En el pasado puente de la Constitución estuve en Berlín y constaté que los alemanes ahorran desde hace años en energía eléctrica porque sus calles se quedan casi a oscuras en barrios un poco alejados y tampoco practican un gran despliegue luminoso en los cascos urbanos. Sin embargo, donde no escatiman es en las calefacciones de sus establecimientos. Así, cuando llegas a un restaurante tienes que empezar literalmente a desnudarte de la sucesión de capas de ropa que llevas para combatir el duro invierno germano hasta lo socialmente correcto, aunque en algunos salones se podría cenar casi en bikini.
En España, sin llegar a los extremos alemanes, la temperatura de los locales casi siempre era agradable, excepto en algunos restaurantes de la cornisa cantábrica, donde se aprovechaban de un clima templado para prescindir de la calefacción, lo que me causaba una sensación térmica incómoda incrementada además por la humedad que lo impregna casi todo.
En la actualidad, la cosa ha cambiado. La crisis que afecta a este sector ha forzado a aplicar de forma drástica la tijera, lo que se refleja ya no sólo en un peor servicio, porque se han reducido las plantillas, y en una menor calidad porque la rotación de la materia prima es inferior al haber una escasa afluencia, sino que se extiende a un descenso en la confortabilidad de los establecimientos por ese ahorro energético del que me hacía eco.
Frialdad térmica y ambiental
Y es que ahora cuando acudes a un restaurante no es infrecuente ver a lado de las no más de tres mesas ocupadas un foco de calor, bien sea en forma de calefactor de aire pegado a los pies de los comensales, o bien esas chimeneas que se usan en las terrazas para hacer más soportable el vicio del tabaco y que han pasado también a formar parte del mobiliario del interior de local.
La sensación es fría, más bien diría que gélida, y no sólo porque hasta que los habitáculos adquieren temperatura pasas unos primeros minutos encogida en la silla, sino porque con suerte compartes el establecimiento con un par de mesas más, lo que entristece el ambiente.
Qué lejos quedan los días donde era imposible comer sin previa reserva, o donde los restaurantes estaban llenos a rebosar y doblaban sus mesas. Ahora algunos atraviesan una situación agónica, otros han cerrado ya sus puertas y otros se mantienen gracias al duro equilibrio que sólo saben practicar los negocios familiares.
Menos mal que este invierno ha sido benévolo y se atisban sus últimos, aunque heladores, estertores. A ver si la primavera que ya se vislumbra destierra al menos una parte de esa frialdad e impregna al ambiente de un aroma de renovada vitalidad.
este invierno ha sido benévolo??
Hasta la reciente hola de frío, creo que ha sido bastante benévolo.