Michel Ende, el famoso autor de La historia interminable, cuyo argumento luego fue llevado al cine con un enorme éxito de taquilla, publicó en 1973 una obra menos conocida titulada Momo, que es el nombre de la principal protagonista de esta novela fantástica: una niña huérfana que tiene la singular virtud de saber escuchar a todo el mundo, lo que la convierte en alguien con un gran atractivo. Este entrañable personaje literario, del que ya me había olvidado, volvió a mi mente cuando recientemente me comentaron varias anécdotas de la visita de François Michelin a Aranda de Duero (Burgos), con motivo del acto en el que fue nombrado Hijo Adoptivo de la localidad burgalesa.
Asistí al evento celebrado en la Casa Consistorial y me quedé sorprendido por 2 motivos. El primero, por el cariño que le demostraba la gente del pueblo en un salón de plenos abarrotado, de forma que muchos tuvieron que conformarse con saludarle agolpados en la entrada del Ayuntamiento, algo inusual si tenemos en cuenta la tradicional mala imagen de la clase empresarial entre el resto de los mortales. A decir verdad, el tumulto parecía más propio de una muchedumbre esperando a una estrella del fútbol o del rock que a un empresario ya jubilado.
Y en segundo lugar, por su discurso. A sus 88 años consiguió meterse a la audiencia en el bolsillo con una intervención que cumplía las reglas de oro de todo buen orador. Los silencios bien medidos, la utilización del plural para implicar a los asistentes y el empleo de una pregunta retórica al principio del discurso: “¿sabéis lo que habéis hecho?”, espetó. Y después de unos segundos de silencio, él mismo se contestó: “ahora tengo otra familia, con todo lo que ello implica”. A un veterano directivo de Michelin le comenté que se notaba que François había recibido formación de alto nivel en cómo estructurar y pronunciar un discurso. “Qué va, él es así. Pueda que sea al revés, que los teóricos de cómo pronunciar un discurso se hayan fijado en él”, me respondió.
Sentí curiosidad por la persona más que por la figura del empresario, así que pregunté a varias personas que le habían acompañado durante la jornada en Aranda de Duero cómo era François Michelin en la cercanía. Y las anécdotas que me relataron confirmaron lo que percibía mi no siempre atinada intuición.
Comida con los trabajadores
Preguntado sobre si deseaba visitar la fábrica, François dijo que era lo que más le apetecía y que quería además comer en la factoría con el resto de los trabajadores, nada de almuerzo privado con los máximos ejecutivos de la multinacional. Así que recorrió unas instalaciones que le deben mucho, porque al fin y al cabo él tomó la decisión en 1970 de ubicar la planta en la citada localidad burgalesa.
El que fuera máximo responsable del Grupo Michelin desde 1955 hasta 1990 saludó a un trabajador que se jubilaba ese día y al enterarse le dio 2 besos en las mejillas con toda naturalidad, lo que provocó lágrimas en el operario. Un segundo empleado le dijo: “está usted en su casa”, a lo que Michelin contestó: “no, en la nuestra”. Otro le comentó con orgullo que su padre también trabajada en Michelin, a lo que François contestó: “el mío también trabajó en la empresa”.
Según sus allegados, Francois no considera el dinero como un fin en sí mismo, sino como un medio para invertir, mantener el crecimiento de la empresa y crear empleo porque, según su criterio, las personas sólo pueden sentirse realizadas si tienen un trabajo digno.
Durante su discurso en el Ayuntamiento, François habló de valores, de personas, de ética, de humanismo, unos conceptos alejados del mundo empresarial y financiero de hoy en día y que nunca debieron de quedar olvidados pues se habría evitado la brutal crisis y los ¿inevitables? casos de corrupción y mala gestión que salpican la actualidad informativa en las altas esferas económicas.
De donde surgen las ideas
En la charla distendida con una parte de la plantilla, hizo una pregunta que desconcertó mucho: “¿sabéis por qué tengo las orejas tan separadas?”, lo que en España llamamos de soplillo. Y a continuación él mismo respondió poniéndose las manos detrás de los pabellones auditivos: “de escuchar a la gente”. Esta virtud me la corroboró un ejecutivo, quien me explicó que François escucha por igual a todo el mundo, tanto a los presidentes de las filiales de la multinacional como a los operarios de inferior rango “porque no le gustan las etiquetas y cree que los mejores consejos y observaciones para la empresa pueden llegar del más humilde trabajador”. Las ideas surgen donde menos te lo esperas, suele comentar François.
Por esas anécdotas del también Caballero de la Legión de Honor de Francia volví a acordarme del olvidado personaje de Momo.
Te prometo que, según te leía, he sentido envidia de que pasaras una día viendo y escuchando a una persona así. Gracias por compartirlo con los que no tuvimos esa suerte. Un abrazo
Hola colega bloguero: Sólo estuve en el acto del Salón de Plens del Ayuntamiento de Aranda de Duero. Las otras anécdotas de la visita y comida en la fábrica de Michelin me las comentó personal de la empresa y me parecieron tan significativas de cómo entender el mundo de la empresa que las reflejé en este post para que no quedaran en el olvido. Un abrazo.
Buen artículo, Alberto.
Has hecho honor a un gran hombre que es un ejemplo a seguir por todos nosotros empresarios.
Buenos días, César: Muchas gracias por tu comentario y por participar en este post. Como muy bien dices, es un ejemplo a seguir. Un abrazo.