José Rolando Álvarez, presidente del Grupo Norte, ha protagonizado uno de los casos de superación más sorprendentes de la clase empresarial de Castilla y León en las 2 últimas décadas. Este hombre, que se define a sí mismo como “muy tímido”, ha pasado de tener un verbo trabado a ser uno de los hombres de negocio que mejor habla en público, con un discurso fluido y un lenguaje gestual convincente que recalca sus estudiados mensajes.
Su caso recuerda, 24 siglos después, al de Demóstenes, considerado el más grande orador de la humanidad. Según la leyenda, el ateniense corrigió su tartamudeo ejercitándose en hablar con un pequeño guijarro colocado bajo la lengua. Gracias a su fuerza de voluntad logró corregir los defectos que lo afligían y pasar a la historia. A alguien que supera sus límites de esta forma no se le pone nada por delante. “Mi madre me inculcó que, con mucho espíritu de superación, todo en esta vida se puede conseguir”, apunta José Rolando, quien se estrenó en hablar en público en 2006 durante la presentación de su candidatura para la presidencia de la Cámara de Comercio de Valladolid, con una intervención que causó admiración entre los asistentes tanto por su contenido como por su facundia. Por supuesto, ganó las elecciones y fue presidente de la institución cameral durante 7 años.
Nacido en 1956 en un pueblecito del norte de la montaña leonesa (Ciguera-Crémenes) perteneciente al Parque Natural Picos de Europa, José Rolando conoce desde niño la cultura del esfuerzo y la necesidad del cambio para mejorar. Sus padres Manuel y Amelia, como tantos castellanos y leoneses, se vieron obligados a abandonar sus labores en el campo para emigrar a principios de los 60 a Bilbao. Allí trabajaron en la empresa recientemente creada por el hermano de Manuel, David Álvarez, el gran empresario recientemente fallecido que llegó a levantar todo un imperio empresarial con el Grupo Eulen y Vega Sicilia. 5 años después, sus progenitores vuelven a emigrar, esta vez a Valladolid, donde José Rolando llega con 11 años, por eso se siente leonés de nacimiento y vallisoletano de adopción.
El primer contrato
Al poco de vivir en la capital del Pisuerga, su padre funda un negocio en 1972 denominado Limpiezas del Norte. Sin saberlo, esa decisión marcaría el destino vital de José Rolando. “A partir de esa fecha, en mi casa se empezó a hablar de la marcha de la empresa tanto en las comidas como en las cenas. Eran tiempos en los que la gente montaba un negocio para autoemplearse, para salir adelante. No tiene nada que ver con hoy en día, donde los emprendedores tienen todo tipo de apoyos”, resalta el presidente del Grupo Norte.
El vínculo entre la familia y la empresa llegó a ser tan estrecho que José Rolando incluso recuerda con entusiasmo “nuestro primer gran cliente. Yo tenía 16 años y mis padres consiguieron un contrato con la sucursal del Banco Herrero en la Plaza Madrid de Valladolid. Lo vivimos como una fiesta”.
Poco a poco, el joven José Rolando se va introduciendo en el negocio, al principio ayudando con las facturas o elaborando presupuestos, a la vez que compaginaba sus estudios en Empresariales. Con 21 años, decide abandonar la universidad y dedicarse plenamente a Limpiezas del Norte. “Fue algo gradual, yo me sentía más satisfecho trabajando en la empresa que estudiando. Si hasta me llegaron a suspender primero de Contabilidad, cuando ahora interpreto un balance a 3 kilómetros de distancia”, recuerda.
En 1982, con 26 años, pasa a ser nombrado director general de la compañía “porque confiaban en mi gestión. En aquel entonces las empresas familiares no planificaban la sucesión. Mis padres fueron muy generosos al cederme el testigo, aunque ellos seguían implicados en el negocio ya que mi padre llevaba las relaciones con los clientes y mi madre con los trabajadores. Hacían un buen equipo”.
Con esos antecedentes, tiene muy claro porqué es empresario: “fue el entorno de mi casa, no sabría hacer otra cosa”. Aunque hoy en día es un hombre de negocios con influencia y proyección social, recuerda que en sus inicios “tenía que ocultar a mis amigos que era empresario, porque en aquellos años era sinónimo de explotador. Era como estar en la clandestinidad”, relata.
Modelo de negocio
Su modelo de negocio se basa “en crear buenos equipos de profesionales en cada momento histórico de la empresa y en cada contexto” -y es consecuente con sus palabras porque el pasado año cambió a la cúpula directiva de la corporación- y en “tener visión estratégica para ir por delante de la competencia e intuir la evolución de la demanda”. Para ello, no le importa reinventar el negocio, tal como hizo el pasado año al centrar la actividad de la compañía en ofrecer soluciones de alto valor añadido al cliente, en una estrategia que revolucionó el sector servicios.
Su principal reto es garantizar la sostenibilidad de una empresa tan compleja como el Grupo Norte, con unas ventas de 200 millones de euros en 2015 y una plantilla de casi 12.800 empleados, y que posee divisiones de Facility, Recursos Humanos, Outsourcing, Servicios Sociales, Seguridad y Correduría de Seguros.
Afirma tener una personalidad compleja, “porque por una parte soy muy entrañable y generoso, pero por otro lado reconozco que soy cartesiano y muy exigente con los demás ya que lo soy conmigo mismo”, matiza con una sinceridad poco común.
Presidente de Iberaval y Cesgar
Reconoce que trabaja más de 16 horas al día, porque aparte de sus obligaciones como máximo ejecutivo del grupo, también preside la SGR Iberaval, que es la mayor de España en número de socios, y la Confederación Española de Garantía Recíproca (Cesgar), que agrupa a las 20 sociedades españolas del sector, además de ser miembro del consejo social de la Universidad de Valladolid. Tiene comidas de trabajo todos los días; pero eso sí, intenta llegar a casa a las 21,30 horas como muy tarde “para acostar a mi hija de 2 años. Eso no lo cambio por nada del mundo”.
Suele desconectar los fines de semana “ya que debemos de tener una vida personal al margen de la empresa para ser más productivos. Si no hacemos otras cosas, terminamos siendo muy endogámicos y eso es malo para el negocio”, apostilla este amante de las motos, quien siempre que puede realiza una ruta.
Asegura que aprende “mucho de todo el mundo”, porque es una enseñanza que le dio su abuelo materno allá en las bucólicas montañas leonesas, quien le inculcó valores como lealtad, esfuerzo, honestidad y “ser humilde para aprender siempre de lo demás. Y eso me lo contó señalándome a un pastor de ovejas, de quien me dijo que aunque no sabía ni leer ni escribir, de ese señor podía aprender un trabajo tan importante como ordeñar”. Aquellas palabras en un agreste paisaje de los Picos de Europa marcaron la personalidad de un empresario que ha extendido sus negocios por toda España, Chile y Perú.
“Yo era el embudo”
“Yo era el embudo”. Álvarez siempre recuerda la anécdota en la que a principios de los años 90 se da cuenta de que la empresa empieza a estancarse. Entonces, decide encargar un informe a una consultora para introducir mejoras. Al final, el experto le indica que “el problema eres tú”. En un primer momento se quedó atónito, pero luego comprendió que era verdad, ya que la compañía había crecido mucho y él seguía manteniendo el control de todas las áreas. Así que decidió profesionalizar la gestión y apartarse del día a día. “En esta vida todos nos creemos imprescindibles y es un error. Cuando una empresa crece muy rápido, también hay que saber gestionar el éxito”, explica.
En su opinión, ha tenido varios fracasos, sobre todo cuando se ha diversificado a actividades de las que luego se ha salido, “pero fracasar tiene la parte positiva de que te inmuniza contra la soberbia”. Para él, nadie es empresario “por dinero, porque no hay forma de compensarte económicamente ya que dejas mucho de ti. La única satisfacción es ver la meta cumplida y seguir marcando nuevos objetivos. Es una adicción al vértigo”.
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