país, donde se extiende como una letal metástasis un incipiente populismo que fomenta el clientelismo de masas, parasita instituciones, azuza la polarización y el resentimiento social y anestesia a la sociedad civil al fomentar la dependencia económica de unos ciudadanos dopados con subsidios.
Volvemos bronceados y viajados para enfrentarnos a una coyuntura marcada por el endurecimiento de las condiciones monetarias, que junto con el descenso en la confianza de empresas y consumidores, apunta a un enfriamiento económico que muchos consideran el preámbulo de una recesión. Empieza el último cuatrimestre de este enrevesado 2022, en el que el destino no está predeterminado, pero cuyas circunstancias nos exigen estar a la altura de unos nuevos tiempos que se resisten a ser previsibles.