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Los mapas celestes de los Mayas

La mirada rasgada de los indígenas cobrizos de Guatemala atesora el secreto de sus ancestros aún por descifrar: una civilización culta que sin influencia exterior generó su propia escritura geroglífica, una cosmovisión genuina, arquitectura compleja y trigonométrica y dominio sobre las técnicas agrícolas. Sus conocimientos son un enigma; su desaparición, un misterio
Atardecer en el lago Petén Itzá, en Guatemala.
Atardecer en el lago Petén Itzá, en Guatemala.

Luisa Alcalde

Como algunos de los personajes-animales de las fábulas del escritor hondureño nacionalizado guatemalteco Augusto Monterroso, yo tenía una idea preconcebida de la escasa realidad de Guatemala que conocía. Y cuando decidí viajar al país centroamericano, me di cuenta de que ignoraba casi todo.

Sabía de su pluma más emblemática, Miguel Ángel Asturias, quizá uno de los mejores escritores en describir la figura de un dictador; de Rigoberta Menchú, líder que defendió los derechos de los indígenas y a la que le otorgaron el Premio Nobel de la Paz por esta labor; la mayor y más significativa concentración de restos de la civilización Maya que se conserva; la cruenta y larga guerra civil que habían librado durante más de tres décadas; la importancia estratégica para los cárteles de la droga, al servir de lugar para aprovisionamiento en la ruta de la cocaína de Colombia a México; la violencia instaurada tradicionalmente en la sociedad y potenciada en la actualidad por la presencia de las Maras; y la belleza y el contraste paisajístico propiciados en gran medida por su situación geográfica.

El yacimiento arqueológico de Tikal

Tras una breve estancia en Ciudad de Guatemala, la capital del país de la eterna primavera, -urbe canalla y peligrosa, que incrementa el índice de delincuencia del resto de la nación-, tomo una avioneta para volar a Petén y recorrer la ciudad maya de Tikal. Con 60 kilómetros cuadrados de extensión y conocida como el New York de los mayas por sus imponentes pirámides construidas en un lugar con pocos seísmos, llegó a albergar a una población de 150.000 personas y estuvo ocupada durante 17 siglos, desde el año 800 antes de Cristo hasta el siglo IX después de Cristo.

Patrimonio natural y cultural de la Humanidad, distinción que solo ostentan al unísono 26 lugares de la tierra, en Tikal únicamente está excavado el 20% del total, en un área que alberga más de 2.000 sitios arqueológicos. Multitud de aves saludan nuestra incursión en el complejo del Mundo Perdido, donde se encuentran las estructuras más antiguas, aunque también se escuchan monos aulladores y se presiente la existencia de otra fauna salvaje como las letales serpientes barba amarilla y coral o las cinco clases de felinos que acogen estas selvas.  Un áurea de misterio rodea la Gran Pirámide, que refulge al sol de la mañana entre la verde floresta. Apenas hay gente y en la soledad húmeda y cálida cierro los ojos para recrear la belleza policromada de la arquitectura maya en su época de esplendor, durante el período clásico, entre los años 600 y 900 después de Cristo.

Templos astronómicos

El objetivo de los templos, construidos con técnicas antisísmicas y reductoras de la velocidad del agua para evitar terremotos e inundaciones, no era mortuorio, sino ceremonial y astronómico. Las ciudades-estado de los mayas -nunca fueron un imperio- eran mapas celestes con un sistema trigonométrico que marcaba, entre otras cosas, los solsticios y determinaban la existencia de dos cosechas de maíz, la base de su alimentación. Los que ostentaban el poder eran los sacerdotes porque en sus manos residía el conocimiento, una sabiduría que se plasmó en una de las lenguas más antiguas de la Humanidad, y cuya escritura jeroglífica, fonética y silábica nunca se llegó a descifrar al no encontrarse la piedra Roseta de esta civilización.

Recorro la Gran Plaza, el palacio de los nobles y las pirámides del Gran Jaguar y de las Máscaras, después de examinar una especie de sauna donde los sacerdotes iniciaban su ritual. Tras el baño, la ceremonia consistía en introducirse un hongo alucinógeno vía anal para propiciar un viaje astral, que también les llevaría a practicarse cortes en el cuerpo, incluso en su pene, con el objetivo de utilizar esa sangre en la liturgia del culto. Imagino la solemnidad del sacramento y la comunión con sus fieles consagrados ante el misterio.

El enigma sin desentrañar

A vista de pájaro, desde la cúspide de la Pirámide IV, la más alta de todas, se aprecia todo el complejo de Tikal en mitad de la selva. Ante tanta belleza, se palpa la energía de los rezos ancestrales y me pregunto por qué desapareció la civilización maya. Los vestigios que hoy contemplo encierran su secreto sin desentrañar. Incluso cuando llegaron los conquistadores españoles comandados por Pedro de Alvarado enviado por Hernán Cortés, la decadencia ya rodeaba estas tierras. ¿Qué pudo suceder para sepultar su sabiduría inmemorial entre atávicas pirámides y jungla trepadora?

Las causas no están muy claras, pero la deforestación y la soberbia bien pudieron estar en el origen de un declive más complejo. El uso intensivo de la quema de árboles para producir cal para la construcción de las pirámides -los mayas desconocían el horno, lo que obligaba a incrementar la utilización de más madera al hacerlo al aire libre- incidió en la deforestación de las tierras lo que provocó sequías, escasez de cosechas y grandes hambrunas. Simultáneamente, los sacerdotes que ostentaban el conocimiento y consecuentemente el poder empezaron a equipararse a semidioses.

En este contexto, el pueblo se alzó para derrocar a la clase dominante y asesinaron a la gente pensante -en Tikal se encontró una fosa común con restos de 70 osamentas con cráneos deformados e incrustaciones de jade en los dientes, símbolos de la élite- y con ellos muere el conocimiento, que habían traspasado de padres a hijos y que solo en algunos casos transcribieron a su escritura jeroglífica aún por descifrar, como el códice más largo descubierto donde los sacerdotes dejaron constancia de su sabiduría sobre astronomía aplicada a la agricultura, que se encuentra en Suiza. Así se inicia el ocaso de una de las civilizaciones más esotéricas del planeta.

Y el enigma parece hacerse aún más inescrutable con el reciente hallazgo de la mayor pirámide jamás descubierta llamada La Danta de 300 metros de base por 77 de altura en un nuevo área de yacimientos conocido como El Mirador, cuya revelación fue posible desde el aire, al discernir que las grandes elevaciones recubiertas por selva no podían ser antiguos volcanes.

Un súperalimento

Abandono Tikal para hacer noche a orillas del lago Petén Itzá, reserva de la biosfera. Las carreteras están limpias y también los pueblos, su humildad no impide la decencia. Abundan las iglesias de distintas religiones o sectas -casi más que feligreses- como Asamblea de dios, Misión cristiana el calvario, Templo adventista, Iglesia de dios pentecostés de América, Iglesia central una voz que clama en el desierto… La selva esmeralda se mete en la carretera. Más allá, se abren grandes latifundios donde se cultivan maíz y frijoles. La tierra sigue estando en manos de unos pocos frente a la pobreza endémica de los indígenas. De pronto aparecen algunos rebaños de vacas exóticas, una especie originada por el cruce de la hindú con la brasileña llamada Cebú que utilizan para carne. Hacemos una parada técnica y en el café-tienda venden una galleta milagrosa cuya harina procede de un árbol denominado el Ramón, que ya consumían los sacerdotes mayas como un súperalimento para llegar a medir 1,75 metros de altura y vivir hasta los 80 años, algo que no le sucedía al resto de la población. Ahora estudian cómo comercializarla a gran escala.

Continuamos, los bosques lluviosos extienden sus plantas epífitas hasta los postes de la luz. En el horizonte, las montañas sinuosas aparecen tapizadas de selva. El verde omnipresente trae aromas intensos de clorofila. Una señal de carretera alerta sobre el peligro de serpientes y resulta ser una profecía a modo de jeroglífico. Al llegar al hotel una culebra zumbadora acude a saludarme y se enrolla entre mis piernas. El maletero me asegura que no es venenosa, pero yo doy gracias por llevar pantalón largo y calcetines, porque siento sus intentos de morder ante mi danza de nerviosismo para quitármela de encima.

Antes de la cena donde degusto el pez blanco del lago, veo morir el día en un paseo en barca por Petén Itzá, el tercer lago más grande del país, por detrás de Izabal y Atitlán. A lo lejos se observa el islote que alberga al pueblo de Flores. Las siluetas de los cormoranes contrastan con la luz tenue del ocaso. Al arribar al embarcadero de madera, los monos aulladores protagonizan su particular serenata.

Los Kaibiles

A la mañana siguiente, retomamos el viaje. En el camino nos cruzamos con varios autobuses heredados de las líneas de transporte escolar estadounidenses customizados y coloreados por doquier que en Guatemala sirven para transportar viajeros. A un lado de la carretera en un terreno boscoso, aparece la entrada de una base militar de los Kaibiles.

Se trata de los soldados de élite del ejército guatemalteco. Creada en 1975 y considerada la sexta fuerza especial mejor preparada del mundo, en la actualidad llevan a cabo operaciones de inteligencia y contra la delincuencia terrorista y el narco, pero en su día algunos desertores llegaron a conformar una fuerza militar altamente cualificada para los cárteles de la droga mexicanos y también se vieron implicados en masacres a la población durante la guerra civil.

Río Dulce

Llegamos a puerto para coger una lancha que nos adentre en Río Dulce, conocido como el Amazonas de Centroamérica por el ensanchamiento que adquiere antes de su desembocadura en el Caribe, llamado Golfete. Protegido de los huracanes, es un paraíso fluvial de bellos parajes ribereños, que se origina en el Lago Izabal defendido en tiempos de la conquista por el Fuerte de San Felipe.

Nuestro periplo por este edén acuático de islotes, manglares y ciénagas inundadas de miles de aves y donde se esconde el manatí y el tapir, nos lleva hasta la variopinta localidad de Livingston. Poblada por habitantes de la etnia garífuna, una mezcla zamba de africanos que naufragaron de los barcos esclavistas españoles con hindúes deportados por los ingleses a su colonia limítrofe de Belice, indígenas guatemaltecos y criollos. Con idioma y costumbres propias donde destaca su cultura musical, también posee una gastronomía genuina donde sobresale el Tapado, un guiso a base de marisco y coco, que pudimos degustar en el Hotel Catamarán, formado por cabañas de madera sobre el río.

Quiriguá

Antes de llegar al Parque Arqueológico de Quiriguá, uno de los tres sitios de Guatemala declarados por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad, atravesamos cientos de hectáreas de plataneros propiedad en su día de la United Fruit Company, cuyo poder omnipresente tuvo graves consecuencias en el devenir político del país centroamericano.
Quiriguá es conocido por el alto grado de desarrollo escultórico de sus estelas mayas. Estos enormes árboles de piedra de figuras zoomórficas y jeroglíficos que describen desde la creación del universo y los dioses hasta los eclipses y hechos militares y políticos, compiten en belleza con las colosales ceibas que salpican el bosque subtropical. Este vergel de vida silvestre, gracias a las inundaciones frecuentes del río Montagua, alberga cerca de 400 aves endémicas y migratorias y multitud de árboles de finas maderas. La humedad del ambiente favorece la intensidad de los aromas de las plantas. Inspiro profundamente para conservar en mi memoria olfativa el penetrante olor de la flor del cedro.

Copán en Honduras

Atravesamos la frontera sureste de Guatemala con Honduras para visitar otro de los grandes centros de la cultura maya, el de Copán. Las imponentes estelas superan en complejidad escultórica y refinamiento a las de Quiriguá, de ahí le viene el sobrenombre de La Atenas del Nuevo Mundo. La majestuosidad de sus templos me cautiva. Una bandada de guacamayos azules, amarillos y rojos sobrevuela ruidosa el campo del juego de la pelota consagrado a este ave divina. Aquí entrenaban los mejores para lograr ser el ganador, ya que este mérito le concedía el honor de ser sacrificado a los dioses y consecuentemente alcanzar el paraíso.

El yacimiento de Copán se funda en el 426 después de Cristo y su decadencia comienza en el 822 después de Cristo. Aunque más del 80% está sin excavar, la parte visible alberga la necrópolis -que conserva la tumba de la única soberana maya que llegó a gobernar-, el complejo real y la escalinata de los jeroglíficos, que en sus 62 escalones contiene 2.200 glifos, lo que conforma el texto glífico maya más largo conocido y que se cree que narra las distintas dinastías de los gobernantes más importantes como 18 Conejo, Humo Jaguar, Humo Caracol o Humo Serpiente. La visita se me hace corta, paseo entre sus grandiosos templos casi en soledad. ¡Qué privilegio! Antes de decir adiós a la ciudad del murciélago, acaricio la corteza vetusta de una ceiba incrustada en una pirámide, que ya estaba allí cuando el español Diego García de Palacio descubrió Copán en 1570.
El descanso es merecido y el Hotel Marina Copán, que recrea una antigua hacienda colonial, es perfecto. Para completar el receso, unas Chilaquilas sabrosas y raciales, parecidas a un burrito, y un cóctel con ron de flor de caña, menta, pepino y limón consuman el deleite.

Chichicastenango

Seguimos ruta y llegamos a Chichicastenango. Al fondo de una de sus calles empinadas, se observa el cementerio de colores. Me llama poderosamente la atención por su diversidad cromática. Antes del anochecer, encamino mis pies hacia la masa de tumbas viva y luminosa. Sepia, azul, amarillo, verde, rosa, morado ponen la nota alegre al camposanto de roja tierra embarrada y perros sin dueño por doquier. Bajo una tejavana, observo a un chamán en pleno ritual frente a una hoguera.

Le acompañan dos mujeres que rezan a su lado y se llenan de humo negro. Continuo andando entre las sepulturas, algunas son panteones grandes, otras simples túmulos tapados con cal viva para proteger los cadáveres de los hambientros y famélicos canes. Al fondo, hay una placa que da fe de la existencia de una fosa común donde enterraron a 27 campesinos asesinados durante la guerra civil que duró 36 años.

La guerra civil

A lo largo del cruento conflicto, los indígenas fueron los más castigados, manipulados por la guerrilla escondida en la selva y la represión indiscriminada del ejército dictatorial, los grupos terroristas de derechas e incluso por los finqueros, a los que la Ley amparaba como autoridades locales, con derecho a llevar armas.

La contienda tiene su origen en un golpe de Estado perpetrado en 1954 por el coronel Carlos Castillo Armas con tropas entrenadas en EE UU y la colaboración de la CIA para derrocar al presidente Jacobo Arbenz, que había continuado el cliclo de reformas liberales iniciado por Juan José Arévalo, para reducir el poder omnipresente de la United Fruit Company, dueña de vastas tierras, el ferrocarril y el puerto, lo que le otorgaba de facto el monopolio de los transportes y la exportación. Castillo Armas es asesinado en 1957 y es sucedido por Miguel Ydígoras Fuentes.

El conflicto interno, como lo denominan hoy en día los propios guatemaltecos, se inicia con un fallido golpe de Estado para deponer a Ydígoras Fuentes el 13 de noviembre de 1960 y se extiende hasta diciembre de 1996, con la firma del acuerdo de paz. En la actualidad y tras varios casos de corrupción que han llevado al anterior presidente Otto Pérez Molina a la cárcel, gobierna un cómico de la televisión llamado Yimmy Morales.

Las matanzas

Permanezco un rato en silencio bajo un cielo plomizo pensando en las matanzas perpetradas contra los campesinos y que tan bien refleja Eduardo Galeano en un capítulo de su libro Las venas abiertas de América Latina dedicado a Guatemala. Al regresar, me cruzo con unos niños indígenas uniformados que retornan del colegio y que atraviesan todos los días el cementerio para volver a sus casas. Su esfuerzo diario merecerá la pena: les dará las armas del conocimiento y la educación para luchar contra la manipulación y la opresión. Antes de abandonar la necrópolis, miro de nuevo al chamán que continúa con su ceremonial. Quiero pensar que en esa jaculatoria interminable, ora también por “los cotidianos genocidios de la miseria” (dixit Galeano).

La profecía del fin del mundo

Desciendo por la parte de atrás del cementerio y me topo con un lugar en forma de plaza donde los indígenas realizan algunos de sus ritos. Me cuentan que en ese lugar se congregó una gran multitud el 21 de diciembre de 2012 para celebrar la profecía maya que algunas teorías habían interpretado como el fin del mundo -como algunas películas hollywoodienses apocalípticas-, pero que ellos sabían que simplemente se trataba de un cambio de ciclo, el paso de 5.000 años de era masculina a otros 5.000 de era femenina, inaugurada precisamente ese día.

Anochece y de regreso al pueblo, observo que empiezan a llegar algunos campesinos para montar sus puestos en el mercado que se celebrará mañana. La mayoría lo harán a lo largo de la madrugada porque vienen con sus mercancías a pie desde varios kilómetros alrededor. Se trata del mercado indígena más grande de América Central. Entre vendedores y compradores congrega a 100.000 personas. Pernocto en una joya colonial, el Hotel Mayan Inn, donde tienen que encender la chimenea de mi habitación porque en el altiplano las noches son frescas. Me inunda el sueño expectante ante lo que veré mañana.

Lo artesano existe

El bullicio del amanecer que se cuela por las contraventanas augura la muchedumbre vibrante. Bajo a la calle y no me defrauda. Los colores, el gentío, las mercancías, el zumbido y los olores mezclan un cóctel insólito. El zoco bulle efervescente entre puestos de frutas y verduras, aves, pescado seco y camarones, máscaras y calaveras pintadas a mano, bolsas de esparto, ropa bordada en seda, joyas de jade, obsidiana y ojo de trigre. Todo elaborado de manera artesanal, con las manos apergaminadas de las indias, hermosas en sus trajes típicos, con ojos rasgados enmacados en largas melenas lustrosas de negro azabache. Aquí todavía no han llegado las copias chinas.

Entre estas montañas, lo legítimo permanece frente a lo adulterado y reconforta. Igual que cuando escuchas los regateos en su lengua indígena, el quiché, -más del 60% de la población de Guatemala son indios-, que suena como el clamor de las chicharras al calor de la noche, mientras los españoles hablamos “el castellano entero”, según me apunta un mercader.

Sincretismo religioso

La variedad cromática del mercado se acrecienta al llegar a la escalinata de la iglesia, con cada peldaño lleno de flores. En la entrada, una chamán acompañada de una adolescente inicia su ritual haciendo arder bolas de brea en una hoguera. Añade alcohol y enciende varias velas de colores que simbolizan distintas peticiones. Reza mientras bambolea su figura enjuta y sucia de manera sincopada. Su plegaria se pierde entre el rumor del rastro. La sigo hasta el interior de la iglesia, tiznada por los fuegos habituales que los indígenas prenden en el interior del templo. Es uno de los precios que los sacerdotes católicos tienen que pagar por atraer a su fe el dogma indígena, que ha fusionado con sus propias creencias ancestrales, convirtiendo el imaginario cristiano en un batiburrillo exótico.

Reza a las imágenes del retablo, completamente ahumado, a Santa Ana y al Cristo yacente. Pero también a una pequeña escultura de una gallina dentro de una urna. Luego acude a un cuartucho destartalado contiguo al altar mayor y allí se arrodilla y enciende más velas.  En una mesa próxima, un adivino harapiento y consumido predice el futuro con las cuentas de frijoles rojos sobre un tapete de colores. Se respira un olor rancio mezclado con cirio quemado. Un escalofrío eriza mi piel.

Doble gobierno

Las arraigadas tradiciones de los indígenas también se dejan sentir en que mantienen su propio gobierno y justicia compatibles con el municipal. De tal manera, que eligen a sus propios representantes que se rigen por costumbres inherentes. Lo mismo que sucede con la justicia, en muchos casos basada en castigos físicos, como por ejemplo la pena que corresponde a los robos que se traduce en latigazos o en andar de rodillas.

Dejo Chichicastenango con pesar y eso que sé que me espera un paraíso natural incomparable, una de las mayores atracciones turísticas de Guatemala: el Lago Atitlán. ¡Qué paisaje tan hermoso desde el mirador! Una masa inmensa de agua azul brilla bajo el sol intenso circunvalada de volcanes. 18 kilómetros de longitud limitados por los cráteres de Atitlán, Tolimán y San Pedro. Han pasado solo unas horas y sin embargo qué lejos queda ya el bullicio del mercado ante la belleza hipnótica de las aguas en calma. Descendemos hasta Panajachel, una de las pequeñas localidades que rodean la laguna. Con 11.000 habitantes, es un pueblo turístico y con ambiente hippie, que se remonta a la década de los 60. Hoteles, restaurantes, tiendas, tenderetes y tuc tuc zigzageantes ponen la nota divertida a la tarde.

Ron Zacapa

Compro una botella de Zacapa de 23 años, conocido como el mejor ron del mundo, entre otras cosas por la altitud a la que se elabora y por su envejecimiento en barricas de whisky y de jerez, que le dan un aroma y sabor únicos. Sé que hay que beberlo solo, incluso sin hielo, pero por si me queda alguna duda, el tendero me dice: “cuando lo beba, no quisiera tener ni saliva” (para no mezclarlo con nada).

Antes de la cena en el restaurante francés Chef Alex, donde me asombran unos camarones gigantes de Belice cocinados con una exquisita salsa de jerez, asisto hechizada a la transformación del lago en un monstruo antediluviano que expulsa rayos y truenos para iluminar la noche cerrada. El temporal no amaina y las calles se convienen en ríos. Los comerciantes recogen sus puestos y los tuc tuc resultan imprescindibles para transitar sin mojarte hasta los huesos. La tempestad es una muestra de la furia del lago. Los aguaceros vespertinos son frecuentes en época de lluvias.

Lago Atitlán

Al día siguiente, Atitlán amanece con su mejor cara: una mañana límpida y fresca perfecta para atravesarlo en lancha hasta la localidad de Santiago. El trayecto en barca es primoroso. La estela de la embarcación enturbia las aguas cristalinas de la laguna que de manera aleatoria suben de nivel inundando los balnearios. Algunos cormoranes se zambullen para pescar. El bosque cubre de vegetación los volcanes. La claridad de la luz matutina permite ver una fumarola que expulsa el Volcán Fuego muy a lo lejos, era el augurio de una próxima erupción que tendría lugar una semana más tarde de abandonar el país, lo que obligó al desalojo de zonas adyacentes.

Santiago de Atitlán está en fiestas, es 25 de julio y son sus celebraciones patronales. Sus habitantes visten trajes típicos y han ido de procesión. Incluso en plenos festejos, el carácter guatemalteco es tranquilo y sosegado. Un pequeño parque de atracciones con noria y tiovivo de épocas pretéritas hacen las delicias de los niños. La iglesia está decorada con banderolas de España y en el altar mayor, las mujeres de los chamanes visten con sus mejores galas a los santos. Asisto fascinada al espectáculo del mercado local, lleno de puestos de frutas y verduras y alguno de pescado, en su mayoría del lago.

Entre la variedad de pimientos y jalapeños hay uno dimimuto, del tamaño de una uña, que es el más picante de todos, llamado saltapulga, con propiedades curativas para la úlcera de estómago, según me explican. Regresamos a Panajachel a mediodía y esta vez nos libramos del Xocomil, el viento que recoge los pecados de los habitantes de los pueblos del lago. Quizá Santiago haya perdonado sus culpas en un día tan señalado.

San Simón

Pese a la benevolencia del santo enterrado en Compostela, resulta más simpático San Simón, venerado por doquier en Guatemala, cuyos altares, donde se adora a una figura de hombre con bigote y traje con corbata y sombrero obscuro, un cigarrillo en la boca y una vara de poder como la de los alcaldes, preceden a santuarios clandestinos indígenas.

Antes de continuar viaje a Antigua, la ciudad colonial más hermosa de Guatemala, donde en las tiendas de souvenirs también se puede adquirir el pack San Simón compuesto por velas, una pequeña botella de ron y cigarrillos, nos detenemos en Sololá para visitar al sacerdote indígena Adriano. Al entrar mujeres y ancianos indios idolatran a varios san simón de distintos tamaños a modo de retablo. Tienen ofrendas como frutas y flores, pero sobre todo bebidas alcohólicas, tabaco y velas. Este santo también llamado Man Simón, cuya acepción Man procedente de la cultura maya como protector de la familia, mujeres y del mal, da una idea del sincretismo de ambas creencias. Pese a no estar reconocido por la Iglesia Católica, en Guatemala le reverencian desde la cercanía.

Pedimos permiso para pasar a la otra estancia y el ambiente me sobrecoge. Adriano prende plantas aromáticas y medicinales encima de un altar indígena rodeado de devotos que rezan arrodillados en murmullos. Me agacho a su lado por respeto y apenas entiendo alguna que otra palabra en castellano que salpica su plegaria de chasquidos. La mujer que tengo al lado luce una extraordinaria cabellera azabache decorada con varias liendres. Retiro mi vista hacia el suelo y en la base del altar hay figuras zoomorficas antiquísimas de origen maya que los campesinos encuentran en sus tierras y regalan a Adriano como ofrendas. Algunas parecen fantasmas de ojos de anfibio, otras mestizos alienígenas, criaturas monstruosas que de repente ponen delante de mí el universo onírico de mi adolescencia embebida en el horror cósmico de Los mitos de Cthulhu, de Howard Phillips Lovecraft. Me duelen las rodillas, pero me resisto a abandonar el misterioso tabernáculo.

Antigua

Mi periplo es casi un viaje en el tiempo hacia la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, conocida como Antigua. La urbe colonial más hermosa del país centroamericano fue Capitanía General de Guatemala entre 1541 y 1776, año en que la capitalidad de traslada a Ciudad de Guatemala por los numerosos terremotos que destruyeron la localidad y prácticamente es abandonada. En 1821 recupera la categoría de ciudad y en 1979 es declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En su época de esplendor, como centro del poder político de Centroamérica, la ciudad acumuló riquezas, palacios y monasterios, algunos de los cuales aún se conservan, mezclados con la decadencia de sus preciosas ruinas barrocas de conventos e iglesias que mantienen en pie estructuras con cicatrices de los terremotos. Famosa por sus procesiones de Semana Santa y por ser el destino preferido en Latinoamérica para aprender el español, la bella Antigua es una ciudad cosmopolita.

Sus calles empedradas de señoriales palacios coloniales, cuidados hoteles dentro de imponentes monasterios como el de Santo Domingo -que alberga tres museos dignos de visitar- y monumentos de trascendencia histórica como el Ayuntamiento, Capitanía General y el Convento de los Jesuitas -restaurado gracias a los fondos de cooperación españoles- son un reclamo para la multitud de turistas que la visitan a diario. Sus cafés con música en vivo, sus coquetos restaurantes en patios convertidos en vergel y sus iglesias muchas de ellas abiertas literalmente al cielo del altiplano por haber perdido sus cúpulas en los frecuentes seísmos la otorgan un encanto especial. Cuenta además con el poso histórico de la presencia en la urbe de Bernal Díaz del Castillo, autor de la monumental Historia verdadera de la conquista de la Nueva España y testigo directo de las azañas de Hernán Cortés, y de Miguel Ángel Asturias.

Al anochecer, de regreso al hotel tras degustar una deliciosa cena con jazz en vivo en el Restaurante Panza Verde, la magia se acrecienta entre sus calles de cuadrícula perfecta y luz tenue. Pese a ser una ciudad de casi 45.000 habitantes no hay delincuencia y se puede pasear tranquilo.

Ciudad de Guatemala

En Guate, como se conoce popularmente a Ciudad de Guatemala, última escala de mi periplo antes de abandonar el país, la violencia es frecuente. Para alcanzar la capital, atravesamos la Ruta Panamericana, una idea original de Roosevelt, que pretendía unir a través de una carretera a todos los americanos por tierra desde Alaska hasta Tierra de Fuego (Chile).

Con casi c5 millones de habitantes en su área metropolitana, un millón de coches y otro de motos, el Lugar de Árboles -significado de su nombre de origen azteca- se convierte en capital del país en 1776 cuando decide trasladarse de Antigua. Es una urbe extensa debido entre otras cosas a la escasa altura de sus edificios para evitar desastres sísmicos.

Dividida en distritos y calles con nombres de números para evitar un problema dilemático que permitiera su identificación a los indígenas prácticamente analfabetos emigrados a la ciudad, el más seguro es el 10, frente a otros más pobres y con mayor nivel de criminalidad como el 3 o el 7. Incluso hoy, la delincuencia no ha desparecido del país, porque “la violencia ha sido y sigue siendo la transpiración natural de Guatemala”, como dice Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Esa violencia de la tortura y el miedo que tan bien refleja el lirismo descarnado de Miguel Ángel Asturias en su obra maestra El señor presidente.

Las Maras

Quizá el mayor problema que vive hoy en día el país es la sofisticación de las Maras, pandillas callejeras que han dado el salto a organizaciones criminales trasnacionales, algunas especializadas en asesinatos, tráfico de drogas y personas, otras en finanzas o apoyo logístico. Dirigidas en muchos casos desde las cárceles donde se encuentran sus líderes, se estima una cifra de 8.000 maras en Guatemala.

La peligrosidad de la Mara Salvatrucha –que se distingue por llevar todo el cuerpo tatuado incluso la cara-, la más importante del país, la ha llevado a ocupar el ranking de las organizaciones delictivas más mortíferas como la Camorra italiana, los Zetas mexicanos y los Yakuza de Japón, según EEUU.

Por los barrios residenciales y turísticos, esa violencia no se percibe, tan solo los informativos y los periódicos como Prensa Libre dan cuenta de los cerca de 5.000 asesinatos que se producen al año en Guatemala y de los habituales atracos a los conductores de autobuses urbanos, que en ocasiones terminan en homicidios, y que la han convertido en una profesión de riesgo.

Hacemos una visita panorámica para ver las grandes avenidas del distrito 10, la Plaza de la Constitución, el palacio nacional y su catedral. Construida entre 1782 y 1815, ha resistido varios terremotos, que sin embargo dejaron sus huellas en sus gruesos muros.

Obispo Gerardi

Me llama la atención las pilastras que sujetan la reja del atrio de la Catedral de Ciudad de Guatemala, llenas de los nombres de las personas torturadas y asesinadas durante la guerra civil. Muchos de estos masacrados pertenecían al colectivo maya, que sufrió sobremanera la violencia que se extendió durante los años 1960 y 1996.

En este período el papel de la iglesia católica, fluctuó entre la facción que apoyó a los regímenes totalitarios y la que sufrió un giro calificado como “hacia la izquierda” de respaldo a los guerrilleros y a la población indígena, en algunos casos identificados como grupos subversivos por los gobiernos militares. De este sufrimiento se hace eco el Informe Rehmi (Recuperación de la memoria histórica): Nunca más, un proyecto interdiocesano cuya finalidad era recoger testimonios de abusos y masacres perpetrados durante la extensa guerra civil, tanto por parte del ejercito como de la guerrilla y que se quedó en un dossier muy sesgado a favor de los revolucionarios con los que muchos catequistas de zonas rurales habían sido cómplices y en contra del ejército.

El Informe Nunca más fue impulsado por el Obispo Gerardi, asesinado brutalmente con golpes en su rostro a los pocos días de su publicación, cuyo crimen continúa sin esclarecer, tras varios años de tramposas investigaciones y por el que pagaron, parece ser que injustamente, tres militares, gracias a una confabulación interesada del propio Gobierno y la jerarquía eclesiástica de aquel entonces.

Un culebrón, cuyo último capítulo ha sido el reciente homicidio del ex Capitán Byron Lima Oliva -condenado por su supuesta implicación en la muerte de Monseñor- junto a otra docena de personas en un motín en la cárcel de Granja Penal Pavón, mediante la explosión de granadas y numerosos disparos. Un claro ejemplo que resume esa violencia endémica y sistématica de la que hace gala este, por otro lado, hermoso país.

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