La palabra asertividad la conocí en la carrera. Básicamente nos enseñaron que es la capacidad de defender los propios derechos sin atacar los de los demás. Nos enseñaron también técnicas y pautas para ser asertivos y qué consecuencias tiene serlo o no serlo.
Simplificándolo, cualquier técnica asertiva tiene como elementos comunes:
– Describir (nunca valorar) las situaciones sobre las que queremos hablar.
– Expresar qué pensamos o cómo nos hacen sentir dichas situaciones.
– Hacer peticiones o proponer soluciones a la otra persona, para así no ver invadidos nuestros derechos y obtener lo que queremos, sin agredir al otro.
Sin embargo, mi primera lección de asertividad me la dio mi padre muchos años antes, sin yo saberlo en ese momento y seguramente sin saber él que lo que hizo se llamaba así.
Visita
Era una mañana de un invierno cualquiera de los 80 y, como muchísimas veces, 2 testigos de Jehová -en este caso 2 mujeres-, asaltaron nuestra casa en la búsqueda de una cita para explicar, con profundidad, sus creencias y así poder sumar testigos a su causa. Ese día, por fin, consiguieron su propósito y mi madre accedió a que vinieran a visitarnos una tarde de miércoles, sobre las 20:30 horas, momento en el que mi padre también estaría en casa.
Esta parte de la historia no la recuerdo muy bien, pero supongo que cuando mi madre se lo contó a mi padre, no le haría ninguna gracia. El caso es que un miércoles de un invierno cualquiera de los 80, a las 20:30, las 2 seguidoras de Jehová, puntuales, llamaron a la puerta.
Mis padres, educados ellos, las acompañaron al cuarto de estar y las invitaron a sentarse para escucharlas.
Casualmente, aquel miércoles jugaba la selección española de fútbol (creo que mi madre no se dio cuenta de ese importante detalle) y la tele estaba encendida, pues estábamos viendo el partido. Antes de comenzar su sermón, una de las mujeres le dijo a mi padre: “¿Podría apagar la tele para que así podamos estar centrados en el importante tema que vamos a tratar?”. No lo recuerdo muy bien, pero seguro que mi a padre no le hizo ninguna gracia. Sin embargo, apagó la tele (conducta pasiva). Lo que sí recuerdo es que a mis 10 u 11 años, que me quitaran el partido me molestó bastante. Aún así me callé y me puse a jugar allí mismo con mis hermanos (4 y 5 años menores que yo).
A los 2 minutos (o menos), la otra mujer, mientras mi padre, fumando, las escuchaba, le dijo: “¿Le importaría apagar el cigarro, pues nos molesta el humo?”. No lo recuerdo para nada, pero puedo imaginar la cara de indignación de mi padre. Aún así, no dijo nada y apagó su cigarrillo (de nuevo conducta pasiva).
Y como cosa de 2 minutos más tarde, una de ellas comentó: “¿Podrían enviar a los niños a jugar a otro cuarto, pues con el ruido que hacen no podemos tener una buena conversación?”.
Lección
Y ahí llegó mi clase magistral:
Mi padre respiró hondo y, en lugar de echarlas con una patada en el culo a cada una, respondió:
– Descripción de hechos: “Hemos accedido a que vengan a nuestra casa a una hora en la que estamos en familia descansando. Nos piden que apaguemos la tele y la apagamos. Me piden que deje de fumar y apago mi cigarro. Y ahora, ¿quieren que mis hijos se vayan a otro lugar?”
– Lo que se piensa y siente: “Por ahí ya no paso. Mis hijos están en su casa y jugarán donde quieran jugar”.
– Petición asertiva: “Hagan el favor de recoger sus libros y sus abrigos y las acompaño hasta la puerta. Les pido también que no vuelvan nunca más a llamar a esta casa, pues no las atenderemos”.
Y así es como mi padre nos libró de las periódicas visitas jehovitas y yo recibí, sin darme cuenta, mi primera lección de asertividad.
Félix excelente ejemplo de asertividad, EHORABUENA!!