Bastan unos minutos de conversación con César Márquez para darse cuenta de que destila humildad y sencillez por los 4 costados. Un dato que no es baladí, habida cuenta de que este berciano de Valtuille de Abajo de la añada de 1988 es reconocido como uno de los jóvenes enólogos de mayor prestigio del panorama nacional, y que biblias del vino como The Wine Advocate y Decanter lo sitúan en los altares, amén de las puntuaciones que reciben sus vinos. Y sin embargo, él lo tiene claro: “procedo de una familia muy humilde y siempre he tenido los pies en el suelo. Me gusta ser cercano a la gente y trabajar con tranquilidad, que es como más disfruto”.
Tal vez en esa forma de ver la vida y la viticultura tenga que ver haber trabajado varios años junto a Raúl Pérez, su tío y uno de los enólogos más reconocidos a nivel internacional. “He tenido la suerte de trabajar con Raúl cuando él estaba iniciando varios proyectos. Y a pesar de haber recibido decenas de premios y reconocimientos, no ha abandonado su carácter humilde y cercano”, relata César.
Este joven enólogo procede de una estirpe familiar que hunde sus raíces en el mundo del vino nada menos que desde 1752. Representa la décima generación, aunque no siempre tuvo clara su vocación entre cepas y barricas. “De niño era un mundo que no me atraía, y ya en el Bachillerato no tenía decidido el camino a escoger. En 2007 me fui a la Escuela de Viticultura y Enología de Requena (Valencia) a estudiar animado por mi familia y 4 años después volví a casa, momento en el que empecé a trabajar en Castro Ventosa, la bodega familiar, y cuando terminaba allí cada jornada, marchaba a ayudar a mi tío Raúl, que en ese momento estaba solo y poniendo en marcha su proyecto La Vizcaína”, recuerda.
Proyecto propio
Junto a Raúl Pérez trabaja 7 años, mano a mano, sin otras personas, como su único empleado. “Él era el jefe y yo el bodeguero y aprendí muchísimo con él. Fue cuando me di cuenta de que el vino era algo más que un trabajo, el despertar de inquietudes”, subraya. No fue hasta la añada de 2015, después de 5 campañas, cuando se enganchó a este mundo del vino y decide salir de El Bierzo para viajar al hemisferio sur y trabajar en una vendimia en Argentina. A su regreso, y a pesar de que hasta ese momento no se había atrevido a dar el paso, ya no había vuelta atrás: decidió iniciar un proyecto personal. “Mi pretensión era elaborar un buen producto, llegar a la gente y que lo valorase, siempre intentando buscar lo mejor de cada parcela”, apunta.
En su primera añada elaboró 4 vinos con una producción inferior a las 2.000 botellas que se agotaron muy pronto. Un blanco de godello viejo procedente de cepas centenarias, de nombre La Salvación. Apenas 700 botellas con uvas compradas a un tío y a un vecino de Valtuille, con un paso de un año en barrica con velo de flor, una forma de trabajo que había visto con Raúl consistente en no llenar la barrica del todo, lo que provoca la presencia de oxígeno, que origina de forma espontánea una especie de velo para proteger el vino, de ahí el nombre, que le aporta un matiz diferente, y que en el caso de La Salvación rompió esquemas. El segundo vino fue Rapolao, 300 botellas de un tinto de una parcela, Pico Ferreiro, de suelo pizarroso, con 600 botellas; y El Sufreiral, de suelo calcáreo y 264 botellas en esa primera añada.
El segundo año elaboró 6.500 botellas, el siguiente alcanzó las 12.000. En 2018 fueron 18.000 botellas y la última añada, la de 2019, cuenta con 23.000 botellas. César explica que el proyecto no tiene mucho más recorrido de crecimiento, es la cifra con la que se siente cómodo. Sus vinos se venden por cupos y más del 80% se comercializa en el exterior en más de una docena de países. En ese sentido reconoce que las buena críticas en medios de prestigio del sector le han abierto las puertas de nuevos mercados.
Al estilo de Borgoña
“Me gusta trabajar al estilo de Borgoña. Los vinos no se venden según una tipología de meses de estancia en barrica, sino que tienen una identidad por parajes, por lugares”. Por eso César elabora en la actualidad un vino que llama de villa, Valtuille, con mezcla de uvas procedentes de parcelas de un solo pueblo; y un vino de región (Parajes), con uvas de cepas de varios municipios de El Bierzo. Y además, sus 3 vinos parcelarios: Rapolao, Pico Ferreira y Sufreiral, en los que cada botella procede de una parcela.
De la añada de 2019 ha elaborado 2.100 botellas de La Salvación, con cepas de Villafranca del Bierzo y Arganza; la primera vendimia de Parajes godello, 700 botellas que se destinan en exclusiva para EE UU, aunque de la añada 2020 dará el salto a las 4.000 botellas y donde mezcla uvas de más zonas y mezcla cepas más longevas y más jóvenes; Parajes del Bierzo tinto, elaborado a partir de uvas de parcelas de nueve pueblos diferentes, vinificado todo por separado, con 18.000 botellas.
César destaca la “excelente relación calidad precio de este vino”, ya que las barricas de los tintos de gama superior que no le encajan para elaborar sus vinos de parcela las destina a Parajes; Valtuille, el vino de uvas de 4 o 5 parcelas de un solo pueblo, el suyo, y su gama top, que son los vinos de parcela: Rapolao, 1.234 botellas de un paraje del pueblo que lleva este nombre, con 20 propietarios de los que nueve elaboran su vino con la misma marca, la del paraje. “Es la primera zona de España que se hace esto, como en Borgoña”, enfatiza César. Por último, Pico Ferreira, con 1.230 botellas de cepas de suelo de pizarra situadas en el Ayuntamiento de Corullón a 700 metros de altitud; y Sufreiral, con 744 botellas.
Su estancia con Raúl marca un aspecto clave en la forma de elaborar de César: las vinificaciones. Aún hoy realizan juntos elaboraciones y mezclas, lo que considera “un privilegio”. ¿Qué son las vinificaciones? “Es una forma de trabajo muy difícil y exigente, pero muy satisfactoria”, como detalla César, donde cada vendimia puede prolongarse durante meses. Se trata de elaborar cada parcela por separado -medio centenar en la actualidad- hasta reunir, en el caso de su proyecto y en la actualidad, 48 barricas de otros tantos vinos diferentes que envejecen en bodega, para finalmente hacer mezclas y reducirlos a seis vinos, que son los que ven la luz. “Es clave saber dónde quieres llegar, qué vino quieres hacer, para que el proyecto sea viable”, asegura el enólogo.
La Casa de la Cantinera de Valtuille, una antigua casona de piedra con bodega de 1805, es la bodega propia de César Márquez, que ha restaurado para dar cobijo a sus barricas, siempre de roble francés, si bien embotella en la bodega familiar, que dista apenas 300 metros.
Como no puede ser de otro modo hablando de El Bierzo, la mencía es la reina de los vinos de César -con permiso de la godello-, que tiene la dificultad añadida de que requiere “encontrar el punto exacto para realizar la vendimia”. Pero sus tintos no son monovarietales, sino que a la mencía le acompañan otras variedades como garnacha tintorera, bastardo y otras, también blancas. Y casi siempre viñas viejas, ya que como él mismo explica, un alto porcentaje de las cepas existentes en esta comarca leonesa son bastante longevas.
Décima generación
Desde 2017, César compagina su proyecto personal con sus tareas de enólogo en Castro Ventosa, “donde sigo aprendiendo cada día y de donde no quiero desvincularme, porque es mi familia y existe un fuerte sentimiento de pertenencia a esa bodega”. Preguntado por la posibilidad de emprender proyectos fuera de El Bierzo, asegura: “siempre me apetece hacer cosas pero estoy muy centrado en El Bierzo, aunque tengo un vino, aún no embotellado, con un amigo canario en Arribes”, desvela. La saga familiar puede estar tranquila. Hay relevo de garantías con la décima generación.
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