Fue a finales de diciembre de 1972 cuando por una casualidad, por el azar, empezaron a sentarse las bases de lo que en la actualidad es Grupo Hermi, compañía dedicada a la cría y sacrificio de conejos, que se ha convertido en referencia cunícola a nivel europeo. El mundo empresarial nunca deja de deparar sorpresas. Sólo desde ese prisma puede comprenderse algo tan difícil de explicar como que un negocio nacido de una situación fortuita y no premeditada haya cumplido nada menos que medio siglo de existencia, con lo difícil que resulta alcanzar esta longevidad para un negocio, incluso de carácter familiar.
Y además, que lo haga como líder de su sector en Europa, con magnitudes como los 82 millones de facturación estimada en 2021 y más de 16.500 toneladas de carne comercializadas, con una exportación del 15% a 17 países, cuatro centros de producción, más de 200 proveedores, de los que el 30% son integrados, y con una actividad económica de la que dependen unas 800 familias. “Somos una empresa familiar tractora, arraigada a sus orígenes, comprometida con el entorno y con la sociedad donde desarrollamos nuestra actividad”, sostiene Santiago Miguel Casado, consejero delegado de Grupo Hermi que integra, junto a sus hermanos Alfonso, Isabel y César, la segunda generación del negocio.
Orígenes
Pero volvamos a esos orígenes. Heriberto Miguel y María Casado, los artífices de este proyecto, son un matrimonio que a la sazón residía en Cogeces del Monte, un pequeño pueblo de Valladolid, donde siempre se habían ganado la vida como autónomos y, a pesar de que eran tiempos difíciles, sacaban adelante a una familia con 4 hijos. En las Navidades de 1972, una hermana de María que criaba conejos para autoconsumo y que siempre en esas fechas vendía ejemplares a carnicerías de Valladolid, sufrió el plantón del carnicero con el que había acordado la transacción comercial, de tal forma que se encontró con unos animales listos para el consumo, a los que si no sacrificaban en esos días perderían buena parte de su valor.
En aquel tiempo Heriberto vendía huevos en Madrid, que compraba en explotaciones avícolas de la provincia de Valladolid, principalmente. Su cuñada le propone llevarse esos conejos a la capital de España e intentar venderlos a su clientes, que eran sobre todo pollerías. El éxito fue abrumador. No sólo vendió sin dificultad los conejos, sino que le animaron a volver con más.
No pasó mucho tiempo hasta que Sanidad tomó cartas en el asunto para, por un lado, prohibir el sacrificio artesanal de esos animales; y por otro, regular las condiciones de los mataderos para poder disponer de autorización para realizar esa actividad. Este hecho provocó que llegaran al matadero familiar conejos de diferentes provincias ante la falta de instalaciones autorizadas, por lo que el matrimonio Miguel Casado fue incrementando esta actividad, hasta que a principios de los 80 un grupo de granjeros gallegos contactó con Heriberto para plantearle la posibilidad de proveerse de animales en territorio galaico. El sí del emprendedor cogezano implicó la construcción de un matadero de mayor capacidad en su pueblo. Fueron años difíciles, en los que incluso los 4 hijos, aún muy jóvenes, tuvieron que arrimar el hombro allí donde pudieron echar una mano.
Pero la actividad no era rentable: muchas horas de viaje con los animales sin comer ni beber, demasiadas bajas en el transporte y elevados costes para competir con otros operadores con producción más cercana en una época en la que llegaron a contabilizarse una veintena de mataderos en la región.
Década de los 80
Avanzada la década de los 80 la situación se tornó insostenible, con cuantiosas pérdidas, y se dio un giro de timón al negocio, poniendo el foco en la producción de Castilla y León. Ese momento coincidió con el relevo generacional de la compañía, cuando Santiago y Alfonso, los 2 hermanos mayores, que apenas contaban 20 años, se incorporaron al negocio compaginando estudios y trabajo.
“También en este aspecto somos una empresa familiar inusual, ya que no es habitual que el fundador de la compañía, siendo joven, con menos de 50 años, se ponga a las órdenes de la siguiente generación, que ya conocía los entresijos del negocio pues desde niños siempre habíamos ayudado a nuestros padres”, rememora Alfonso, director general de la compañía.
La apuesta, aunque arriesgada, salió bien. “Comenzamos a controlar el negocio, que hasta ese momento había controlado a nuestra familia”, apunta el ejecutivo. Análisis de procesos y costes y jornadas maratonianas hicieron posible salir de los números rojos y recuperar la rentabilidad.
Y casi sin darnos cuenta entramos en la década de los 90, en la que el acceso al Mercado Común Europeo implica también una adaptación legislativa y de infraestructuras. A la familia Miguel Casado se le plantea la disyuntiva de reformar el matadero de Cogeces del Monte o construir uno nuevo, mejor ubicado, tanto para los aprovisionamientos como para la distribución y la búsqueda de mano de obra. Y optan por lo segundo. Así es como en 1993 inauguran las instalaciones en el Polígono de La Mora, en La Cistérniga (Valladolid), donde hoy sigue asentado el cuartel general de la compañía familiar.
Reproductoras
A finales de los 90 la empresa decide iniciar la actividad de producción de conejos vivos, con un proyecto “muy ambicioso y revolucionario, que consistía en tener una explotación bien dimensionada, con 1.100 reproductoras, a banda única, con vacío sanitario. Ello no hubiera sido posible sin la inseminación artificial, poco utilizada en aquellos años, con más detractores que defensores de la técnica, pero que sin duda supuso una nueva revolución”, aclara Santiago. Poco tiempo después las 1.100 reproductoras pasaron a 2.200 y más tarde a 3.300 en 6 naves que actualmente continúan a pleno rendimiento, al frente de las cuales está César, el más joven de los hermanos.
“Esta explotación se convirtió con el tiempo en una referencia para la cunicultura de Castilla y León, pues las innovaciones que hacíamos se iban implementando en los crecimientos que nuestros proveedores iban acometiendo”, detalla Isabel, directora comercial de Grupo Hermi. Poco después de poner en marcha esta granja, y tras alcanzar un considerable volumen en el matadero de Valladolid, los responsables de la empresa toman conciencia de la dificultad que implica seguir creciendo orgánicamente, por lo que exploran otras posibilidades de expansión para tener presencia en otras regiones donde hubiera producción, con el objetivo de conseguir un tamaño que aportara ventajas competitivas que no podían tener con un único centro.
“Ya habíamos comenzado a trabajar con las cadenas de distribución moderna, que iban posicionándose y que entendíamos necesitarían contar con proveedores globales que pudieran atender su demanda a nivel nacional”, asevera Santiago.
Líder de Europa
En 2002 comenzaron a operar con un matadero en el País Vasco. En 2004 se hicieron con la gestión de otro en Galicia. 2 años después consiguieron incorporar mataderos en Castellón, Albacete y Portugal. “En 2007 formamos un grupo llegando a contar con un total de nueve mataderos, lo que nos permitió optimizar estructuras mediante el cierre de alguna de ellas y agrupando la producción en las mejor preparadas”, señala Isabel. Esta operación convirtió a Grupo Hermi en la mayor organización de producción de carne de conejo de Europa.
Verticalización
La segunda generación del negocio ha abordado con éxito otro gran proyecto, que no es otro que la verticalización. “Consideramos que era necesario copiar de las evoluciones que habían tenido lugar en sectores semejantes, como el porcino, pero fundamentalmente el avícola. Pensamos que una buena alternativa podría ser la verticalización, como forma de optimizar la producción, de cambiar la relaciones con los proveedores y sobre todo de ser más competitivos y estables”, afirma Alfonso. En 2013 empezaron a sentar las bases de este macroproyecto que ha cambiado el paradigma de la producción de conejos.
“Esta integración nos ha permitido mejorar sustancialmente procesos e implementar tecnologías que no existían en nuestro sector. Hoy podemos controlar el ambiente en las naves a través de los teléfonos móviles, tomar los datos técnicos con esos mismos dispositivos y poder tener información que permite ir mejorando las productividades y los costes, y por ende las rentabilidades de las explotaciones”, añade Santiago.
Controlar todas las fases del proceso les aporta una importante ventaja competitiva y les permite garantizar “el mejor producto con todas las garantía de seguridad alimentaria y sostenibilidad. Creo que durante estos 50 años nuestra empresa ha contribuido a la evolución de un sector que por no ser importante en el conjunto de la ganadería no ha contado con grandes empresas capaces de invertir”, como enfatiza Alfonso.
Sostenibilidad
Grupo Hermi cuenta con varias acreditaciones, como la Welfare Quality en bienestar animal bajo el protocolo certificado por Aenor tanto en las granjas como en el transporte y en los centros de transformación; en calidad el marchamo IFS nivel superior en todas las plantas; la certificación CCL de producto y el sello BSafe de protocolos anticovid elaborado y revisado por KPMG.
En su plan estratégico también juega un importante papel la sostenibilidad, mediante la valorización de subproductos para obtener energías verdes, fertilizantes orgánicos y alimentación para mascotas.
Balance
Y como no podía ser de otro modo, un 50 aniversario también es momento de hacer balance, echar la vista atrás y agradecer a todas las personas que forman o han formado parte del equipo de Grupo Hermi y “han hecho posible llegar hasta aquí. Porque somos lo que somos gracias a ellos”, subraya Santiago Miguel Casado, consejero delegado de Grupo Hermi.
Más información en el número de junio de Castilla y León Económica