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Clemente González Soler sitúa a Alibérico como el primer grupo privado español del sector del aluminio en 2 décadas

Se convirtió en empresario con 46 años
Clemente González Soler.
Clemente González Soler es un fiel defensor de la sociedad civil, por lo que a lo largo de su vida se ha implicado en numerosas asociaciones.

El 20 de noviembre de 1995, Clemente González Soler (Santiago de Compostela, 1950), presidente del Grupo Alibérico se embarcó en un viejo y poco preparado velero, por lo que salió 7 horas después del resto de los participantes y con el número 13 que ninguna otra tripulación quería, para hacer la ruta desde Las Palmas de Gran Canaria a Santa Lucía, en El Caribe. En un barco de 12 metros de eslora y junto a otros 3 amigos, no sólo consiguió llegar a buen puerto 16 días y 4 horas después, sino que ganaron la regata Atlantic Rally for Cruisers (ARC) después de atravesar más de 2.200 millas náuticas (casi 4.000 kilómetros) por el temido Océano Atlántico.

Atrás quedaron las olas gigantescas y las fuertes tormentas. “Fue una experiencia durísima porque llevaba el timón 16 horas diarias. Pasé mucho miedo, pero fue una gran experiencia tanto física como mental que me ha marcado”, confiesa este amante del mar que, paradojas del destino, ha tenido que amarrar la sede de su compañía en Madrid, lejos de la brisa y del oleaje.

Esa travesía es un fiel reflejo de su vida como empresario. Si en aquella embarcación poco competitiva pudieron llegar los primeros a la meta, su empresa, fundada en 1996 con escasos recursos, se ha convertido en una compañía con una facturación de 280 millones de euros, más de 1.000 empleados y 17 fábricas, de las que 10 se ubican en 9 regiones de España, como Alucoil en Miranda de Ebro -Burgos-, y el resto en Bélgica, Alemania, EE UU, Brasil, Marruecos y Australia. De crear la empresa partiendo de cero, a ser el primer grupo privado español del sector del aluminio 20 años después.

La guía del poder

Este gallego posee mucha fuerza de voluntad, tenacidad y una mente inquieta y abierta a las innovaciones. Pero tal vez uno de los rasgos más sobresalientes de su carácter es su don de gentes. En su agenda del móvil está la guía del poder político, financiero y empresarial de España. Muy amigo de sus amigos, no duda en echar una mano a quien lo necesita. De gran bonhomía, pese a que tiene poco tiempo se implica en otros proyectos si se le pide el favor. De hecho, es consejero externo y pertenece al consejo de administración de 2 de las principales empresas de nuestra comunidad autónoma.

Es de los pocos empresarios que si preguntas a un colega si le conoce, como la respuesta sea afirmativa te contesta con una sonrisa en los labios y una exclamación: “¡claro que sí!”. Y eso es algo que ocurre con muy pocos hombres de negocio. Otra de sus virtudes es que pese a dirigir un imperio del aluminio, contesta rápidamente a los correos electrónicos, aunque en ese momento acabe de aterrizar en EE UU o esté a punto de coger un avión a Australia.

Clemente se convirtió en empresario a la edad de 46 años porque “siempre quería tener un negocio propio”. Sus primeros pinitos los dio cuando era estudiante de Ingeniería Aeronáutica. En aquella época recogía de un vertedero a las fueras de Madrid los envases de loza de los yogures Poch, luego los limpiaba y los vendía como ceniceros en el Rastro y en el Colegio Mayor. También arreglaba los coches de los amigos, especialmente los Seat 600, “para ganarme unas pesetas y para dar una vuelta en ellos ya que pedía que me los dejaran los fines de semana para tener más tiempo para reparar las averías”.

Los antecedentes empresariales de Clemente se remontan hasta su abuelo paterno, que era natural de Castrillo de los Polvazares (León) y llegó a tener tiendas y 3 cines en Galicia. Luego su padre no continúo con el negocio familiar ya que terminó la carrera de Derecho en sólo 2 años y fue juez con 21 años. Posteriormente ejerció como abogado “porque los jueces ganaban muy poco”, recuerda.

Crédito para fundar la empresa

Clemente compaginó los estudios en la universidad con el trabajo de prácticas en verano en la Empresa Nacional de Aluminio, donde en el año 1971 ganaba 7.500 pesetas “y sin tener contrato pese a ser una empresa pública”. Ése fue su primer contacto con esta actividad que marcaría su vida profesional primero y empresarial después. Allí permaneció durante 16 años, hasta que en 1986 monta su primera sociedad, denominada Iberalum, que era una comercializadora que trabajaba para 3 de las principales multinacionales del sector. “Pedí un crédito de 250.000 pesetas, así empecé”, recuerda un Clemente que si se caracteriza por algo es por afrontar el crecimiento de su compañía sin endeudarse: “así se duerme mejor”.

3 años después, la compañía canadiense Alcan le compra el fondo de comercio de su empresa para constituir una sociedad en España. En ese momento, Clemente hace una oferta al gigante del aluminio para tener el 20% de la nueva firma. Sorprendentemente, Alcan acepta y Clemente pasa a ser presidente ejecutivo de la filial española. A finales de 1996 decide montar Alucoil, pero las relaciones con el holding canadiense son tan buenas que compagina ambos cargos durante 2 años. “De los sitios hay que irse como un señor”, subraya Clemente. De hecho, llegó a comprar a Alcan 3 fábricas, 1 en España y otras 2 en Italia.

Pese al rápido crecimiento de la empresa, no se conforma y se ha marcado el ambicioso objetivo de duplicar el tamaño del Grupo Alibérico en sólo 4 años, aunque ese plazo puede acortarse. Otro de sus objetivos es ser líder en los segmentos en los que está presente y captar talento para su proyecto. “Para hacer crecer a una empresa, sólo hacen falta 3 cosas: ideas, dinero y personas”, apunta.

El valor de la palabra

En su compañía aplica unos principios que por desgracia cada vez se ven menos en el competitivo mundo de la empresa, como es la honestidad. “Siempre decimos la verdad, nuestra palabra tiene el valor de un contrato”, apunta rotundo. Su éxito se basa en introducirse en sectores con muchas barreras tecnológicas de entrada, producir una gama premiun de alto valor añadido y, sobre todo, “haber inculcado a nuestra plantilla el orgullo de estar en una compañía como el Grupo Alibérico”.

Lógicamente, este empresario que desprende vitalidad por los cuatro costados también se acuerda de los fracasos. “En La India tenía una operación casi cerrada para abrir una fábrica, y al final los socios locales me dejaron tirado. También me he encontrado con directivos que no entendieron mis principios de honradez y traicionaron mi confianza”, indica.

Sus jornadas se alargan desde las 7,30 horas hasta las 21,30 horas si no tiene cena de trabajo. Al gestionar un imperio con ramificaciones industriales por media España y otros 6 países, el 80% de su tiempo está de viaje tanto visitando las factorías españolas como las del extranjero. “Suelo hacer un vuelo internacional al mes. En 2015, estuve 4 veces en Australia, 3 en EE UU, 1 en Brasil y otra en Marruecos, aparte de los viajes a las plantas que tenemos en Europa”, enumera este incansable empresario.

Los fines de semana intenta descansar, estar con la familia, pasear por el monte o navegar; aunque eso sí, todas las tardes del viernes recibe 72 informes de sus directivos sobre la evolución de las filiales, que estudia el sábado por la mañana. Y es que hay personas que tienen la virtud de estirar el tiempo como plastilina.

Un referente para la clase empresarial

Clemente González Soler, presidente del Grupo Alibérico, se ha convertido en un referente entre la clase empresarial española porque en sus intervenciones en público dice verdades como puños que muy pocos se atreven a pronunciar delante de otros colegas y, sobre todo, ante los responsables políticos. Es la ventaja que tiene este empresario que compite en mercados no regulados, no tiene clientes entre las administraciones públicas y un alto porcentaje de su facturación procede de los mercados exteriores.

Clemente utiliza esa independencia para dar voz a los empresarios más críticos con la situación del país y también con la deriva que han tomado algunas patronales. Todavía se recuerda su intervención del pasado mes de  octubre ante un nutrido grupo de empresarios y directivos, además de los presidentes de Galicia y de la Comunidad madrileña con motivo del 25 aniversario de la Asociación de Empresarios Gallegos en Madrid (Aegama), cuando exigió refundar las asociaciones empresariales: “necesitan renovarse en todo: en los estatutos, los objetivos y las personas. No hablo de una renovación parcial; hablo de una renovación completa. Las asociaciones patronales requieren una refundación”.

En otra ocasión, ofreció una conferencia en Sevilla ante 160 políticos, entre los que se encontraban senadores y diputados, donde enumeró los problemas de la economía que restan competitividad a las empresas: “hay aspectos que un empresario no puede controlar, como son los costes energéticos, la burocracia administrativa, la falta de unidad del mercado nacional, la rigidez de la legislación laboral o la alta fiscalidad. Eso depende de nuestros gobernantes. Les dije a los políticos que ésos eran sus deberes si querían impulsar el desarrollo de España”.

Defensor de la sociedad civil

Clemente es un fiel defensor de la sociedad civil, por lo que a lo largo de su vida se ha implicado en numerosas asociaciones, desde las agrupaciones internacionales del sector del aluminio hasta otras de nuestro país. En la actualidad, es miembro de la junta directiva del Instituto de Empresa Familiar, vicepresidente de CEIM y vocal de las juntas directivas de CEOE y del Club Financiero Génova. Con anterioridad, fue presidente durante 5 años de la Asociación para el Desarrollo de la Empresa Familiar de Madrid (Adefam).

También es un apasionado de la formación, por lo que da clases desde hace 5 años en la Escuela de Empresarios (Edem), ubicada en Valencia e impulsada por su amigo Juan Roig, presidente de Mercadona. En este centro Clemente transmite su sabiduría en el curso 15×15, en el que los alumnos comparten 15 días con otros tantos empresarios líderes. Durante los 2 últimos años ha pronunciado la conferencia inaugural, con una ponencia de 5 horas. La última vez tuvo que coger un vuelo desde Australia para poder intervenir en el centro valenciano, y luego volvió a volar a Nueva York y Dallas, y después regresar a España. “Y sólo en una semana”, aclara. Así es Clemente, un hombre que se toma muy a pecho sus múltiples compromisos y no deja nada a la improvisación.

Más información en el número de mayo de la revista Castilla y León Económica

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