Hace ya unos meses fuimos a pasar el día al Parque Warner con los peques. Como podéis imaginar (y alguno habrá vivido), pasar un día en un parque de atracciones con niños pequeños supone no salir de sus zonas de carruseles y que tu día se limite a hacer fotos, decir adiós 2.457 veces y subirte con ellos en alguna feria infantil.
Haciendo cola con Miguel (7 años) en una de ellas, He visto un lindo gatito, sucedió algo de lo más gracioso (porque no me pasó a mí y porque no tuvo consecuencias para nadie).
La atracción consiste en dar vueltas sobre un eje, tumbados boca abajo y a una cierta altura. El caso es que al terminar el viaje anterior al que nos tocaba subir a nosotros, el aparato se quedó atascado a metro y medio del suelo. Visto desde fuera era cómico ver a los niños y a sus padres ahí colgados, veíamos claramente que no existía ningún riesgo e incluso ellos mismos se lo estaban tomando a broma… Hasta que el factor humano entró en acción.
Por la megafonía, la persona que estaba al mando del carrusel, sin tener en cuenta a quién se dirigía y qué podían sentir, lanzó un alto y claro: “la atracción se ha estropeado, no se pongan nerviosos que ya hemos avisado y cuando pueda venir alguien lo arreglamos y les bajamos”.
Y ahí sí, los que acababan de estar persiguiendo a Piolín se empezaron a impacientar y alguna que otra risa tornó en llanto (vamos como Silvestre al final de cada capítulo).
Impacto
Aquella situación me hizo pensar en la poca capacidad que a veces tenemos para evaluar el impacto de lo que decimos en los demás y cómo, más allá de que el mensaje que lancemos esté mejor o peor preparado, lo que realmente importa es la capacidad de empatía que tengamos con quién va a recibirlo.
Es posible que a esa persona no le hubieran formado en habilidades de comunicación en situaciones de crisis, pero yo me pregunto que si simplemente hubiera pensado “de estar yo ahí colgado con un niño al lado (o si fuese un niño), ¿qué me gustaría que me dijeran?“. ¿No hubiera encontrado otra manera de decir que en breve estarían todos disfrutando de su día de feria?
Éste sólo es un ejemplo, algo exagerado, de múltiples situaciones que a todos nos pasan en nuestro día a día. Algo nos viene a la cabeza y ale, ¡allá va! ¡Tú verás cómo lo encajas!
Pensar en qué decimos y cómo lo decimos es fundamental para comunicar bien, para llegar a los demás. Pensar además en cómo lo va a recibir la otra persona y en qué estado emocional se encuentra para recibirlo, es aún mejor, pues cuántas veces herimos por no tener en cuenta este trascendental detalle.
Es por ello que pasar por el filtro de la empatía nuestras ideas antes de que se conviertan en palabras al viento es un ejercicio que deberíamos obligarnos a hacer de continuo. Pues como dice el proverbio chino, Hay 3 cosas que nunca vuelven atrás: la flecha lanzada, la palabra pronunciada y la oportunidad perdida.
Por cierto, en muy poco tiempo vino una persona que solucionó el problema y todos se bajaron tan contentos (algunos a toda prisa). Y sí, Miguel y yo nos atrevimos a montar confiando en que, como así fue, el carrusel funcionara de maravilla y pasamos un gran día en la Warner, con una simpática anécdota que contar.
