El pasado lunes 20 de enero, tuvo lugar la toma de posesión del nuevo presidente del Gobierno de EE UU, Donald Trump. Sin duda, se abre una nueva era de impacto y consecuencias -algunas previsibles- en la economía mundial por los compromisos que el nuevo Ejecutivo republicano de esa potencia mundial arrastra, y por la determinación con la que se ha venido expresando todo el equipo de Trump durante las últimas semanas. En este artículo trato de dar una visión general de lo que se espera en la nueva política económica que impulsa un Gobierno con grandes retos por delante, que ha heredado una situación macroeconómica con no pocos desequilibrios para aquel gigante mundial.
Si algo hay de positivo en esta nueva era de Gobierno republicano de Donald Trump es que ya se conocen sus métodos y su determinación en cuestiones vinculadas con políticas sectoriales, modelos de negociación, iniciativas geopolíticas y otros ejes de interés para la economía mundial. En este sentido, la capacidad de sorprenderse o rasgarse las vestiduras por posiciones firmes que su equipo viene anunciando en lo que respecta a la economía mundial debería ser marginal.
A la hora de analizar desde un punto de vista más técnico el camino que va a tomar la política económica norteamericana, creo que es más útil revisar los planteamientos de aquellos nuevos cargos responsables a los que el presidente de EE UU ha dotado de competencias para la ejecución de sus políticas económicas públicas. En esta línea, lo más recomendable es conocer los planteamientos de Scott Bessent, el cual ha sido designado por parte de Trump como próximo Secretario del Tesoro, y a quien el Senado debe refrendar próximamente. Sobre las decisiones de esta figura pivotarán las políticas monetarias, fiscales y arancelarias de los EE UU los próximos años, afectando significativamente a la estrategia del resto de bloques económicos con más peso en la economía internacional.
Recientemente, en una intervención ante legisladores del comité de Banca del Senado, Bessent sentaba las bases de las futuras decisiones sobre política económica del equipo de Trump.
Política fiscal
Bessent reconoce el grave problema de base de la economía norteamericana sobre su deuda y el elevado ritmo de crecimiento de ésta en los últimos años, algo que ya comentamos en artículos anteriores. Este factor, que ha empezado a convertirse en una debilidad estructural del país, incorpora serios desafíos sobre el equilibrio de la política fiscal de EE UU que, en esencia, debe buscar un ajuste en su gasto público y una optimización en sus ingresos. Sin embargo, este escenario se complica por la actual situación económica del país y por los compromisos electorales del nuevo Gobierno.
Por un lado, la contención o ajuste en el gasto público, aun prometido y pregonado, será muy difícil que pueda realizarse en una Administración cuya dimensión está bastante ajustada a las necesidades públicas de los servicios públicos de EE UU. Habrá gestos, sin duda, pero muchos de ellos servirán para alimentar el discurso presidencialista más que un ajuste en el gasto público real, entre otras cuestiones, porque no tienen mucho margen para ello.
Por otro lado, el propio Trump ha venido anunciando una reducción de la carga impositiva sobre la renta de los ciudadanos de EE UU. Este hecho es el que ha levantado mayores expectativas sobre la verdadera capacidad del nuevo Ejecutivo a la hora de implementar esta promesa o compromiso.
Está claro que desde un punto de vista popular, la medida (promesa) ha sido acogida con gran esperanza por parte de la siempre potente clase media norteamericana, la cual lleva afrontando 4 largos años de presión sobre su capacidad adquisitiva por causas vinculadas a la inflación que arrastra país. Sin embargo, una eliminación de la tasa impositiva sobre la renta no deja de ser una promesa de casi imposible realización a corto plazo.
El argumento lanzado por parte del nuevo Gobierno de implementar un incremento de aranceles que aumentarán los ingresos públicos, compensando así la reducción o eliminación de los impuestos sobre la renta y a su vez que sirva para compensar la desequilibrada balanza de la deuda pública de EE UU es también una tarea de imposible realización en el corto plazo. Para poder llevar a cabo esta propuesta, debería elevarse en más del doble la media de aranceles que impone EE UU a los productos importados con objeto de equilibrar la pérdida de ingresos por la eliminación de imposición sobre la renta, cuestión ésta que además afectará a la postura de los socios comerciales de EE UU (que tendrán la capacidad de reaccionar con medidas similares en contra de los intereses de la potencia norteamericana). Esta batalla comercial proteccionista tendría un efecto inflacionario casi inmediato en la producción nacional norteamericana trasladando la presión al ciudadano de aquel país.
Esta política nacionalista y proteccionista busca la reactivación de la industria nacional de EE UU y la captación de empresas que, perteneciendo a otros bloques económicos (especialmente la UE), tendrían teóricamente que instalarse en los EE UU para poder eliminar el efecto de los aranceles. Este proceso ya se está viviendo en algunos casos como el de la automoción, pero son evoluciones que requieren de tiempo y de una gran cantidad de capital en forma de subvenciones para la atracción de empresas del exterior.
El anterior Gobierno demócrata ya implantó en la legislatura pasada un programa billonario -el IRA- dotado de grandes ayudas a la implantación de empresas llegadas del exterior de país norteamericano. Sin embargo, esta política económica ha servido para impulsar, más si cabe, una política monetaria expansiva -emisión de moneda en base a creación de deuda- que tiene un reflejo inflacionario. Es decir, para impulsar la atracción de inversiones, se crean subvenciones a través de una dinámica inflacionista, sin duda, un proceso de ida y vuelta que siempre plantea un controvertido debate: luchar contra la enorme deuda pública con una política que mezcla contención fiscal de gasto y de reducción de presión fiscal y acompaña esas medidas con una política expansiva monetaria que crea inflación.
Política monetaria
Bessent ha expresado su preocupación por el grado de inflación del país. Si bien ha expresado su deseo de que la misma se estabilice en el ansiado 2%, sus dudas se centran en la capacidad de su política monetaria para controlar la inflación que tanto perjudica a las pudientes clases medias norteamericanas y su consumo. Lo cierto es que el propio Secretario de Tesoro in pectore ha querido dejar clara que la lucha contra la inflación es un objetivo para el que la política fiscal de EE UU tiene cada vez menos margen por el altísimo nivel de deuda del país. Una elevación de los tipos de interés afecta muy negativamente a los balances públicos de la deuda estadounidense, que sigue contando con el dólar como uno de sus grandes activos para controlar la economía mundial.
Por otro lado, la deseada bajada de tipos con la que el equipo de Trump se ha venido expresando con gran pasión durante su campaña electoral se ha topado con la postura más prudente y conservadora de la propia Reserva Federal de no impulsar bajadas temerarias de tipos de interés hasta no tener claramente controlada la inflación, algo que en la actualidad no parece ocurrir.
La postura de la Reserva Federal de no reducir los tipos de forma agresiva no gusta a una parte notable del nuevo Ejecutivo norteamericano que aboga por una reactivación del crédito y del consumo, a la vez que ansía una depreciación del dólar en la escena internacional para favorecer las exportaciones y equilibrar la maltrecha balanza comercial de EE UU.
En este sentido, Scott Besset representa otra facción del Ejecutivo de EE UU que sigue abogando por una moneda robusta que siga perpetuándose como la piedra angular del sistema financiero mundial. No en vano, el dólar americano es base y refugio de inversores en épocas convulsas por la confianza que confiere a la economía mundial. Sirva como ejemplo el papel siempre preponderante del dólar norteamericano como patrón de cambio del potentísimo comercio de hidrocarburos (petrodólar).
Política arancelaria
En su larga intervención, el nuevo Secretario del Tesoro también opinó sobre el polémico tema de los aranceles.
En este sentido, hay que entender la política industrial del equipo del presidente Trump como una política que busca impulsar y reforzar el papel de la industria norteamericana debilitada en los últimos años por su falta de competitividad, es decir, se trata de una política proteccionista y nacionalista lejos del libre cambio.
El Gobierno republicano pretende aplicar aranceles más altos para preservar la industria de EE UU y atraer nuevas inversiones al país. Ésta es una de las medidas más controvertidas en el objetivo de reforzar sus cadenas de suministro para hacer frente a los desafíos de un mercado en el que la tecnología del bloque chino ha entrado con una fuerza impresionante en los mercados internacionales,
No obstante, tal y como hemos comentado anteriormente, este proceso es mucho más complejo y largo de lo que se pretende impulsar a corto plazo. EE UU ha perdido capacidades industriales porque así lo decidió hace más de 30 años externalizando gran parte de sus cadenas de suministro a países de bajo coste. Repatriar estas capacidades es una tarea harto complicada y en ningún caso podrá ser revertida sin una gran inversión en tecnología y talento. Sólo con el impulso del dólar y de la política arancelaria no será posible, es más, a corto plazo esta estrategia será altamente inflacionista para el mercado local de EE UU.
Capacidad de negociación
Sin embargo, este análisis tan básico es perfectamente conocido por el equipo de Trump que está dotado de excelentes profesionales en el área económica. Por lo tanto, el objetivo de las declaraciones más o menos altisonantes y amenazadoras del nuevo ejecutivo de EE UU con su presidente a la cabeza es marcar una línea de trabajo que se irá matizando en los próximos meses. En su primer mandato, Donald Trump ya demostró que tiene capacidad de negociación y que lo que trata (por su perfil de empresario) es de ir a una negociación bis a bis para buscar un punto de equilibrio que beneficie a los intereses de la política marcada por su Gobierno.
Los aranceles son parte de esta estrategia. EE UU no duplicará aranceles en todos los productos importados, más bien hará un análisis de sectores más sensibles sobre los que pueda aplicar esta presión arancelaria para buscar un beneficio en la negociación sobre temas de interés nacional como la industria militar o el comercio de hidrocarburos. Este proceso buscará un rápido cambio de tendencia en las importaciones y exportaciones de bienes y servicios de EE UU, para lo cual necesita un dólar más depreciado.
Este nuevo marco que de negociación que se va a imponer en breves fechas afecta a todos los territorios. Por ejemplo, si revisamos la balanza comercial de nuestra Castilla y León, EE UU es el décimo socio comercial. Una supuesta subida significativa sobre los productos más sensibles que exportamos podría afectar a los inputs o materiales de la industria automovilística y al sector agroalimentario. El problema no es en este caso el daño que pueda causar nuestro décimo socio comercial a nuestras exportaciones por un proceso de incremento de barreras arancelarias, el verdadero problema es el ciclo económico en el que se encuentran nuestros más importantes socios comerciales de la UE y la dificultad para redirigir parte de nuestra producción a otros mercados anclados en una situación más difícil que la que puedan afrontar los EE UU. Es decir, es más difícil encontrar mercados alternativos con capacidad como para asumir la producción que puede verse afectada por una hipotética subida arancelaria de aquel gran mercado.
En definitiva, podemos esperar una política económica de EE UU con una menor presión fiscal sobre la renta de los estadounidenses, con niveles similares de inversión en gasto público, si acaso, alguna medida de maquillaje sobre el mismo, con una reducción controlada de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, pero nunca en los niveles ambiciosos previstos para el año 2025 por parte del equipo del presidente Trump, con una política monetaria que será igualmente expansiva, eso sí, dedicada a invertir en sectores industriales más tradicionales como los hidrocarburos junto con las energías renovables, sin medidas claras de reducción de deuda pública, con una tendencia a mantener la fortaleza del dólar sin que se deprecie demasiado en relación a las monedas de los otros 2 grandes bloques económicos, con una política arancelaria más agresiva que la que ha venido exhibiendo la Administración Biden dirigida a reequilibrar determinadas partidas o sectores sobre los que el nuevo Ejecutivo norteamericano demanda más inversión exterior y exige compras (industria militar); y todo ello en la clara determinación y pragmatismo típico de aquel país a la hora de desplegar toda su capacidad de negociación exterior.
La postura de la Eurozona
Podremos estar más o menos de acuerdo con el planteamiento económico del nuevo Gobierno republicano de EE UU, pero de nada sirve lanzar anacrónicas, ofensivas y estúpidas proclamas antiamericanas llenas de ideología cutre de bolsillo que sólo sirven para generar un estado generalizado de frustración y no ayuda a la búsqueda de soluciones. Hay un nuevo Gobierno democrático en EE UU que va a fijar unas posiciones de liderazgo a las cuales nos debemos adaptar y debemos respetar. Si la UE tuviera la fuerza de la negociación suficiente como para ir a un proceso competitivo con EE UU, ya lo habría hecho, sin embargo estamos a la expectativa del nuevo marco directo y firme en la negociación del nuevo orden económico que se empieza a instaurar este mismo año y que pilla a una Eurozona con una de las debilidades estructurales mayores de su historia.
Si vamos a este proceso únicamente con una pretendida, impostada y fingida superioridad moral, y envueltos en normativa y burocracia, la Eurozona no podrá liderar ningún proceso de redefinición del orden económico internacional.
Para la Eurozona, se requiere más productividad, menos burocracia, más estabilidad para impulsar programas reales de inversión en tecnologías sobre las que podemos adquirir algo de valor añadido, mucha formación, mucha inversión en infraestructuras energéticas, menos presión fiscal, más consenso sobre los pilares básicos de una reindustrialización europea, fin de los conflictos bélicos; y entonces, quizás, podamos empezar a mirar de frente a los 2 grandes bloques económicos que nos sacan cada vez más ventaja competitiva.
Excelente análisis!