Me escapé a Santander en el puente de San José y la ciudad me recibió hermosa y con una climatología tan cambiante que pude saborear casi las cuatro estaciones en dos jornadas. Nada más llegar, fui directa a la costa para llenarme de yodo y sal y El Sardinero presentaba una bajamar que descubría la anchura de sus dos playas unidas sin solución de continuidad. Un cantábrico apacible y otoñal impregnaba el ambiente templado de humedad. A la mañana siguiente subió mucho la temperatura y los vientos de Sur rizaron la bahía para regalarme un día luminoso de primavera, que se convirtió en invernal antes de terminar la tarde porque el viento roló a gallego y trajo las tan ansiadas lluvias.
Como sabemos todos los que añoramos el Norte, cuanto el tiempo empeora una alternativa estupenda es disfrutar de su variada y exquisita gastronomía. Y eso fue lo que hice el sábado por la noche y además me decanté por un restaurante que hacía mucho que no frecuentaba. Siempre había sido un valor seguro: rústico, pero de cocina casera hecha con mimo. Los buenos amigos, que conservo en la tierruca y con los que compartí cena, me alabaron la elección, porque además me aseguraron que se había vuelto a poner de moda, con un reciente cambio en la gestión del negocio que había mejorado el servicio.
Y doy fe, porque así como la ciudad la había visto a medio gas pese a ser puente en regiones como Castilla y León y Madrid que la aportan tradicionalmente mucho turismo, el Mesón El Riojano estaba a rebosar, algo inaudito en los tiempos que corren, lo que insuflaba al ambiente una vitalidad casi olvidada. Y además, los nuevos gestores habían conservado su decoración de bodega, tan característica del local, con bancos corridos de madera y cubas pintadas con diversos motivos. Un acierto.
Comida tradicional cocinada con mimo
Sin muchas concesiones a la innovación, pero con materia prima de gran calidad y elaboraciones tradicionales, en el Mesón El Riojano se pueden degustar desde unas buenas rabas de calamar fresco, pasando por un pudin de cabracho, hasta una extraordinaria lubina horneada a fuego lento y unas antológicas albóndigas de verdel o una amplia gama de carnes. No se pierdan el apartado de postres, deliciosos. Y aunque no viene en la carta, pidan uno que elaboran con helado de chocolate y naranja, cuya fruta pelan directamente delante del comensal extrayendo cada gajo a golpe de cuchillo, todo un espectáculo visual y también para el paladar.
Antes de la cena es recomendable tomarse unos vinos por esa zona de el Río de la Pila, recuperado ya de tiempos pretéritos más degradados y canallas. Y es que el Ayuntamiento santanderino ha hecho un verdadero esfuerzo, quizás desproporcionado visto desde los tiempos actuales de austeridad, en lavar la cara de este barrio instalando incluso en su parte más alta unas escaleras mecánicas para acceder a un ascensor y salvar así el pronunciado desnivel de la citada calle, por otro lado característico de otras rúas de la capital de la montaña. Merece la pena el paseo hasta la cima a la que conduce el elevador para admirar la vista de la ciudad y su bahía, una de las más bonitas del mundo, según los lugareños.