Ir a ver a mis abuelos (aún tengo la suerte de tener a 2 de ellos con vida) es una de las cosas que más me reconforta y apacigua, algo que disfruto realmente.
Mi abuela Espe, a pesar de ser prácticamente analfabeta -como ella dice “yo no leo, letreo”-, es una de las personas más sabias que conozco. Supongo que a cierta edad has acumulado tantas experiencias que, a poco que hayas reflexionado sobre ellas, te conviertes en alguien con sabiduría, sabiduría de verdad, de la buena, mucho más allá de tus conocimientos sobre cualquier tema.
Para mí ella, además de 100.000 cosas más, es una gran fuente de energía y motivación. Por 2 razones fundamentales, la primera es porque siempre la recuerdo contenta y alegre hacia nosotros, sus nietos, independientemente de su estado de salud o de ánimo e independientemente de que haga mucho o poco que vayamos a verles. Siempre que voy a visitarla está contenta de que vaya y siempre tiene a cambio una sonrisa para mí. Es como los niños pequeños que al rato olvidan y no tienen en cuenta el daño que les hayas causado.
La otra -que espero que os valga a todos- es porque me hace aterrizar y valorar cosas que en el día a día no soy capaz de ver y valorar. Ella me enseña a mirar con otros ojos la realidad.
Pasajes de su vida
Me encanta cuando abre para mí su caja de la memoria y me describe pasajes de su vida.
Me cuenta que recuerda ser niña y no tener más juguetes que una muñeca de trapo a la que pasaba horas peinando. Y eso me hace pensar en la cantidad inmensa de juguetes que tienen mis niños y cómo se cansan de ellos a la media hora de tenerlos.
Me cuenta que había días en los que se acostó sin haber comido más que una sopa de pan. Y eso me hace reflexionar acerca de la cantidad de comida que tiro por diversas causas.
Me cuenta que se vino sola a Valladolid desde su pueblo –Baltanás (Palencia)- en plena adolescencia a servir a una casa, sin ningún medio para comunicarse con su familia más que las cartas que malamente sabía escribir y leer. Y eso me hace pensar en lo impaciente que me pongo yo cuando alguien tarda en responderme un mail o un whatsapp.
Me cuenta que ha vivido durante muchos años en un contexto donde decir ciertas cosas y llevar la contraria estaba penado. Y eso me hace pensar en lo afortunado que soy por poder decir lo que pienso en un lugar público como éste y que la gente me pueda responder lo que quiera sin temer, ni ellos ni yo, represalia alguna por ello.
Me cuenta tantas cosas de otros momentos de su vida que, sin querer, me transporto con ella a aquellos años y miro éstos en los que me ha tocado vivir con otras gafas diferentes, con unas gafas con las que veo que hemos adquirido tantas comodidades que no valoramos las cosas que tenemos, sino las que nos faltan. Y un detalle que no es baladí, que las cosas que queremos ¡las queremos ya!
Y así, cuando regreso de visitar a mi abuela, ella, sin saberlo, me ha regalado una sesión de coaching y ha trabajado conmigo con una de las técnicas que más se utilizan en nuestra profesión, el cambio de perspectiva para mirar y abordar un problema.
Porque cuando miro mis problemas desde sus ojos, desde su historia vital, durante un tiempo soy capaz de minimizarlos y de pensar que realmente me quejo por tonterías.
Qué buen artículo, gracias por compartir la sabiduría con mayúsculas. Me alegro que puedas disfrutar de tu abuela 🙂
Qué suerte tienes de tener una verdadera coach en la familia!!!!
Cuánta certeza, sabiduría, sencillez y niñez deslumbra tu abuela a través de tu artídulo. Tienes un tesoro al que poder apreciar y disfrutar de su presencia en tu vida. Disfrútalo.
Gracias Lidia! Sí es una suerte tener una abuela así y que aún esté con nosotros, seguiré disfrutando de ella, cómo no.
Gracias por tus palabras y tu comentario Esti, disfrutaré a mi abuela hasta que la vida nos deje 🙂