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El presidente de Calidad Pascual aspira a mantener el legado de una compañía familiar obsesionada en preservar sus valores fundacionales

Tomás Pascual Gómez-Cuétara es empresario “por herencia y por educación”
Tomás Pascual Gómez-Cuétara, presidente de Calidad Pascual.
Tomás Pascual Gómez-Cuétara, presidente de Calidad Pascual.

En 1995, la reportera bielorrusa Svetlana Alexievich sorprendió al mundo al ganar el Premio Nobel de Literatura gracias a una obra que incluye monumentos literarios como El fin del Homo Sovieticus, donde la escritora desaparece completamente del relato para dar todo el protagonismo al testimonio de unos desorientados testigos ante la rapidez del cambio político, económico y social del antiguo imperio comunista. Para aplicar ese original, y humilde, estilo periodístico se necesita contar con una buena historia. Como la de Tomás Pascual Gómez-Cuétara (Santander, 1962), presidente de Calidad Pascual:

“Yo soy empresario por herencia y por educación. Por herencia porque soy nieto e hijo de empresarios. Mi abuelo materno y su hermano fundaron Cuétara en Reinosa (Cantabria) en 1945, después de que se acabara la Segunda Guerra Mundial al volver del exilio en México. Querían que sus descendientes se educaran en España. Por su parte, mi abuelo paterno llegó a tener a principios del pasado siglo tiendas y cantinas en Fuentelcésped, Linares del Arroyo y Aranda de Duero (Burgos). Cambiaba de localidad para abandonar las que iban perdiendo población por otras en crecimiento. Y luego está la figura de mi padre (Tomás Pascual Sanz, fundador de lo que hoy se conoce como Calidad Pascual). Y soy empresario por educación, porque he sido educado en ese ambiente en el que he vivido toda mi vida”.

Mientras que su progenitor era una fuerza de la naturaleza, un ciclón que movía personas y cosas a su paso, Tomás es un hombre tranquilo, templaza que transmite su verbo pausado y organizado y su sincera mirada, del mismo azul profundo y sereno de la bahía santanderina que le vio nacer. “Me considero más corredor de fondo, contemplo las cosas a largo plazo, para bien o para mal. A veces, esos tiempos causan extrañeza en mis colaboradores, pero es una herencia de la personalidad de mi madre (Pilar Gómez-Cuétara), que completaba muy bien el carácter de mi padre a la hora de tomar las decisiones. Pero también soy muy inconformista” (rasgo heredado de la figura paterna, que siempre pensaba que todo se podía hacer mejor).

Como ingeniero industrial que es (se licenció en la Universidad Politécnica de Madrid y luego completó los estudios con un master en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts -MIT-), aplica la lógica matemática a la vida y a los negocios. “Mi padre y yo nos llamábamos los Santos Tomás Apóstol, ver para creer” (según Los Evangelios, Jesús le recrimina a su discípulo haber necesitado tocar con sus propias manos las heridas en las manos y en el costado para creer en su resurrección).

Episodios que marcaron su vida

De su ya dilatada vida como empresario, guarda especialmente en la memoria tres episodios. “La muerte de mi padre, cuando yo tenía 43 años, me marcó porque dejaba de tener una fuente de inspiración y a alguien que supervisaba mi gestión. No obstante, lo dejó todo bien organizado porque yo ya tenía mucha experiencia en la compañía y contaba con un gran equipo de profesionales. Mi padre tenía perfectamente preparada la sucesión y eso que decía: “sólo dejaré de trabajar en la empresa el día que me muera, si es que me muero”. Otros dos episodios singulares para mí fueron cuando entré a trabajar por primera vez en la compañía para hacer prácticas en verano con 18 años (empezó en el almacén para luego pasar por diferentes departamentos, así que conoce el holding perfectamente desde abajo) y cuando con 26 años fui a trabajar a Boston al área de ventas de White Rock, una empresa de alimentación y bebidas. Allí aprendí todo lo que no se tiene que hacer” -después completó su formación en Bank of America-.

Gestionar la transición

Ante una figura paterna tan respetada en el ámbito empresarial, que fue capaz de competir contra las grandes multinacionales agroalimentarias que desembarcaron masivamente en España para hacerse con el atractivo mercado de un país en pleno desarrollo, no es de extrañar que el actual presidente de Calidad Pascual considere como su mayor éxito “haber gestionado la transición de la compañía sin que se notara la ausencia de mi padre en el día a día, a la vez que perduró su cultura y valores. Además, creo que incluso en algunos aspectos mejoramos la empresa porque la hicimos más participativa y transversal”. Pero también reconoce, con absoluta normalidad y mesura, algún fracaso. “En el período 2003-06, en el que era consejero delegado y mi padre presidente, hicimos muchas inversiones en sectores y empresas que luego no supimos manejar, así que tuvimos que aplicar un plan de ajuste, que afectó el negocio de los zumos y a todas las segundas marcas para centrarnos en las referencias en las que somos líderes en el mercado. La verdad es que eso nos vino bien porque cuando estalló la crisis en 2008 nosotros ya estábamos acometiendo desinversiones”.

Como empresario, su mayor preocupación es “implicar a todos los empleados en el proyecto de la empresa, que se sientan parte de él y alineados con nuestros objetivos. Trabajar con máquinas es fácil, lo complicado es trabajar con personas, se requiere más esfuerzo y tiempo, pero te da más satisfacciones”.

Su filosofía empresarial, basada en la ética, se resume en tres principios: “Hay que ser honesto y cumplir con tu palabra; hay que ser responsables con el entorno para satisfacer a los grupos de interés; y hay que apostar por la calidad. Mi padre solía decir que la calidad es hacer siempre las cosas bien en todo momento”.

Reputación entre los consumidores

A este empresario de gestos amables y espíritu sereno hay muy pocas cosas que le quiten el sueño. Detallla con calma, como si se tratase de un inventario, los numerosos retos que afronta: “quiero garantizar la viabilidad de la empresa siguiendo siendo líderes y con una buena reputación entre los consumidores, y a la vez que la familia permanezca unida entre sí y con el proyecto. Para ello, debemos crecer mediante la diferenciación con productos innovadores y escuchando a los consumidores, tenemos que afrontar la internacionalización y queremos estar en continua transformación porque la empresa es como un organismo vivo”. Estamos hablando de un gigante con 720 millones de facturación, más de 2.300 trabajadores, ocho plantas industriales  y una oferta de más de 200 productos -leche, agua, yogures y café, entre otros-.

Valores

Para alcanzar esos objetivos, cuenta con excelentes herramientas, como la alta dosis de autocrítica, la humildad, la discreción y la capacidad de trabajo y sacrificio. “Nos han inculcado esos valores”, afirma un hombre que transmite por los cuatro costados estos principios, esenciales para perpetuar el legado de una estirpe empresarial que hunde sus raíces en los inicios del pasado siglo.

Aficiones

Tomás Pascual Gómez-Cuétara, presidente de Calidad Pascual, afirma que para descansar bien necesita “tener la sensación de que tengo todas las tareas hechas”. Sus jornadas se alargan durante más de 12 horas, aunque, eso sí, reserva una tarde al mes “para dedicársela a mi mujer”. En noviembre ya suele tener cerrada la agenda del año siguiente, al menos las citas ineludibles en lo que metafóricamente considera como “tener las grandes piedras colocadas”, aunque luego tiene capacidad de gestionar el calendario con flexibilidad. Viaja fuera de Madrid, donde se ubican los servicios centrales de la empresa, una vez a la semana, para visitar las fábricas y sobre todo escuchar a directivos y empleados. También suele realizar dos viajes al año al extranjero para conocer nuevos mercados. Además, una parte de su tiempo la decica a atender sus obligaciones en cargos como vicepresidente de AECOC, miembro del Consejo Directivo del Grupo Empresarial Ribé Salat, Consejo de Acción Empresarial de CEOE o Círculo de Empresarios. 

Hombre muy familiar (está casado, tiene cinco  hijos  y una nieta), es amante del séptimo arte (suele ir al cine una vez al mes), la música (sobre todo el rock sinfónico, como Génesis en la primera etapa de Peter Gabriel y Phill Collins antes de que lanzaran discos pop; o de Carlos Berlanga y la época madura de Hombres G), la gastronomía, las reuniones con los amigos de toda la vida y la lectura, en especial la novela histórica como Sinuhé, el egipcio de Mika Waltari, “aunque últimamente leo sobre todo informes”, aclara. Sus múltiples aficiones, que reflejan un espíritu inquieto y curioso, también abarcan el cómic como La edad del Bronce. Mil Naves, de  Eric Shanower, que relata la Guerra de Troya, y el deporte, sobre todo esquiar. 

Un experto inesperado en publicidad

Preguntado sobre alguna anécdota que le haya marcado en su intensa vida de empresario, prefiere contar una del fundador de la compañía. “Mi padre conocía muy bien al consumidor, siempre controlaba todo lo que tenía que ver con los clientes, como la publicidad. Cuando el director de Marketing le llevaba un anuncio nuevo y él no comprendía el mensaje a la primera, llamaba a su chófer y le decía: “Maxi, ¿tú entiendes este anuncio?”. Como el chófer dijera que no, el anuncio era rechazado inmediatamente. En la empresa decíamos que el verdadero experto publicitario era Maxi”.

Más información en el número de mayo de Castilla y León Económica

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