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Willis Towers Watson alerta de que el sector alimentario es uno de los más vulnerables ante los riesgos

La consultora recomienda implantar un plan de seguridad alimentaria focalizado en las áreas clave de producto, proceso y distribución
Óliver Becerro, director de Willis Towers Watson en Castilla y León.
Óliver Becerro, director de Willis Towers Watson en Castilla y León.

Según los últimos datos disponibles, la industria alimentaria de Castilla y León supera los 10.000 millones de facturación, está formada por más de 3.100 empresas y proporciona empleo a cerca de 37.000 personas. El peso de este sector en la economía regional es muy importante. Pero también lo son los riesgos, presentes o futuros, a los que ha de enfrentarse y para cuya gestión la gran mayoría de las empresas no tiene tamaño ni recursos suficientes, lo que puede atacar directamente a su viabilidad.

Según Óliver Becerro, director de Willis Towers Watson en Castilla y  León, “el sector alimentario está en continua y veloz transformación, y es uno de los más vulnerables ante los riesgos e incertidumbres que ha de afrontar en los próximos años. Sostenibilidad, trazabilidad, salubridad o internacionalización son elementos clave de mejora e inversión para su crecimiento a medio y largo plazo”

Sostenibilidad

El reto está en crear productos cada vez más sostenibles y seguros, con un menor consumo de recursos. Y hacerlo en un contexto global en el que la internacionalización es clave y el cambio de los hábitos de consumo es continuo, acelerado y, en muchas ocasiones, difícil de prever, lo que hace muy difícil tener capacidad para adaptarse y cubrir la demanda si no se cuenta con las herramientas y la estrategia adecuadas.

“Y eso requiere por parte de las empresas del sector  una inversión importante en innovación que, como tal, ha de considerarse un riesgo y que, además, se ramifica en múltiples áreas, como producción, distribución, logística o ciberseguridad, con, a su vez, sus propios riesgos, que hay que medir, mitigar y gestionar para no perder competitividad”, explica Becerro.

Colaboración

Empresas privadas ajenas al sector y Administración pública también han de colaborar. Las primeras aportando soluciones, asesoría e innovación que permitan gestionar sus riesgos. La segunda, simplificando el entorno administrativo y burocrático para crear  empresas y potenciando un entorno fiscal que atraiga y favorezca la inversión en esta industria, entre otras.

Según datos de Willis Towers Watson, el 67% de los productos defectuosos en la industria alimentaria son alimentos contaminados por gérmenes patógenos que se reproducen y generan toxinas; el 21% resulta dañado durante su transporte, distribución o almacenamiento; el 8% ha sido expuesto a agentes físicos o químicos no adecuados durante la producción industrial y la producción primaria; y el 4% restante no es seguro a causa de sabotajes, internos o externos. Hablamos de seguridad a muchos niveles: salubridad, fraude alimentario, ciberseguridad o cumplimiento de normativas, que hacen necesario implantar un Plan de Seguridad Alimentaria.

Áreas clave

Los recursos para implantar este plan deben de dirigirse a 3 áreas clave, como apunta el responsable en Castilla y  León de Willis Towers Watson: producto, proceso y distribución.

“Debe haber un control permanente y exhaustivo desde la entrada de materia prima en la fábrica hasta la salida de ella del producto elaborado. No se pueden escatimar esfuerzos ni recursos en el mantenimiento predictivo y preventivo de la maquinaria y en la formación y correcta habilitación de las plantillas, ni descuidarse los procesos de limpieza y la desinfección permanente. Y ha de contarse con empresas logísticas y de transportes cualificadas y contrastadas para garantizar que la calidad del producto no se altera tras salir de la fábrica y llega en perfectas condiciones al mercado”, señala Becerro.
 
Los beneficios de tener un Plan de Seguridad Alimentaria bien estructurado son “relevantes pues fortalece la confianza del consumidor; facilita la retirada del lote o productos afectados en caso necesario; limita a su vez las unidades a retirar y su impacto económico; ayuda a proteger la imagen de marca; y evita generar posibles problemas de salud pública, una prioridad, pero también posibles sanciones penales, civiles y administrativas. Es fundamental que las empresas sean capaces de abordar los retos en materia de seguridad de los productos alimentarios comercializados”, matiza Becerro.

Más información en el número de marzo de Castilla y León Económica

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