El alerón de carbono ya nos advierte que la unidad que vamos a probar es la versión más potente del R8, el V10 Plus de 610 CV que nos proporciona el 5.2 FSI atmosférico alojado justo a nuestra espalda, una potencia idéntica a la del Lamborghini Huracán con el cual comparte su estructura en aluminio tan ligera como rígida (1.555 kilos en vacío).
En un circuito, las agujas digitales del cockpit virtual enloquecen, como las del cronómetro que marcan 3,2 segundos para saltar de 0 a 100 km/h mientras que la barrera simbólica de los 200 km/h se franquea en 9,9 segundos. De brutal se puede calificar el empuje cuando solicitamos toda la potencia a partir de 6.500 rpm, y sigue hasta el corte (a 8.500 rpm). Y las agujas prosiguen esta irresistible ascensión, mientras el cuerpo se pega al respaldo, hacia marcas prohibidas en un uso de calle hasta llegar a los 330 km/h.
El frenado está confiado a 4 discos carbocerámicos a los que muerden unas pinzas de 6 pistones. La deceleración es aún más repentina y brutal que la aceleración. Un simple toque en la palanca del cambio y reduce de inmediato al tiempo que vemos la aguja del cuentarevoluciones subir a cerca de 8.300 rpm. Mejor vale no repetir mucho esta experiencia por muy cautivadora que resulte, pues el ordenador de a bordo marca una autonomía de tan solo 350 kilómetros en esas condiciones aún con el depósito lleno de gasolina.
Ya fuera de un circuito, en un uso normal es un auténtico GT adecuado para viajar. Al contrario que en otros superdeportivos, aquí el espacio a bordo no es exiguo. En el maletero delantero se pueden situar 2 pequeñas maletas o bien 1 de tamaño mediano y una mochila. Y tras los 2 asientos cabe una bolsa de viaje.
En ciudad
En ciudad, asombra la capacidad del motor y del cambio para adaptarse al tráfico sin la menor protesta y el tacto de freno es muy normal a bajas velocidades, sin dar sensación de que son unos cerámicos. En autopista es muy cómodo y trasmite mucha seguridad.
En síntesis, es un superdeportivo que se disfruta con los 5 sentidos. El tacto: por la precisión de respuesta a manos y pies. El olfato: las sensaciones son especiales con una mezcla de carbono, Alcántara y cuero en el habitáculo de dos estrictas plazas. El oído: en cuanto apretamos el pulsador rojo del volante se escucha un bello aullido. La vista: la carretera se abre ante nuestros ojos a través del parabrisas en forma de tronera. Y el gusto: aceleramos y, al tiempo que el paisaje va quedando atrás, percibimos unas sensaciones especiales.