El impacto económico del festival de música más importante de Castilla y León

Sonorama atrae durante 4 días a 50.000 personas a Aranda de Duero, mueve 3 millones de euros y genera 300 empleos
Imagen de la última edición del Sonorama.
Imagen de la última edición del Sonorama.

Es 15 de agosto. Media España está en la playa y la otra mitad en las fiestas patronales que celebran miles de pueblos de nuestra geografía. A excepción hecha de un reducto de 50.000 almas que abarrotan literalmente Aranda de Duero (Burgos) cada año durante 4 días -no hay que olvidar que la localidad ribereña cuenta con una población de en torno a 30.000 habitantes-, para asistir al Sonorama Ribera, el festival de música más importante de Castilla y León y uno de los referentes a nivel nacional, que en 2015 cumplió su mayoría de edad al alcanzar su edición número 18 con 120 grupos y propuestas artísticas.

Pocos eventos mueven tanto en tan poco tiempo en Castilla y León. Al margen del número de asistentes, el 90% de los cuales procede de fuera de Aranda, su presupuesto alcanza los 1,3 millones de euros, genera un impacto económico directo en la comarca de Aranda de Duero (Burgos) cercano a los tres millones de euros, crea 300 empleos directos, con medio millar de voluntarios que Javier Ajenjo, coordinador general del festival, define como “el verdadero valor del certamen”. Además, el 70% de los proveedores son locales y regionales, con infraestructuras y producción contratadas en la zona por valor de medio millón de euros.

Impacto mediático

Y al impacto directo hay que añadir el  mediático, que sumaría cuatro millones de euros más, según AM Auditmedia. Hablamos de más de un centenar de medios de comunicación acreditados, más de 1.100 noticias publicadas en prensa, retransmisión del festival en directo por la cadena Radio 3 y espacios en los principales telediarios durante las jornadas del festival.

Con todo, Sonorama Ribera es mucho más que música. El festival organiza visitas y almuerzos en bodegas subterráneas que horadan el corazón de la localidad, catas didácticas -no en vano, el Consejo Regulador de Ribera del Duero es el patrocinador principal del certamen-, actividades lúdico artísticas para niños y apoyo a proyectos sociales.

Art de Troya, una entidad sin ánimo de lucro, es quien teje todo este telar; y Ajenjo es la cabeza visible del Sonorama, quien rememora cómo el festival es consecuencia de una huida hacia adelante para evitar el cierre de una tienda de discos, llamada El Planeta Sonoro, que su pareja a la sazón y él mismo regentaban en Aranda en 1998. La jugada no salió bien, ya que la organización de la primera edición del festival provocó no sólo el cierre de la tienda, sino además un crédito que tardaron una década en saldar. “Sin embargo, de aquellos malos momentos surgió algo maravilloso”, señala Ajenjo.

Ingresos

El festival cubre su presupuesto en un 70% mediante los ingresos generados por la venta de abonos y entradas, las barras de bar situadas en el interior del recinto y el merchandising, un 24% con patrocinios privados y un 6% de aportación pública. “Lo que en un principio era un hándicap, como era la falta de ayudas, ahora es una ventaja. El Sonorama podría autogestionarse económicamente, pero consideramos importante que las instituciones estén subidas a este carro, y no sólo desde un punto de vista económico, sino también estructural y emocional”, señala el coordinador del evento, quien no obstante puntualiza que la aportaciones de los organismos públicos “no se ajustan ni al presupuesto del festival ni a su impacto. Hay que tener en cuenta la magnitud para dimensionar adecuadamente las ayudas y nos gustaría que estuviera mejor valorado en este sentido”. Esta independencia de subvenciones les ha permitido sobrevivir a la crisis económica, una suerte que no han corrido otros eventos de este tipo.

A pesar del buen momento actual, la travesía ha sido dura. En la décima edición, por ejemplo, hubo unas pérdidas de 250.000 euros. No fue hasta la edición número 15, hace apenas 3 años, cuando se consiguió el equilibrio económico. Otra de las particularidades que hace diferente al Sonorama es que, aunque todo el mundo que trabaja en la organización no percibe ni un sólo euro por su labor. Ajenjo, por ejemplo, ha tenido su casa hipotecada siete veces a la salud del festival. Él lo justifica apelando al plano emocional: “para hacer realidad los sueños a veces existen hándicaps”.

Y es que en este caso, la pasión por la música se antepone al negocio. Ésa es la principal diferencia de este evento respecto a otros similares. “Es un festival hecho con el corazón y cuyos resultados se miden por un criterio muy diferente al económico: el de la satisfacción personal. Valores como la ética, el compromiso, el respeto, la ilusión y el apoyo son los que nos hacen diferentes, y la gente lo percibe”, señala el coordinador.

De hecho, la mayor parte de las bandas y artistas que participan en el festival reducen sus cachés entre un 20% y un 50% para tener su hueco en el cartel, precisamente por esa peculiar idiosincrasia, pero también porque saben de la importancia de protagonizar una de las citas ineludibles del calendario musical español. Y como dice Ajenjo, “aquí la gente contempla los conciertos con devoción, y eso es muy importante para los artistas”.

Toda esta filosofía tiene una repercusión en el precio del abono, de en torno a 60 euros para las cuatro jornadas, “frente a la media de entre 100 y 150 euros de los festivales con los que se nos equipara. Es un festival asequible en todos los sentidos y el hecho de que la gente no tenga que hacer un gran desembolso en la entrada permite que luego consuma más en dormir, comer y beber y genere más riqueza en la zona”, matiza Ajenjo.

Raphael

Cuando los organizadores pensaban que en 2014 con la asistencia de Raphael se había tocado el techo absoluto del certamen a nivel cuantitativo con más de 40.000 asistentes, se encontraron con un incremento de casi un 15% en la venta de entradas en 2015, que pudieron hacer frente al reducir espacio de parking para concedérselo a la zona de conciertos. Obviamente el área de acampada, que da cobijo a unos 8.000 asistentes, es insuficiente para alojar a toda la marea granate (por aquello del color del vino tinto), que llena al 100% hoteles, casas rurales y cualquier establecimiento turístico con una cama disponible en 40 kilómetros a la redonda. “Si creciera más, el festival no tendría nada que ver con lo que tenemos hoy, y no queremos eso. Por eso, el reto es mejorar cualitativamente. Cada año aprendemos cosas”, señala el responsable del certamen.

Más información en el número de octubre de la revista Castilla y Le´ón Económica

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