Un libro publicado en 1942 por Joseph Schumpeter popularizó el concepto de destrucción creativa aplicado al sistema capitalista, según el cual los procesos innovadores en las economías de mercado impulsados por los emprendedores son los que empujan el crecimiento de las sociedades, aunque para ello se lleven por delante a vetustas empresas, sectores y modelos de negocio incapaces de adaptarse a las cambiantes circunstancias. El término recuperó su vigencia en la década de los 90 del pasado siglo, con la irrupción de la Nueva Economía basada en Internet, que pese a sonadas engañifas, acabó con muchas compañías tradicionales de la Vieja Economía (por ejemplo, la venta de las voluminosas enciclopedias) y puso en jaque a otros gigantes, como la industria discográfica.
Durante los últimos años, demasiados ya, estamos sufriendo unos procesos de devastación, no provocados por la capacidad innovadora de nuevos empresarios, sino por la alargada crisis, que está cambiando el pensamiento de numerosas personas. Hasta hace poco, un alto porcentaje de la población esperaba tener garantizado, por el simple hecho de existir, un trabajo, una casa y coberturas sociales gratis por doquier, como educación y sanidad. Sin embargo, esa tranquilidad se está desvaneciendo con la prolongada recesión, que ha pasado a cuestionar el statu quo de un Estado de Bienestar manirroto.
Pero donde más se están notando los efectos del crack económico en España es en el mercado de trabajo, en el que nuestro país puede alcanzar el lamentable récord de tener casi seis millones de parados al finalizar 2012. Y en este caso sí podemos hablar de destrucción creativa al transformarse la mentalidad de muchas personas que se encuentran en el paro, sobre todo jóvenes, quienes ante la imposibilidad de acceder a un puesto de trabajo piensan que lo mejor es buscarse la vida ellos mismos mediante la constitución de un negocio. Así, ciudadanos que antes ni se les pasaba por la cabeza ser emprendedores, ahora se ven en la tesitura de tener que ser sus propios jefes. Los datos avalan esta tesis, pues durante 2011 se registraron 26.669 nuevos autónomos en Castilla y León, un 10,2% más que en el pasado ejercicio. Esas cifras son muy importantes porque ilustran que muchos ciudadanos han decidido llevar las riendas de su destino, sin esperar a conseguir una plaza en la administración pública, entrar a trabajar en una caja o pertenecer a la plantilla de una gran empresa, que eran las tradicionales aspiraciones de todo potencial empleado.
Ni la educación en los hogares, ni los planes de estudio ni el ejemplo de otros empresarios han sido capaces de inculcar el espíritu empresarial en Castilla y León. Sin embargo, esta tendencia está cambiando ante la imposibilidad de muchas personas de encontrar trabajo en una región como la nuestra donde tenemos más de 226.000 desempleados y la tasa de paro de los jóvenes de entre 16 y 25 años supera el alarmante 35%.
Muchos ya se han dado cuenta de que, con unas circunstancias tan adversas, ni el Ecyl ni el envío masivo de currículums les van a servir para acceder al mercado laboral, así que han tomado la iniciativa de fundar su propio negocio. Este cambio lleva aparejado una transformación radical en su conducta, pues frente al conformismo y la resignación, el hecho de darse de alta como autónomo o constituir una pequeña empresa conlleva valores como tesón, sacrificio, independencia, dinamismo o pérdida de miedo al fracaso. Nadie dice que la aventura sea sencilla, pues algunos se quedarán por el camino, como lo demuestra el hecho de que en 2011 el número de bajas de los autónomos fue mayor que el de altas, pero el intento es más ilusionante que estar esperando eternamente una llamada de teléfono con una oferta de empleo.
La idea de la destrucción creativa de Schumpeter hunde sus raíces en la mitología egipcia con el Ave Bennu, que posteriormente daría lugar al Fénix griego que nos es más familiar. En esta arruinada España de principios del siglo XXI, tal vez seamos capaces de sacar provecho de la crisis al surgir una nueva clase de empresarios de las cenizas de la destrucción masiva de empleo.
Artículo de opinión de Alberto Cagigas publicado en el número de abril de Castilla y León Económica