El Salvador, pies de pulgarcito, sueños de gigante (y II)

Por: Luisa Alcalde, socia fundadora de Castilla y León Económica
El país más pequeño de Centroamérica se abre paso al turismo internacional con su espectacular topografía de volcanes, pueblos coloniales, playas para surfistas y una exuberante naturaleza virgen con un pueblo que no ha perdido su inocencia pese a su reciente historia de violencia
Lago Coatepeque en El Salvador
Lago Coatepeque, de más de 22 kilómetros de diámetro, sobre una caldera volcánica.

Con una topografía espectacular, El Salvador es el país con más volcanes de Centroamérica, ya que cuenta con 9 activos -7 de ellos monitorizados- y 700 puntos eruptivos. La última erupción volcánica fue en 2015 y no causó muchos daños. La visita a algunos de los que están dormidos, como el Parque Nacional de Cerro Verde, permite contemplar una frondosa naturaleza y admirar desde los distintos miradores los volcanes de Izalco, el lago Coatepeque, de más de 22 kilómetros de diámetro, y la Cordillera Ilamatepec, donde se cultiva el 60% del café del país y donde se puede acceder a algunas haciendas para ver el proceso de elaboración de la variedad arábiga de sombra y disfrutar de una degustación. Eso sí, sin azúcar, porque ya saben el dicho: “El buen café no necesita azúcar y el mal café no la merece”.

Aunque es el textil el principal sector exportador, en la actualidad El Salvador también vende en el exterior café de gran calidad, caña de azúcar, camarones y cacao.

Ataco

Desde Cerro Verde se sigue por la Ruta de las Flores -denominado así por la profusión de flores, sobre todo en la época de la floración del café-, un recorrido por algunos de los pueblos más bonitos del país, como Ataco, con sus calles empedradas y sus coloridos murales que adornan las casas de sus habitantes, una tradición que le da un carácter genuino, completado con sus encantadores talleres de artesanía.

Ataco, como otras muchas localidades, son una muestra de que algo está cambiando en el país centroamericano, porque sus avenidas aparecen levantadas por obras de saneamiento del alcantarillado, llevadas a cabo por el departamento de obras municipal (DOM) creado por el Gobierno de Bukele, cuyo objetivo es facilitar la vida de los ciudadanos y adecentar las localidades más emblemáticas para atraer la presencia de turistas.

Mural en la ciudad colonial de Ataco.

Según aseguran los vecinos, antes de la llegada del nuevo mandatario, la dejadez era lo que imperaba, achacándola a la falta de dinero. Así que ahora en los carteles de las obras públicas reza el slogan El dinero alcanza cuando nadie roba, como lavado de imagen que tan bien maneja Bukele; no en vano su profesión era la de publicista. Además, en los vehículos de obras públicas figura un teléfono para denunciar sobornos.

Joya de Cerén

De camino a Suchitoto, la localidad con mayor esencia colonial, es recomendable hacer una parada para ver el casco histórico de Santa Ana -la segunda ciudad más grande de El Salvador tras la capital- con su teatro de 1910 y la catedral neogótica, e imprescindible visitar Tazumal y Joya de Cerén, por su valor arqueológico. El primero por ser uno de los únicos lugares ocupados ininterrumpidamente desde 1200 antes de Cristo hasta la Conquista de los españoles y el segundo por su importancia al ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Joya de Cerén, Patrimonio de la Humanidad y conocida como la ‘Pompeya de América’.

Como se puede observar en ambos lugares, los ancestros de El Salvador están ligados a la civilización maya que se extendió también por México, Guatemala, Belice y Honduras; y aunque no posee los grandes complejos religiosos piramidales de sus vecinos, sí se le conoce como la Pompeya de América, gracias al asentamiento arqueológico de Joya de Cerén, que brinda la oportunidad de comprobar cómo vivían los agricultores, la gente común y corriente, en 4 complejos domésticos en el siglo V antes de Cristo. La aldea, en la que con suerte se puede ver volar al ave nacional del país, el vistoso Torogoz, se mantiene intacta al haber sido sepultada por las cenizas de un volcán.

Suchitoto

Suchitoto es el municipio colonial mejor conservado de El Salvador gracias a la acción de un intelectual de la localidad, Alejandro Cotto, quien programó un concierto al que invitó al cuerpo diplomático de varias embajadas, justo el día en el que estaba programado su bombardeo durante la guerra civil, y esta intencionada ocurrencia salvó al pueblo del desastre.

Calle de la ciudad colonial de Suchitoto.

Un paseo por esta encantadora villa, por sus calles empedradas, entre soportales, casonas antiguas, galerías de arte y tiendas de artesanía permite admirar su patrimonio y saborear el ritmo pausado y tranquilo de sus habitantes en las noches cálidas que amenazan tormenta. Aparte de esa identidad auténtica, Suchitoto hace gala de ser la ciudad de mayor producción de añil de El Salvador. Ahora es una práctica en desuso, pero en la época colonial fue el primer país productor de índigo para pintar de color añil -toda una industria hasta que Alemania crea los colores químicos-, por lo que algunas de sus artesanías más típicas están teñidas de este tono natural.

El Mozote

El periplo continúa hacia Perquín, una zona montañosa de bosques húmedos tropicales situada en el norte de país, donde se guarecía la guerrilla durante la Guerra Civil y escenario de la triste masacre de El Mozote, uno de los episodios más cruentos del conflicto armado que se prolongó durante 12 años. Allí el batallón Atlácatl dirigido por el comandante Domingo Monterrosa torturó, violó y asesinó a más de un millar de campesinos, 500 de ellos niños, acusados de colaborar con la guerrilla. Hubo una superviviente llamada Rufina, que contó lo acontecido.

En la actualidad, en el monumento funerario a los masacrados otras mujeres de la zona han cogido su testigo y relatan lo que sucedió en aquellos fatídicos días. Además también se puede visitar el Museo de la Paz, fundado por excombatientes de la guerrilla, como prueba de lo que es capaz la barbarie humana.

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