Mi curiosidad innata me lleva siempre a experimentar, pero esta vez me salvé, porque ya lo había probado un par de años antes en la ciudad alemana de Düsseldorf; y les aseguro que con una vez es bastante. Estoy hablando del vino dulce que se sirve tradicionalmente en los mercados navideños germanos cuando llegan estas fechas y que ha sido envenenado por la acción de un desalmado causando intoxicaciones a varias personas la pasada semana en Berlín. Creo que no le ha tocado la china a ningún compatriota y es raro, porque la ciudad estaba llena de españoles debido al súperpuente de diciembre.
Lo cierto es que ese bebedizo dulce que se sirve caliente en las casetas de madera resulta horrible, con veneno o sin él. En general, los vinos tintos alemanes dejan bastante que desear y en lo que realmente destacan es en sus blancos, sobre todo los Riesling.
Son muy complicados de pedir, porque pese a ser uno de los pueblos más organizados del mundo, a la hora de elegir uno de estos caldos la carta resulta caótica al tener una clasificación muy difícil para los profanos. Si se acierta, para lo que hay que dejarse recomendar por el sumiller, prepárese para disfrutar con su sutileza y delicadeza.
La ciudad de Berlín ofrece una buena oferta culinaria, con precios para todos los públicos y locales de diferentes gustos y comida cosmopolita. No en vano es una capital dinámica, muy tolerante y con una burguesía culta a la que satisface la diversidad gastronómica.
Desigual balance de la oferta culinaria
Yo iba con la idea de testar el nivel de su alta cocina y en general el balance fue bueno, aunque con algún altibajo. Y digo esto porque me sorprendió gratamente su servicio en sala en dos de los cuatro restaurantes a los que acudí, con mucho personal, muy profesional, amable y especialmente atento a todos los detalles. En ambos casos, contaban con estrellas Michelin, Fischers Fritz con dos y Tim Raue con una. En el tercero de los establecimientos, Die Cuadriga, también galardonado con la preciada distinción, la situación fue otra, ya que una teutona hacía las veces de jefa de sala, sumiller y camarera y por mucha eficacia germana de la que hacía gala, no daba abasto y el servicio se resintió bastante.
La cocina, en general, tiene bastantes influencias, sobre todo francesa y oriental, incluso finlandesa como sucede en Die Cuadriga, lo que aporta una visión rica y cosmopolita. Maestría en las distintas técnicas culinarias en los puntos de cocción y en la elaboración de sus guarniciones que congeniaban a la perfección como en el Ábalon con cítricos, creación exquisita y sorprendente del más creativo de los tres, el restaurante Tim Raue. Los precios por encima de la restauración española a igual categoría, lo que también sucede con sus vinos.
El que me dejó bastante fría fue el restaurante español Dos palillos, de Albert Raurich, antiguo jefe de cocina de El Bulli, y ubicado en el Hotel Camper, en uno de los barrios alternativos y más interesantes de Berlín. Se trata de un local de tapas orientales bastante anodino, con una oferta muy reducida y cuyas expectativas en la carta no se corresponden con los platos de escasa creatividad culinaria y materia prima mediocre. Flaco favor a la imagen de nuestra gastronomía. En la primera oportunidad, probaré suerte en el de Barcelona, para quitarme el mal sabor de boca, espero.
