A finales de 2008, cuando ya había pasado un año desde que estalló la crisis, pensé que era afortunado porque en mi entorno más próximo nadie había sufrido los efectos de este declive económico. Cuatro años después tengo que decir lo contrario, apenas conozco a alguien que no haya padecido las consecuencias de esta histórica recesión.
Como una peste de la Edad Media que se expande con velocidad por las poblaciones, el crack ha infectado a numerosas personas que he podido conocer gracias a mi profesión de periodista y cuyas vidas han dado un giro copernicano en poquísimo tiempo. Desde el gran empresario que se ha visto obligado a desprenderse del negocio familiar levantado gracias al esfuerzo de varias generaciones; hasta industriales cuya carga financiera les ha llevado a malvender una a una sus sociedades hasta desmantelar su imperio; pasando por funcionarios a quienes les han recortado el sueldo y, lo que es más grave, cercenado su carrera profesional en la administración pública; políticos -sí, ellos también- que accedieron a cargos de responsabilidad con la ilusión de diseñar planes y proyectos y que las actuales circunstancias les han llevado a centrar sus esfuerzos en aplicar ajustes tras los cuales saben que hay trabajadores que irán al paro, empresas que cerrarán sus puertas y personas que perderán calidad de vida; directivos con salarios rebajados y una retribución variable que es una entelequia pues los objetivos comerciales son imposibles de cumplir en un moribundo mercado nacional; periodistas despedidos pese a llevar varias décadas en esta desagradecida profesión; ejecutivos que planificaban su prejubilación, después de años de esfuerzos en puestos de responsabilidad, y que tienen que alargar su vida profesional pese a las pocas fuerzas, y sobre todo ilusiones, que les quedan; autónomos condenados a cerrar sus pequeños negocios ahogados por las deudas y con una experiencia tan negativa que ya no tienen ganas de volver a intentarlo; jóvenes que retrasan trascendentales decisiones vitales como casarse o irse del hogar familiar ante su inestabilidad laboral; profesionales del sistema financiero con la amenaza constante de ser despedidos por los inacabados procesos de fusión y, lo que es más lacerante para ellos, que han perdido la confianza de sus clientes después de muchos años de relación por venderles productos o acciones avaladas por sus jefes, cuando en realidad eran un engañifa financiera; pequeños ahorradores atrapados en inversiones inmobiliarias o bursátiles con grandes pérdidas que les impiden acceder a una liquidez tan necesaria ahora para sus ajustadas economías domésticas; jóvenes acomodados a los que ya no les queda otra que ver en la emigración una alternativa para empezar a labrarse su futuro, muy lejos de los suyos; empresarios de edad avanzada que deben de viajar constantemente al extranjero para buscar los negocios que no encuentran en sus mercados locales y que ven atónitos que, aunque se encuentren en la última etapa de su trayectoria empresarial, deben de luchar con el mismo tesón que si estuvieran iniciando, de nuevo, su primer negocio; opositores a un empleo público que después de años de estudio comprueban que su esfuerzo será estéril ante la falta de convocatorias; comerciantes y tenderos con el miedo incrustado en los ojos porque han visto a muchos de los suyos sucumbir y cada vez les quedan menos fuerzas para abrir la verja de su local todas la mañanas con la esperanza de captar clientes fantasmales; jóvenes cocineros de enorme talento sin poder desarrollar su creatividad en los fogones obligados a elaborar menús muy baratos para comensales con un presupuesto limitadísimo; investigadores que se han quedado con los proyectos a medio camino por la falta de fondos; padres preocupados porque ya no saben si podrán sufragar la formación que hubieran querido dar a sus hijos; familias obligadas a malvender parte del patrimonio acumulado tras años de sacrificios …
Son casos reales, no se trata de un ejercicio de imaginación. Deténgase un momento y reflexione sobre cuántos de sus amigos, familiares o conocidos se encuentran en una situación similar, afectados por una crisis que parece una maldición bíblica, aunque, como siempre, sus orígenes y causas se encuentran en la necedad de los hombres.
Artículo de opinión publicado por Alberto Cagigas en el número de septiembre de Castilla y León Económica
y demos gracias que aún podemos seguir peleando aún en el extranjero, a falta de mercado nacional de ningún tipo.
En cada ciudad, debería existir un monumento al empresario, al autónomo desconocido.
El que debe coger la maleta y expatriar su vida para sobrevivir, el que se endeuda personalmente para mantener su empresa.
Ese espíritu nos ayudaría ahora. Pero ni en la universidades (¿quien lo enseñaría?, en serio), ni en las administraciones ( no ayudaron cuando había, así que ahora..) se toma con interés lo que sería una asignatura realmente troncal. Emprendedores, pero de vocación, no de pico, gente que se encuentra uno en los aeropuertos de muchos países con la maleta y la empresa a cuestas, luchando.
La crisis afecta a todos, pero algunos pueden ponerse en modo “tortuga” y esconderse o refugiarse hasta que pase, otros no, otros deben luchar mas todavía y en peores condiciones para sobrevivir.
Saludos
Fernando ALfageme
Servincal
Hola Fernando:
Buena idea la de hacer un monumento a la figura del empresario y del autónomo. No conozco a ninguna ciudad que lo tenga.
Saludos y gracias por participar en este blog.