Existe una creencia dominante que sostiene que la historia de las sociedades desarrolladas dibuja una línea ascendente de progreso, como ya defendió el inglés Edward Gibbon a finales del siglo XVIII en su monumental obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano al afirmar que “cada edad del mundo ha aumentado, y sigue aumentando todavía, la riqueza real, la felicidad, el saber y tal vez la virtud de la especie humana”. Por contra, otra teoría que comparto defiende que, al igual que la vida misma, la evolución de los pueblos traza unos dientes de sierra, a veces muy pronunciados.
Existen coyunturas en las que uno tiene la sensación de que nos encontramos ante un escenario estancando, en el que de las decisiones que se tomen en las próximas fechas dependerá que se mantenga el progreso o registremos una involución. O como en la disparatada frase que se le atribuye a un dictadorzuelo sudamericano, “estábamos al borde del abismo y dimos un paso adelante”. Y así se encuentra el panorama político tanto en la UE con el Brexit como en España con un Gobierno aún sin constituir a la hora de escribir estas líneas, y en Castilla y León, donde a partir de septiembre está por ver la eficacia del inaudito Ejecutivo PP-Ciudadanos tras más de 30 años de absoluta hegemonía de los populares.
Inestabilidad
Vista la actual composición del Congreso de los Diputados y de muchos gobiernos autonómicos, parece que la inestabilidad, consecuencia de la crisis y la posterior irrupción de nuevas formaciones políticas, ha llegado para quedarse. Por eso, los territorios que sean capaces de aplicar planes a largo plazo y mantener una estabilidad en sus instituciones serán los más competitivos para atraer inversiones y dinamizar su economía. Y ése es el gran reto que tienen ante sí Alfonso Fernández Mañueco y Francisco Igea, convertir a Castilla y León en un remanso político para afianzar su crecimiento económico dentro de una convulsa España.
Para ello, deben de alejarse de disputas cainitas, zancadillas en la acción del gobierno y fuegos artificiales dialécticos para centrarse, dentro de sus lógicas discrepancias, en la puesta en marcha de planes estratégicos que devuelvan el pulso inversor de la Administración y apoyen la actividad empresarial, porque la maquinaria pública de Castilla y León lleva mucho tiempo paralizada. Cada uno, desde las parcelas de poder que se han repartido en las diferentes consejerías, deberá competir con lealtad institucional por ser el que más proyectos e inversiones saque adelante y olvidarse de las conspiraciones palaciegas propias de los mezquinos.
Dilatada experiencia
De momento, el punto de partida es óptimo al haber designado como responsables de las consejerías más vinculadas con el desarrollo económico a personas con una dilatada experiencia y conocedores tanto de la complicada maraña administrativa como del tejido empresarial. Es un buen comienzo para dinamizar un territorio que afronta grandes retos como la galopante despoblación, el envejecimiento de sus habitantes, el desequilibrio territorial, la fuga de talento, la falta de dinamismo empresarial o el escaso peso en el panorama político nacional.
Que Fernández Mañueco e Igea recuerden las palabras de Montaigne en las que afirma que todas las acciones públicas “son susceptibles de interpretaciones inciertas y diversas, pues las juzgan demasiadas cabezas”. Confiemos en que sus actuaciones y medidas sirvan para mantener la estabilidad política de las instituciones, que hasta ahora ha sido marca de esta tierra, como primer paso para relanzar nuestra adormecida economía. Progreso o decadencia.